J. Bradford DeLong is Professor of
Economics at the University of California at Berkeley and a research
associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy
Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration
BERKELEY – De todas
las doctrinas y extrañas y novedosas expuestas desde el comienzo de la
crisis financiera mundial, la propuesta por John Taylor, economista de
Stanford, tiene bastantes puntos para que se la considere la más
extraña. En su opinión,
las políticas económicas posteriores a la crisis que se están aplicando
en los Estados Unidos, Europa y el Japón están poniendo un tope a los
tipos de interés a largo plazo que es “muy parecido al efecto de un
precio máximo en un mercado de alquiler en el que los propietarios
reducen la oferta de viviendas de alquiler”. Según sostiene Taylor, el
resultado de unos tipos de interés bajos, la relajación cuantitativa
y la orientación para el futuro, es una “reducción de la disponibilidad
crediticia [que] disminuye la demanda agregada, lo que suele aumentar
el desempleo: una clásica consecuencia no deseada”.
La
analogía de Taylor carece de sentido en el nivel fundamental. La razón
por la que el control de los alquileres no gusta es la de que prohíbe
transacciones que beneficiarían tanto al inquilino como al propietario
de la vivienda. Cuando un organismo gubernamental impone un precio
máximo del alquiler, prohíbe a los propietarios de viviendas cobrar más
de una cantidad fijada, lo que distorsiona el mercado, al dejar vacíos
apartamentos que los propietarios estarían dispuestos a alquilar a
precios mayores e impide a los inquilinos ofrecer lo que en verdad están
dispuestos a pagar.
Con las políticas
económicas que Taylor critica, ese mecanismo, sencillamente, no existe.
Cuando un banco central reduce los tipos de interés a largo plazo
mediante operaciones de mercado abierto actuales y futuras, no impide a
los posibles prestadores ofrecerse a prestar con tipos de interés
mayores; tampoco impide a los prestatarios aceptar semejante oferta.
Esas transacciones no se producen por una razón sencilla: los
prestatarios optan con libertad por no realizarlas.
Entonces,
¿cómo llega Taylor a su analogía? Mi intuición es que su razonamiento
ha resultado enmarañado con sus creencias sobre el mercado libre. Taylor
y otros que comparten su opinión probablemente partan de la sensación
de que los tipos de interés actuales son demasiado bajos. Dada su
creencia en que el mercado libre no puede fallar (sólo se puede hacer
que falle), dan por sentado, naturalmente, que los tipos anormalmente
bajos han de deberse a alguna medida del Gobierno. Así, pues, el
objetivo pasa a ser el de imaginar lo que habrá hecho el Gobierno para
que los tipos de interés sean tan inadecuados y, como cualquier
argumento que considere apropiada la intervención del Gobierno sólo
puede ser una cortina de humo, surge la analogía con el control de
alquileres como una de las posibles soluciones.
Si
mi intuición es correcta, Taylor y sus compañeros de viaje nunca se
dejarán convencer de que están equivocados. Aceptar la idea de que los
banqueros centrales pueden estar haciendo todo lo posible en una
situación difícil requeriría aceptar la posibilidad de que los mercados
son imperfectos y falibles y eso es algo que nunca harán.
Es algo que ya hemos visto antes. Hace cinco años, Taylor y sus aliados intelectuales escribieron una “Carta abierta a Ben Bernanke”,
en la que advertían que la relajación cuantitativa que preparaba el
entonces Presidente de la Reserva Federal podía provocar “degradación de
la moneda e inflación”, pero, aunque su predicción resultó estar
espectacularmente equivocada, no por ello se han replanteado sus teorías
Taylor y ninguno de los otros firmantes ni han considerado que tal vez
Bernanke sepa algo sobre la economía monetaria. En cambio, Taylor parece
haber optado por otra teoría –su analogía con el control de los
alquileres– sobre por qué el Gobierno está haciendo todo mal.
La
única respuesta posible es la de señalar la lógica y las pruebas. Dadas
las condiciones económicas reales, la política monetaria americana y
europea no es demasiado relajada; si acaso, es demasiado restrictiva. El
interés “natural” –el resultante las ecuaciones del equilibrio general
del sistema de Walras– es en realidad inferior al que la política
monetaria actual está produciendo. Sí, las perspectivas inerciales de la
economía se han combinado con la política monetaria para distorsionar
los tipos de interés y la tasa de inflación, pero no en la dirección que
Taylor propone. Al contrario, en comparación con lo necesario (dado el
estado actual de la economía) o con lo que una economía de mercado libre
y precios flexibles daría con un equilibrio adecuado, los tipos de interés son demasiado altos y la inflación demasiado baja.
Los
tipos de interés actuales entrañan, en efecto, algún problema. Las de
por qué los tipos bajos son adecuados para la economía y durante cuánto
tiempo son preguntas profundas y no zanjadas que seguirán siendo
oportunas; señalan a la atención lo que Olivier Blanchard,
del MIT, llama los “rincones obscuros” de la economía, en los que la
investigación ha arrojado demasiado poca luz hasta ahora. Lo que Taylor y
similares no entienden es que la razón por la que hay un problema con
los tipos de interés poco tiene que ver con las políticas aplicadas por
los banqueros centrales y todo que ver con la situación que afrontan las
autoridades.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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