Las falsedades de los republicanos son extremas, como la que retrata la caravana de migrantes como una gran invasión
El presidente Donald Trump, en un mitin en Missouri. MIKE SEGAR (REUTERS)
Durante mi primer año como columnista de The New York Times no se me permitía usar la palabra “mentira”. Ese primer año coincidió con las elecciones de 2000, cuando George W. Bush, de hecho, faltaba sistemáticamente a la verdad respecto a sus propuestas económicas, diciendo cosas falsas sobre quién se beneficiaría de la rebaja de impuestos y sobre las repercusiones que tendría la privatización de la Seguridad Social. Pero la idea de que el candidato presidencial de un gran partido pasase de maquillar sus propuestas a mentir directamente parecía intolerable, y se consideraba que decirlo era pasarse de castaño a oscuro.
Obviamente esa prohibición ya no se mantiene en mi página de opinión, y las grandes organizaciones de medios están cada vez más dispuestas a señalar las mentiras descaradas. Pero persiguen una diana móvil, porque las falsedades son cada vez más grandes y generalizadas. De hecho, a estas alturas, el mensaje electoral republicano solo consiste en mentiras; es difícil encontrar una sola cosa verdadera en su programa.
Y sí, es un problema republicano (y no solo de Donald Trump). Los demócratas no son santos, pero su campaña se basa principalmente en asuntos reales, y en general, defienden más o menos lo que afirman defender. Los republicanos, no. Y la absoluta falta de honestidad de los republicanos a la hora de hacer campaña debería ser en sí una cuestión política decisiva, porque en este momento define el carácter del partido.
¿Acerca de qué mienten los republicanos? Como he dicho, prácticamente acerca de todo. Pero hay dos grandes temas. Mienten acerca de su programa, al fingir que sus políticas ayudarán a la clase media y a los trabajadores, cuando de hecho harán lo contrario. Y mienten acerca de los problemas a los que se enfrenta Estados Unidos, exagerando la amenaza imaginaria que suponen las temibles personas de tez oscura y atribuyendo cada vez más esa amenaza a conspiradores judíos.
Ambas clases de mentiras están arraigadas en el verdadero programa del Partido Republicano. Lo que los republicanos defienden, desde hace décadas, es la rebaja de impuestos para los ricos y los recortes de los programas sociales. Como era de esperar, el año pasado consiguieron forzar la aprobación de una enorme rebaja fiscal que beneficia principalmente a las grandes empresas y a los ricos y estuvieron a punto de aprobar, a falta de un voto, una “reforma” sanitaria que, según la Oficina Presupuestaria del Congreso, habría provocado que 32 millones de estadounidenses perdieran su seguro.
El problema del Partido Republicano es que su programa es profundamente impopular. Una gran mayoría de estadounidenses se opone a los recortes, mientras que la mayoría de los votantes quiere aumentar, no reducir, los impuestos a las grandes empresas y a las personas con rentas elevadas.
Pero en lugar de adaptar el programa a las preocupaciones de los votantes, los republicanos han recurrido a la estrategia del engaño. Han recurrido al “negro es blanco” y “abajo es arriba” en lo relativo al contenido político. Lo más espectacular es que se presentan como defensores de la protección para las personas con afecciones de salud preexistentes, una protección que su fracasado proyecto de ley sanitaria habría eliminado. Y afirman que son los demócratas los que amenazan al sistema sanitario para ancianos, el Medicare.
Por otro lado están recurriendo a lo de siempre: la xenofobia. Pero vender la xenofobia era más fácil en las décadas de 1980 y 1990, cuando Estados Unidos padecía unos niveles elevados de delincuencia. Desde entonces, el número de delitos violentos ha caído drásticamente. ¿Qué puede hacer un agorero? La respuesta es: mentir.
Las mentiras no han cesado desde el discurso de toma de posesión de Trump, que transmitió la falsa visión de una “carnicería estadounidense”. Pero se han vuelto cada vez más extremas, culminando con el retrato de una pequeña caravana de refugiados que todavía se encuentra a 1.500 kilómetros de la frontera como una invasión inminente y amenazadora, de algún modo llena de terroristas de Oriente Próximo enfermos. Y ahora se añade la insinuación de que los verdaderos culpables de esta invasión son unos siniestros financieros judíos. Porque ahí es donde acaban siempre los que hacen estas cosas. No son solo mentiras feas y destructivas. Más allá de eso, forjan la naturaleza del Partido Republicano. Ahora es imposible tener integridad intelectual, conciencia y al mismo tiempo seguir siendo un republicano de pro. Algunos conservadores tienen estas cualidades; casi todos ellos han abandonado el partido o están al borde de la excomunión.
Los que permanecen en él son, o bien fanáticos, dispuestos a lo que sea por conseguir el poder, o cínicos que buscan obtener una parte del botín. Y es ingenuo suponer que hay un límite en cuanto a lo lejos que un partido de fanáticos y cínicos está dispuesto a llegar. Cualquiera que pudiera tener un punto de contención, una línea roja de mala conducta que no estuviese dispuesto a cruzar, ya ha cogido la salida.
Esa es la razón por la que una campaña electoral republicana basada enteramente en mentiras debería ser en sí misma una cuestión política, una razón para votar por los demócratas, aunque uno quiera una rebaja de impuestos. Porque no hablamos solo de un partido que vende malas ideas con pretextos falsos. La adicción a las mentiras lo ha convertido también —seamos claros— en un partido de malas personas.
¿Qué hará entonces este partido si la semana próxima conserva el control pleno del Congreso? Lo que hemos visto una y otra vez es que para esta gente no hay límites ni fondo. Si consiguen ganar estas elecciones de mitad de mandato, esperen lo peor.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía © The New York Times Company, 2018 Traducción de News Clips.
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