LA HABANA. El almendrón reluciente hizo sonar el claxon. Así nos dimos cuenta de que habían llegado: personas de ojos azules y mejillas sonrosadas, que tomaban fotos cada dos minutos. Hasta ahora, el estereotipo era puramente cierto. Nuestro intercambio “people-to-people” recién comenzaba.
Los cubanos a menudo nos quejamos de la tergiversación frecuente de la realidad de la Isla. A pesar de eso, tenemos muchos prejuicios, por ejemplo, sobre los estadounidenses. De modo que fue una agradable sorpresa saludar a esos hombres y mujeres que me miraban directamente a los ojos, sonreían y estrechaban la mano con firmeza.
La cena estaba casi lista, y el grupo llegó justo a tiempo para ayudar con los toques finales. Los recibimos en casa de mi amigo Ernesto. Querían ver cómo vive una familia cubana promedio: qué comemos, cómo cocinamos, qué decimos cuando estamos todos sentados frente a la mesa.
Poco a poco, la conversación comenzó a llenar el lugar. “Esta es una casa hermosa”, dijo alguien, mientras que otro preguntó: “¿Quién es este pequeño?”, indicando la foto de un niño. Antes de comer, preparamos nuestros propios mojitos y brindamos.
Mari fue muy cariñosa con Cleo, el perro, y ya había aprendido a decir “hola, perrito”. Creo que todos sabían algunas palabras en español, como “gracias”, “por favor” o “mucho gusto”. Probablemente habían estado practicando, porque incluso se rieron con algunos chistes. O tal vez no, y se reían de todos modos.
Lisa recibió la tarea de aplastar ajo para el mojo (no mojito) para la yuca. “¡Oh, huele tan bien!”, dijo, como si nunca antes lo hubiera hecho. La cosa es que estaban disfrutando todo, incluso esos simples detalles.
“Los turistas de todo el mundo viajan a Cuba, y es ahora que los estadounidenses están aprendiendo por qué tanta gente está encantada con Cuba”, me dijo en 2016 Conner Gorry, una periodista de Nueva York establecida en La Habana. Ella ha escrito 20 guías de viaje para Lonely Planet, así que conoce de lo que está hablando. “No sabes cómo es un lugar, hasta que lo tocas con tus propios pies, con tus propias manos”.
Lo que impacta a la mayoría de los estadounidenses es la alegría de las personas, y principalmente la seguridad en las ciudades, a diferencia de otros países de América Latina, afirma Gorry. En su opinión, se trata de una especie de ejercicio de cómo funciona la propaganda.”Vienen aquí y dicen: ‘los cubanos son tan alegres… yo esperaba Corea del Norte’. A veces están tan sorprendidos que lamentan no haber leído mucho más antes de venir”.
Por supuesto, ciertas etiquetas no ayudan para nada. Dick Cluster, escritor y editor de Boston que traduce literatura cubana, puede explicarlo. “Un problema específico sobre los lectores estadounidenses (y peor, los editores estadounidenses), es lo que creen saber sobre Cuba. Podría ser la “Isla comunista”, el baile y la fiesta, los glamorosos años cincuenta… pero siempre es una Cuba estereotipada”.
En 1998, Cluster escribió un artículo que señalaba que los visitantes estadounidenses solían ver a Cuba a través de un solo ojo: como el paraíso o el infierno. Mucho después, en 2015, aseguraba que esa tendencia había cambiado bastante, debido a que más de sus conciudadanos venían a la Isla: “Creo que ahora es mucho menos bipolar que antes”.
Carmen y Ana, tía y abuela de Ernesto, fueron las estrellas de la noche. No hablaban inglés, así que debimos traducir las historias locas de su juventud, que cautivaron a los visitantes y los hicieron reír.
Como imaginamos, la cena fue deliciosa: arroz blanco, frijoles negros, pollo a la cazuela, ensalada de vegetales y plátanos fritos. Algo así como una comida típica local. Pero lo que lo hizo verdaderamente memorable fue otra cosa: la comida sabe mejor cuando uno disfruta la compañía.
De hecho, esa amistad mutua no es exactamente nueva. En su libro “Ser cubano, Identidad, nacionalidad y cultura”, el historiador Louis A. Pérez Jr. afirma que los estadounidenses y los cubanos desarrollaron desde el principio (siglo XIX) el tipo de familiaridad reservada con frecuencia a personas de la misma nación.
— “Imagina la fiesta que podríamos hacer aquí”, susurró Amber cuando subimos a la azotea.
— “¡Seguro! ¡Siempre lo he dicho!”, respondí.
Fue impresionante lo fácil que resultó pasar ese tiempo juntos, y descubrirnos tanto en común. Por ejemplo, a ninguno de nosotros nos gusta Donald Trump. Es curioso cómo les da a cubanos y estadounidenses otro motivo para estar de acuerdo.
Por alguna razón, cuestiones como los derechos humanos o la libertad de expresión —la agenda de los grandes medios sobre Cuba— me ponen un poco a la defensiva. Sin embargo, ellos no intentaron poner el dedo en la llaga, como otras personas del extranjero que he conocido. Sus preguntas siempre fueron educadas y respetuosas. Hablamos sobre política, Internet, el gobierno, las incertidumbres y expectativas sobre el futuro cubano… y sobre la familia, el trabajo o la dieta.
Adam, un tímido ingeniero del grupo, nos confesó que se preguntaba por qué la gente se quedaba en Cuba si había tantas dificultades. “Pero también tienen cosas buenas. Ahora lo veo”, comentó.
Sé que no eran estadounidenses comunes. Quizás nosotros, las personas que conocieron aquí, tampoco somos cubanos comunes. Finalmente todos nos despedimos. Abrazos y besos por todos lados. Una buena sensación siguió flotando en el aire: una vez que hablas con extraños, ya no lo son.
El grupo llegó en 2018, cuando la Advertencia de viaje establecida por el Departamento de Estado todavía estaba en vigor. Sin duda alguna esta medida frustró muchos planes de intercambio. Sin embargo, allí estábamos, charlando, mirando el paisaje en un barrio popular de La Habana.
A principios de 2019, los efectos perjudiciales de la publicidad negativa parecían haber disminuido: de enero a abril, la isla recibió más de 250 000 visitantes de Estados Unidos. Según funcionarios del Ministerio de Turismo, ese fue un crecimiento del 93,5 por ciento respecto al mismo lapso del año anterior.
Entonces aparecieron malas noticias.
El pasado 4 de junio, los departamentos del Tesoro y Comercio emitieron nuevas restricciones que prohíben los cruceros a la Isla y los viajes “people-to-people”.
Lo primero que pensé fueron los miles de propietarios y empleados de restaurantes, taxistas, anfitriones de Airbnb, guías locales… que verán sus trabajos yendo cuesta abajo. Como dice el refrán, en casa del pobre la felicidad no dura.
Durante los días siguientes seguí la ola de repercusiones surgidas por esta política sin sentido. Ha habido impotencia, irritación, abatimiento.
Después de un tiempo, apareció un rayo de esperanza cuando vi la reacción de los Pastores por la Paz. “Deberíamos estar indignados por lo que Trump está haciendo, pero debemos convertir esa indignación en acción. Trump no quiere que viajemos a Cuba, entonces debemos viajar a Cuba. Él está poniendo obstáculos en el camino, así que tenemos que superar los obstáculos”, declararon.
Por otro lado, expertos y ejecutivos de la industria de viajes han argumentado que las 12 categorías aún existen, bajo las cuales es legal viajar aquí. “Por favor, no piensen que ya no pueden viajar a Cuba a pesar de esta noticia. Solo tienen que ir de una manera autorizada”, afirmó la fotógrafa Kenna Klosterman, quien dirige grupos educativos a la Isla. Más tarde, un grupo bipartidista de senadores presentó en el Congreso la “Ley de Libertad para que los estadounidenses viajen a Cuba de 2019”.
Y de nuevo, como una pesadilla interminable, la administración Trump intenta sofocar al gobierno cubano y, por el camino, romper los puentes que habíamos construido. Desde el 10 de diciembre, los vuelos procedentes de Estados Unidos no pueden aterrizar en varias ciudades de la Isla, solo en La Habana. Últimamente, la misma restricción se aplica a los vuelos chárter.
Una vez más, muchas voces se elevaron para criticar la medida. “Sin embargo, esta nueva regulación no afecta los vuelos entre Estados Unidos y La Habana. Entonces, si siempre quisiste ir a Cuba, o has estado y quieres volver, ¡aún puedes!”, insistió el fotógrafo Alain Gutiérrez, director de Thru Cuban Eyes.
Tal persistencia me recordó aquella tarde en la azotea, cuando la conversación nos llevó a una moraleja no tan obvia: los lazos humanos entre cubanos y estadounidenses son más amplios y profundos que las relaciones políticas. Es como el agua, que siempre encuentra por dónde fluir.
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