6 de octubre de 2024
Cuentan que cierta vez un estudiante preguntó a la antropóloga y poeta Margaret Mead cuál ella consideraba el primer signo de civilización de la historia. Tal vez esperaba que dijese la invención de la rueda, o la agricultura, o el alfabeto…; pero su respuesta fue sorprendente: «Un fémur fracturado y sanado».
En la vida salvaje, un fémur nunca sana, porque esto solo puede suceder si alguien se preocupa de alimentar y proteger al herido durante una larga convalecencia. Un animal con un fémur roto es abandonado por su manada y se convierte en presa fácil; no sobrevive el tiempo suficiente para que la pierna sane.
El asunto puede parecer anecdótico; excepción de la regla según algunos estereotipos antropológicos en los que la descripción tradicional de la evolución cultural de la humanidad pasa por tres estadios: salvajismo, barbarie y civilización.
La palabra «salvajismo» nos estaría remitiendo a un entorno en el cual los humanos se comportan como fieras; prevalencia de lo irracional y, por tanto, de lo cruel. Sin embargo, en el yacimiento de fósiles neandertales de Atapuerca también se descubrió el esqueleto de un individuo con una fractura sanada del húmero izquierdo.
Según la atrofia mostrada por el brazo, el accidente debió ocurrir en la niñez; pero se trataba de un adulto bien alimentado. Esto significa que la ética y el cuidado de los semejantes no son valores anecdóticos; están codificados en los genes humanos desde épocas remotas.
Llegado aquí, el lector quizá se esté preguntando el porqué de esta larga introducción humanista, o antropológica, en un artículo sobre economía. La razón es sencilla: la economía no es una actividad que esté por encima de los valores y encargos humanos; es su derivado, parte de su condición, por tanto, en ella debe prevalecer lo ético, lo racional; la contribución al cuidado del semejante.
El órgano encargado de regular y dar seguimiento a las actividades económicas es el Estado. Esto lo consigue mediante tres mecanismos: la política monetaria que busca impulsar el crecimiento económico; la política fiscal, que es la gestión de los impuestos del estado; y la política de regulación, que busca garantizar un mercado lo más racional posible.
El Estado se encarga de adoptar, dentro de su legislación, los principios reconocidos internacionalmente, para establecer un marco jurídico que permita a los diferentes actores económicos tener claridad sobre las reglas aplicables dentro de su actividad económica.
Una definición bastante simplificada de mercado hace referencia al sistema por el que se intercambian bienes y servicios en una economía, pero este no puede derivar en lugar salvaje en el cual el vendedor expolia al comprador bajo la ley del más fuerte y el principio de sálvese el que pueda.
Semejante salvajismo es el que prevalece en aquellos países donde se aplican políticas neoliberales: suerte de fundamentalismo económico, según el cual supuestamente el mercado «se equilibra solo», mediante una «mano invisible» y una «competencia perfecta» que, paradójicamente, solo beneficia a unos pocos.
Sus ideólogos abogan por la reducción al mínimo del Estado, y le exigen privatizar todas sus empresas, así como la eliminación de todo tipo de controles a la inversión extranjera, a los precios, los salarios, las exportaciones, las tarifas aduaneras y cuanto signifique un estorbo a las injustas ambiciones egoístas.
Esto implica despidos masivos, privatización generalizada, precios sin control, aumento de la desigualdad y la reducción abusiva de beneficios sociales.
En la economía socialista, sin embargo, debe prevalecer el humanismo, lo cual significa privilegiar temas como la distribución del ingreso, la pobreza, la marginalidad, el gasto social en salud, educación, vivienda, así como el equilibrio territorial. Solo en el sentido de mejora de la condición humana se puede hablar de progreso.
De verdad. Hay mas salvajismo hoy en la Cuba socialista que en la Hong Kong neoliberal. El mundo y las sociedades no son tan simplistas como cree Granma y sus oficiales.
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