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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 29 de diciembre de 2018

Mala fe, patetismo y economía de los republicanos



Edificio que alberga la Reserva Federal de EE UU. BROOKS KRAFT (GETTY IMAGES)

Ahora que 2018 toca a su fin, vemos muchos artículos sobre el estado de la economía. A mí, sin embargo, lo que me gustaría es hablar de algo diferente, del estado de la ciencia económica, al menos en cuanto a su relación con la situación política. Y ese estado no es bueno: la mala fe que domina la política conservadora a todos los niveles también se contagia a los economistas de tendencia conservadora.

Es triste, pero también es patético. Porque incluso a los economistas en otro tiempo respetados que se rebajan ante el trumpismo, el Partido Republicano les está dejando cada vez más claro que no quiere sus servicios y que solo están interesados en los economistas de pacotilla.

Lo que tienen que saber cuando se habla de ciencia económica y de política es que hay tres clases de economistas en el Estados Unidos moderno: los economistas profesionales liberales, los economistas profesionales conservadores y los economistas conservadores profesionales.

Cuando digo “economistas profesionales liberales” me refiero a los investigadores que tratan de entender la economía lo mejor que pueden, pero que, como seres humanos que son, también tienen preferencias políticas, lo que en su caso les sitúa en el lado izquierdo del espectro político estadounidense, aunque por lo general solo ligeramente a la izquierda del centro. Los economistas profesionales conservadores son sus homólogos en el centro derecha.

Los economistas conservadores profesionales son algo muy diferente. Es gente a la que incluso los profesionales de centro-derecha consideran charlatanes y cascarrabias; se ganan la vida fingiendo que se dedican a la verdadera ciencia económica – a menudo de forma incompetente – pero, en realidad, solo son propagandistas. Y no, no existe una categoría equivalente en el otro lado, en parte porque es mucho más probable que los multimillonarios que financian dicha propaganda sean de derechas que de izquierdas.

Pero permítanme que deje aparcado un momento el tema de los economistas de pacotilla puros, y hable de la gente que al menos antes parecía que intentaba hacer ciencia económica de verdad.

¿Influyen las preferencias políticas de los economistas en su investigación? Sin duda afectan a la elección del tema: es más probable que a los liberales les interese el aumento de la desigualdad o los aspectos económicos del cambio climático que a los conservadores. Y como la naturaleza humana es como es, algunos de ellos – vale, de nosotros –de vez en cuando realizan un razonamiento inducido y llegan a unas conclusiones que se ajustan a su postura política.

Sin embargo, antes creía que estos fallos eran la excepción, no la regla, y los economistas liberales que conozco se esfuerzan por no caer en esa trampa y se disculpan cuando lo hacen.

Pero, ¿hacen lo mismo los economistas conservadores? Cada vez da más la impresión de que la respuesta es no, al menos para los que desempeñan un papel destacado en el discurso público.

Incluso durante los años de Obama, resultaba sorprendente la gran cantidad de economistas conocidos de tendencia republicana que seguían la línea del partido sobre la política económica, incluso cuando esa línea chocaba con el consenso profesional no político.

Por consiguiente, cuando un demócrata estaba en la Casa Blanca, los políticos del Partido Republicano se oponían a todo aquello que pudiese mitigar los costes de la crisis financiera de 2008 y sus consecuencias; y lo mismo hacían muchos economistas. El caso más conocido es el de un destacado economista republicano que en 2010 denunció los esfuerzos de la Reserva Federal para combatir el desempleo advirtiendo de que corrían el riesgo de provocar “una devaluación monetaria e inflación”.

¿Debatían de buena fe estos economistas? Incluso en aquella época, existían buenas razones para sospechar lo contrario. Para empezar, esas terribles e irresponsables medidas de la Reserva eran muy parecidas a lo que Milton Friedman recomendaba para las economías deprimidas. En segundo lugar, algunos de los que criticaban a la Reserva elaboraban teorías conspirativas a lo Donald Trump y acusaban a la Reserva de imprimir dinero no para ayudar a la economía, sino para “rescatar a la política fiscal”, es decir, para ayudar a Barack Obama.

También resultaba revelador que ninguno de los economistas que advertían, equivocadamente, de la amenaza de la inflación estaba dispuesto a admitir su error a posteriori.

Pero la verdadera prueba llegó después de 2016. Un cínico rematado podría haber esperado que los economistas que denunciaron los déficits presupuestarios y el dinero fácil con un demócrata en el poder cambiasen de repente de postura con un presidente republicano.

Y ese cínico rematado habría estado en lo cierto. Después de años de histeria por los males de la deuda, los economistas de la cúpula republicana apoyaron con entusiasmo los recortes fiscales que afectaban negativamente al presupuesto. Tras denunciar las políticas del dinero fácil cuando el desempleo estaba por las nubes, algunos se hicieron eco de las peticiones de Trump para que bajaran los tipos de interés con un desempleo inferior al 4%, y el resto se mantuvo curiosamente callado.

¿Cuál es la explicación de esta epidemia de mala fe? Una parte se debe claramente a la ambición de los economistas conservadores, que siguen esperando que los nombren para ocupar altos cargos. Y sospecho que otra parte podría ser solo el deseo de permanecer del lado de la gente poderosa.

Pero esta autohumillación profesional es un poco patética, porque las recompensas que anhelan los economistas de centro derecha no han llegado, y nunca llegarán.

Y no es solo que Trump haya creado un Gobierno con lo peor y lo más estúpido. La verdad es que el Partido Republicano moderno no quiere oír a los economistas serios, sea cual sea su postura política. Prefiere a los charlatanes y a los cascarrabias, que es su clase de gente.

De modo que lo que hemos aprendido sobre la ciencia económica en estos dos últimos años es que muchos economistas conservadores estaban dispuestos, de hecho, a comprometer su ética profesional por fines políticos, y que han vendido su integridad a cambio de nada.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía

© The New York Times, 2018

Traducción de News Clip

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