Los republicanos tachan a los demócratas de socialistas, pero son ellos los que se han vuelto más radicales
El candidato demócrata a la presidencia de EE UU, Bernie Sanders. JIM WATSON (AFP)
¿Qué piensan de la panda de socialistas que acaban de ver debatiendo en el escenario? Un momento, podrían replicar, no hemos visto a ningún socialista. Y tendrían razón. El Partido Demócrata ha girado claramente hacia la izquierda en los últimos años, pero ninguno de los candidatos a la presidencia es, ni remotamente, socialista de verdad. No, ni siquiera Bernie Sanders, que en el fondo acepta esa etiqueta más por una cuestión de marca (“¡Estoy en contra del sistema!”) que de contenido.
En estos debates nadie quiere que los medios de producción sean de propiedad pública, que es lo que el socialismo solía defender. La mayoría de los candidatos son más bien lo que los europeos llamarían “socialdemócratas”: partidarios de una economía impulsada por el sector privado, pero con una red de seguridad social más fuerte, un mayor poder de negociación de los trabajadores y una regulación más estricta de las infracciones de las empresas. Quieren que EE UU se parezca más a Dinamarca, no más a Venezuela.
Sin embargo, algunos republicanos destacados definen habitualmente a los demócratas, incluso a los del ala derecha del partido, como socialistas. En efecto, todo apunta a que las denuncias del programa “socialista” de los demócratas serán las protagonistas de la campaña para las elecciones. Y todos los que trabajan en los medios de comunicación lo aceptan porque lo creen normal.
Esto nos demuestra hasta qué punto el extremismo republicano se acepta como un hecho, algo que apenas merece la pena mencionar. Para entender a qué me refiero, imagínense el revuelo en los medios y el clamor ante la falta de urbanidad si cualquier demócrata conocido describiese a los republicanos como un partido de fascistas, y no digamos ya si los demócratas convirtiesen esa afirmación en el elemento fundamental de su campaña nacional. Y acusarles de algo así sería sin duda pasarse de la raya, pero se acercaría mucho más a la verdad que llamar a los demócratas socialistas.
El otro día, The New York Times publicaba una tribuna de opinión en la que se empleaba el análisis de plataformas de partidos para situar a los partidos políticos estadounidenses en un espectro de izquierda-derecha junto con sus homólogos en el extranjero. El estudio descubrió que el Partido Republicano está muy a la derecha de los principales partidos conservadores europeos. Incluso está a la derecha de partidos que se oponen a los inmigrantes como el UKIP británico y el Reagrupamiento Nacional francés. Básicamente, si encontrásemos algo parecido a los republicanos estadounidenses en otro país, los clasificaríamos como extremistas nacionalistas blancos.
Es cierto que es únicamente un estudio, pero encaja con muchas otras pruebas. Los politólogos que utilizan los votos del Congreso para hacer un seguimiento de la ideología han hallado que los republicanos han girado drásticamente hacia la derecha a lo largo de las últimas cuatro décadas, hasta el punto de que ahora son más conservadores que en el apogeo de su Época Dorada.
También pueden comparar al Partido Republicano, punto por punto, con partidos que casi todo el mundo tildaría de autoritarios de derechas, partidos como el Fidesz húngaro, que ha conservado algunas de las formas de la democracia, pero que en realidad ha creado un Estado monopartidista permanente. El Fidesz ha consolidado su poder politizando el Poder Judicial, creando normas electorales amañadas, eliminando a los medios de comunicación de la oposición y utilizando el poder del Estado para recompensar a los amigos del partido y castigar a las empresas que no obedecen las reglas. ¿Les parece eso algo que no pueda suceder aquí? Es más, ¿no se parece eso a algo que ya está sucediendo aquí y que los republicanos intentarán seguir haciendo si tienen la oportunidad?
Se podría incluso afirmar que el Partido Republicano destaca entre los partidos nacionalistas blancos occidentales por su excepcional voluntad de acabar con las vallas de contención de la democracia. La manipulación extrema, la brutal supresión del voto y la eliminación de competencias de los cargos que el otro partido consigue obtener a pesar de todo son prácticas que parecen más extendidas aquí que en las democracias fallidas de Europa del Este.
Ah, ¿y no resulta curioso lo indiferentes que nos hemos vuelto ante las amenazas de persecución legal y/o de violencia física contra todo aquel que critique a un presidente republicano?
Por eso tiene gracia que los republicanos intenten tachar a los demócratas de socialistas antiestadounidenses. Si quieren ver a un partido que verdaderamente ha roto con los valores estadounidenses fundamentales, deberían mirarse en el espejo.
Pero, naturalmente, eso no pasará. Sea quien sea el candidato demócrata —incluso si es Joe Biden—, los republicanos lo describirán como la reencarnación de Hugo Chávez. La única duda es si funcionará. Podría no funcionar, o al menos no tan bien como en el pasado. Como se han pasado décadas llamando “socialista” a todo aquello que podía mejorar las vidas de los estadounidenses, los republicanos han despilfarrado gran parte de la fuerza de la acusación. Y Donald Trump, que alcanzó la presidencia con la ayuda rusa y prefiere claramente a los dictadores extranjeros en vez de a los aliados democráticos, probablemente es menos capaz de jugar la carta de “los demócratas son antipatrióticos” que los presidentes republicanos anteriores.
Así y todo, mucho dependerá de la manera en que los medios de comunicación aborden los ataques deshonestos. ¿Seguiremos viendo titulares que repiten afirmaciones falsas (“Trump dice que los demócratas prohibirán las hamburguesas”), con la información que aclara que la afirmación es falsa escondida dentro del artículo? ¿Habrá una cobertura de las propuestas políticas reales, en lugar de los análisis de carreras de caballos que solo preguntan cómo parece que están funcionando esas propuestas?
Supongo que lo descubriremos pronto.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2019. Traducción de News Clips.
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