Sobre las potencialidades y alternativas de desarrollo de la industria cubana, BOHEMIA dialoga con Ricardo Torres Pérez, doctor en Ciencias Económicas e investigador del tema.
El peso de las producciones industriales en las exportaciones cubanas se mantiene bajo.
Por DELIA REYES GARCÍA
Fotos: MARTHA VECINO ULLOA
“La próxima revolución industrial ya está aquí y va a descolocar a muchísimos productores. Un cartucho de plástico que antes se hacía en China, ahora, con una impresora pequeña, se puede producir de manera personalizada. En el mundo ya se fabrican hasta prototipos de automóviles en 3D”, afirma el doctor en Ciencias Económicas Ricardo Torres Pérez, profesor e investigador del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC).
Cuba no está ajena a esta nueva oleada tecnológica. “Por ejemplo, en una de las empresas del Polo Científico, se utilizan los más recientes adelantos para hacer prótesis auditivas, mientras en la Universidad de La Habana existe un proyecto de reproducción de lámparas antiguas, en el que se le introduce el diseño a una máquina y esta elabora el objeto, con material plástico”, explica el entrevistado.
Ante la pregunta de cómo delinear el desarrollo industrial de la Isla en este escenario cambiante, Torres Pérez analiza las complejidades del proceso de industrialización en los últimos años, los desafíos que enfrentan las empresas nacionales para insertarse en las cadenas de valor de la economía mundial, así como los efectos de la dualidad cambiaria en las producciones nacionales.
Ricardo Torres Pérez aboga por buscar nichos en el mercado que le permitan al país insertarse en las cadenas internacionales de valor. (Foto: CLAUDIA RODRÍGUEZ HERRERA).
El país –señala– se industrializó entre 1959 y 1989 gracias al apoyo del campo socialista y del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). No obstante, existieron tres problemas, que luego se convertirían en grandes debilidades. El primero, asociado a una industria poco exitosa desde el punto de vista de las exportaciones, muy concentrada en el mercado doméstico, en particular la agroindustria azucarera, que actuaba como locomotora del resto de los sectores.
En segundo lugar, el patrón tecnológico tenía una densidad energética muy elevada, lo cual le restaba competitividad, y por último, la industria nacional sobrevivía, pero sobre la base de un modelo de inserción internacional muy favorable.
“Cuando desapareció el campo socialista pudo comprobarse que las producciones cubanas eran incosteables y, por lo tanto, en los últimos 25 años Cuba ha vivido un proceso de estancamiento e incluso de retroceso en ese sector, la industria”.
El académico reconoce que en la actualidad existe un debate sobre el término industrialización y su papel dentro de las economías. “Cuba exporta más servicios que bienes. El porcentaje que representa la industria dentro del producto interno bruto (PIB) ha ido reduciéndose. Igual hay una disminución del empleo manufacturero, dentro del total de los ocupados en la economía.
Los costos fijos de la industria son elevados, por eso se precisa invertir en las de mayores potencialidades, tanto para satisfacer demandas internas como para exportar.
“Eso mismo sucede en otros países, pero la diferencia es que en nuestro caso la contracción no solo se da en términos relativos, sino también absolutos. Hay un descenso en un grupo de producciones clave, por debajo de los resultados de 1989, independientemente de los precios”.
Para ilustrar, remite a tres importantes sectores: las producciones mecánicas y de medios de transporte, la industria azucarera, y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.
“Los únicos sectores que han avanzado sin inversión extranjera son la biotecnología y la industria médico-farmacéutica. Fuera de estos, las empresas que han tenido éxito lo han conseguido asociándose con capital extranjero -las llamadas mixtas-, como ha ocurrido en la rama alimentaria y el níquel, por ejemplo.
“También fue un buen resultado echar a andar, con el apoyo de Petróleos de Venezuela S.A. (Pdvsa), la refinería de petróleo de Cienfuegos. Pero, fuera de eso, nuestra industria deja mucho que desear”.
-¿Qué hacer entonces?
-Creo que es impracticable el desarrollo industrial de manera ramal o sectorial. Cuba nunca va a volver a 1989. Ese modelo demostró que era inviable y hoy es otro el panorama mundial. Algunos tienen la visión antigua de que la industria es la clave del desarrollo. Otros reconocen que puede ser tan importante como los servicios. Antes existían fronteras bien establecidas entre un sector y otro, pero esos límites ahora están muy difusos.
“En la actualidad, pocas empresas en el mundo son netamente industriales, porque también generan mucha actividad en servicios postventa o alrededor de las finanzas. Por ejemplo, para Toyota, el fabricante de automóviles, es tan importante la producción física como todo el engranaje que utiliza para comercializarla. En la nueva economía, fabricar algo es relativamente más sencillo que venderlo.
Con la eliminación de la dualidad cambiaria se podrá conocer realmente la competitividad de las industrias cubanas.
“Los Estados pequeños deben concebir una estrategia de acuerdo con su dimensión, como está haciendo Cuba ahora, teniendo en cuenta las tendencias mundiales y abriendo su cartera de negocios para que entre financiamiento, tecnología y know how, mediante inversión extranjera.
“En la economía internacional funcionan las cadenas de valor y los países tratan de insertarse en alguno de sus eslabones. No puede concebirse el desarrollo industrial de espaldas a eso. Hay producciones que valdría la pena explorar, en las industrias alimentaria y ligera, perfumería y textiles, por ejemplo, pensando en un despegue del turismo.
“Las instalaciones manufactureras son grandes y sus costos fijos elevados. Por tanto, solo se justifica invertir en estas si hay un mercado significativo dentro del propio país. Si la idea es exportar, hay que tener en cuenta la competitividad internacional.
“Tenemos que buscar los nichos de especialización y hacer operaciones en dos niveles. Por un lado, grandes proyectos que puedan ser financiados, planificados y ejecutados por empresas del Estado. Por otro, otros pequeños, asociados a cooperativas u otras formas de producción. Dar margen a que tanto las empresas estatales como el sector no estatal puedan avanzar.
-En esas cadenas de valor que señala, ¿qué peso tiene el conocimiento, la calificación del recurso humano?
-Un peso grande. En la biotecnología, por ejemplo, que hoy es un sector clave, el éxito está principalmente en el recurso humano formado y hay que pensar estratégicamente en cómo desarrollarlo y estimularlo, para que no emigre.
Impulsar el desarrollo industrial requiere reestructurar el plantel y reorientar la fuerza de trabajo calificada.
“Si existe esa masa crítica preparada, y tradición, en algunos sectores, vale más enfocarse en la calidad que en la cantidad. Digamos, no producir dos millones de zapatos, sino recuperar, por ejemplo, la marca Amadeo, hacerlos con todas las condiciones, y ofertarlos a mayor precio. Eso sería mejor que vender el cuero y luego importar calzado.
“Se trata de buscar un nicho para competir, no de hacer una industria grande, porque nunca podremos competir con los chinos o los vietnamitas en eso”.
-Hay quienes consideran que en Cuba no se puede medir objetivamente la competitividad de los sectores industriales. ¿Qué opina usted?
-Totalmente de acuerdo. Hay sectores claramente irrentables, mientras otros son visiblemente competitivos, como el níquel y la biotecnología. Pero existe una amplia gama en la zona gris.
“Solo cuando desaparezca la dualidad monetaria y cambiaria se podrá saber bien cuáles son competitivos y cuáles no. Esta es como una gran cortina opaca que impide ver lo que realmente sucede en la economía. Cuando llegue la hora cero podrá medirse cuáles tienen perspectivas y cuáles no.
Potenciar las inversiones en sectores clave permitirá obtener mejores dividendos.
“Actualmente, se realizan experimentos en ese sentido en algunas empresas, pero su utilidad es limitada porque para tener una idea real del impacto del cambio este debe hacerse a nivel de toda la economía. Si las entidades con las que se relacionan esas empresas no operan bajo el mismo régimen, la medición estará sesgada”.
El académico insiste en que lo más importante es unir los tipos de cambio, pero –señala– “este es un asunto muy complejo, que incluye la balanza de pagos, la cuenta corriente, la de capital… y en Cuba tenemos un gran problema con eso, por el bloqueo de Estados Unidos, porque la moneda que más se emplea en el comercio internacional es el dólar norteamericano y nosotros no la podemos usar; ese es un impedimento real que impone a nuestros empresarios trabajar en condiciones muy difíciles e impacta, horizontalmente, a todos los sectores”.
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