Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003.
CAMBRIDGE – La crisis de inmigración de Europa expone una falla fundamental, si no una inmensa hipocresía, en el debate actual sobre la desigualdad económica. ¿Acaso un verdadero apoyo progresista no igualaría las oportunidades para toda la gente del planeta, y no sólo para aquellos de nosotros lo suficientemente afortunados por haber nacido y habernos criado en países ricos?
Muchos líderes de pensamiento en economías avanzadas defienden una mentalidad de privilegio. Pero el privilegio termina en la frontera: aunque consideran que una mayor redistribución dentro de los países individuales es un imperativo absoluto, la gente que vive en mercados emergentes o en países en desarrollo se queda afuera.
Si las preocupaciones actuales sobre la desigualdad se midieran enteramente en términos políticos, este foco introspectivo sería entendible; después de todo, los ciudadanos de los países pobres no pueden votar en los países ricos. Pero la retórica del debate sobre la desigualdad en los países ricos revela una certeza moral que ignora convenientemente a los miles de millones de personas en otras partes que están en condiciones mucho peores.
No debemos olvidar que incluso después de un período de estancamiento, la clase media en los países ricos sigue siendo una clase alta desde una perspectiva global. Sólo alrededor del 15% de la población mundial vive en economías desarrolladas. Sin embargo, los países avanzados siguen representando más del 40% del consumo global y el agotamiento de los recursos. Sí, mayores impuestos a la riqueza tienen sentido como una manera de aliviar la desigualdad dentro de un país. Pero eso no solucionará el problema de la pobreza profunda en el mundo en desarrollo.
Tampoco servirá de nada apelar a la superioridad moral para justificar por qué alguien nacido en Occidente goza de tantas ventajas. Sí, las instituciones políticas y sociales sólidas son el cimiento del crecimiento económico sostenido; de hecho, son el sine qua non de todos los casos de desarrollo exitoso. Pero la larga historia de colonialismo explotador de Europa hace que cueste imaginarse cómo habrían evolucionado las instituciones asiáticas y africanas en un universo paralelo donde los europeos llegaran sólo para hacer comercio, no para conquistar.
Muchas cuestiones vinculadas a la política se distorsionan cuando se las mira a través de una lente que sólo se focaliza en la desigualdad doméstica e ignora la desigualdad global. El argumento marxista de Thomas Piketty de que el capitalismo está fracasando porque crece la desigualdad doméstica es exactamente al revés. Cuando se pondera a todos los ciudadanos del mundo de manera equitativa, las cosas parecen muy diferentes. En particular, las mismas fuerzas de globalización que han contribuido a los salarios estancados de la clase media en los países ricos han sacado a cientos de millones de personas de la pobreza en otras partes.
Desde muchos puntos de vista, la desigualdad global se ha reducido significativamente en las últimas tres décadas, lo que implica que el capitalismo ha tenido un éxito espectacular. El capitalismo quizás ha erosionado las rentas que reciben los trabajadores en los países avanzados en virtud de dónde nacieron. Pero hizo mucho más para ayudar a los verdaderos trabajadores de ingresos medios del mundo en Asia y los mercados emergentes.
Permitir un flujo más libre de personas entre fronteras igualaría las oportunidades aún más rápido que el comercio, pero la resistencia es feroz. Los partidos políticos que están en contra de la inmigración han hecho grandes incursiones en países como Francia y el Reino Unido, y también son una fuerza importante en otros muchos países.
Por supuesto, millones de personas desesperadas que viven en zonas de guerra y estados fallidos tienen poca opción más que buscar asilo en los países ricos, sin importar el riesgo. Las guerras en Siria, Eritrea, Libia y Mali han tenido una incidencia inmensa en el incremento actual de refugiados que buscan llegar a Europa. Inclusive si estos países se estabilizaran, la inestabilidad en otras regiones muy probablemente ocuparía su lugar.
Las presiones económicas son otra fuerza potente para la migración. Los trabajadores de países pobres reciben con beneplácito la oportunidad de trabajar en países avanzados, inclusive con salarios que parecen ser mínimos. Desafortunadamente, gran parte del debate en los países ricos hoy, tanto en la izquierda como en la derecha, se centra en cómo dejar a otra gente afuera. Eso puede ser práctico, pero en rigor de verdad no es moralmente defendible.
Y la presión de la migración aumentará marcadamente si el calentamiento global se desarrolla según las predicciones de referencia de los climatólogos. A medida que las regiones ecuatoriales se vuelvan demasiado tórridas y áridas como para sustentar la agricultura, las crecientes temperaturas en el norte harán que la agricultura sea más productiva. El cambio de los patrones climáticos podría así fomentar la migración a los países más ricos a niveles que hacen que la crisis de inmigración de hoy parezca trivial, especialmente si consideramos que los países pobres y los mercados emergentes por lo general están más cerca del ecuador y en climas más vulnerables.
La capacidad y tolerancia a la inmigración de la mayoría de los países ricos ya es limitada, de modo que cuesta entender de qué manera se puede alcanzar de manera pacífica un nuevo equilibrio de distribución de la población global. El resentimiento contra las economías avanzadas, que responden por un porcentaje ampliamente desproporcionado de contaminación global y consumo de materias primas, podría estallar.
A medida que el mundo se vuelva más rico, la desigualdad inevitablemente surgirá como una cuestión mucho más importante en relación a la pobreza, un punto al que me referí hace más de diez años. Sin embargo, y lamentablemente, el debate sobre la desigualdad se ha centrado tanto en la desigualdad doméstica que la cuestión mucho más importante de la desigualdad global quedó opacada. Es una lástima, porque hay muchas maneras en que los países ricos pueden marcar una diferencia. Pueden ofrecer apoyo médico y educativo online gratuito, más ayuda para el desarrollo, amortizaciones de deuda, acceso de mercado y mayores aportes a la seguridad global. La llegada de gente desesperada en balsa a las costas de Europa es un síntoma de que no han podido hacerlo.
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