Por Avner Offer, an emeritus professor of economic history at the University of Oxford, fellow of All Souls College, and member of the British Academy, is the co-author (with Gabriel Söderberg) of The Nobel Factor: The Prize in Economics, Social Democracy, and the Market Turn (Princeton University Press
OXFORD – De las elites que manejan la sociedad moderna, sólo los economistas tienen un Premio Nobel, cuyos últimos ganadores, Oliver Hart y Bengt Holsmtröm, acaban de ser anunciados. Cualquiera sea la razón para este estatus único de los economistas, el halo conferido por el premio puede -y muchas veces lo ha hecho- otorgar credibilidad a políticas que afectan el interés público, por ejemplo al fomentar la desigualdad y al aumentar la probabilidad de crisis financieras.
Pero la economía no está del todo exenta de competencia. Una visión diferente del mundo guía la distribución de aproximadamente el 30% del PIB -para empleo, atención médica, educación y pensiones- en la mayoría de los países desarrollados. Esa visión sobre cómo debería manejarse la sociedad -la socialdemocracia- no es sólo una orientación política; también es un método de gobierno.
La economía estándar supone que la sociedad está impulsada por individuos egoístas que operan en los mercados, cuyas opciones aumentan hasta un estado eficiente a través de la "mano invisible". Pero esta doctrina no está bien fundamentada ni en la teoría ni en la práctica: sus premisas son poco realistas, los modelos que sustenta son inconsistentes y las predicciones que produce muchas veces son equivocadas.
El Premio Nobel de Economía fue donado por el banco central de Suecia, el Riksbank, en 1968. El momento no fue accidental. El nuevo premio surgió de un conflicto de larga data entre los intereses de los más favorecidos en precios estables y los intereses de todos los demás en reducir la inseguridad mediante impuestos, inversión social y transferencias. La Real Academia Sueca de Ciencias otorgó el premio, pero Suecia también era una socialdemocracia avanzada.
Durante los años 1950 y 1960, el Riksbank se enfrentó al gobierno de Suecia por la gestión del crédito. Los gobiernos le daban prioridad al empleo y la vivienda; al Riksbank, liderado por un director resuelto, Per Åsbrink, le preocupaba la inflación. Como recompensa por las restricciones sobre su autoridad, al Riksbank finalmente se le permitió donar un Premio Nobel en Economía como un proyecto vanidoso por su tricentenario.
Dentro de la Academia de Ciencias, un grupo de economistas de centro-derecha se apropió del proceso de selección de los ganadores. Los laureados conformaban una muestra de alta calidad de la academia económica. Un análisis de su influencia, inclinaciones y sesgos indica que el comité Nobel mantuvo una apariencia de justicia a través de un equilibrio rígido entre la derecha y la izquierda, los formalistas y los empiristas, la Escuela de Chicago y los keynesianos. Pero nuestra investigación indica que los economistas profesionales, en general, están más inclinados hacia la izquierda.
El poder en la sombra del premio fue el economista de la Universidad de Estocolmo Assar Lindbeck, que se había alejado de la socialdemocracia. Durante los años 1970 y 1980, Lindbeck intervino en las elecciones suecas, invocó la teoría microeconómica contra la socialdemocracia y advirtió que los impuestos altos y el pleno empleo conducían al desastre. Sus intervenciones desviaron la atención del grave error en materia de políticas que se estaba cometiendo en aquel momento: la desregulación del crédito, que condujo a una profunda crisis financiera en los años 1990 y anticipó la crisis global que estalló en 2008.
Los temores de Lindbeck eran similares a los del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Tesoro de Estados Unidos. La insistencia de estos actores en la privatización, la desregulación y la liberalización de los mercados de capital y del comercio -el llamado Consenso de Washington- enriqueció a las elites empresarias y financieras, generó crisis agudas y minó el crecimiento de las economías emergentes.
En Occidente, la prioridad acordada a las normas individualistas y subjetivas subyacentes al Consenso de Washington creó un contexto propicio para el aumento de la corrupción, la desigualdad y la desconfianza en las elites gobernantes -las consecuencias no intencionadas de las premisas de elección racional y del primero yo-. Con el surgimiento en las economías avanzadas de trastornos anteriormente asociados con los países en desarrollo, el politólogo sueco Bo Rothstein ha solicitado a la Academia de Ciencias (de la cual es miembro) que suspenda el Premio Nobel de Economía hasta que se investiguen esas consecuencias.
La socialdemocracia no está tan profundamente teorizada como la economía. Constituye un conjunto pragmático de políticas que ha sido profundamente exitoso en cuanto a mantener la inseguridad económica a raya. A pesar de haber sido atacada de manera implacable durante décadas, sigue siendo indispensable para ofrecer los bienes públicos que los mercados no pueden proporcionar de manera eficiente, equitativa o en cantidad suficiente. Pero la falta de un respaldo intelectual formal implica que inclusive los partidos nominalmente socialdemócratas no entienden del todo cuán bien funciona la socialdemocracia.
A diferencia de los mercados, que recompensan a los ricos y exitosos, la socialdemocracia está basada en el principio de la igualdad cívica. Esto crea una preferencia por privilegios del tipo "un tamaño sirve para todos"; pero desde hace tiempo ha habido maneras de manejar esta limitación. Como la economía parece ser convincente y porque la socialdemocracia es indispensable, las dos doctrinas han mutado para adaptarse mutuamente -lo que no quiere decir que su matrimonio sea un matrimonio feliz.
Como sucede con muchos matrimonios desdichados, el divorcio no es una opción. Muchos economistas han respondido al fracaso de las premisas principales de su disciplina retirándose a la investigación empírica. Pero la validez resultante llega a expensas de la generalidad: los ensayos controlados aleatoriamente en forma de experimentos locales no pueden remplazar una visión global del bien social. Una buena manera de empezar a reconocer esto sería elegir a los ganadores del Premio Nobel en consecuencia.
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