Emmanuel Macron, durante una visita a una fábrica en Étaples (norte) el pasado 26 de mayo. En vídeo, el presidente francés presenta su plan para salvar la industria automotriz durante el acto. POOL / EL PAÍS (VÍDEO: REUTERS)
París - 06 JUN 2020 - 17:30 CDT
"Si usted quiere enterrar un problema, nombre una comisión”, decía George Clemenceau, primer ministro francés victorioso en la Primera Guerra Mundial. Clemenceau entendió que una comisión le servía al político para simular que abordaba el problema en cuestión y, al mismo tiempo, para asegurarse de que los expertos darían vueltas y vueltas al problema hasta que este se pudriese. Quizá de ahí saldría un informe que nadie leería y que quedaría archivado.
Emmanuel Macron no quiere enterrar ningún problema. Si acaso, como la mayoría de gobernantes en los países más golpeados por el coronavirus, el presidente corre el peligro de quedar enterrado por el problema. “Sepamos salir de los caminos trillados, de las ideologías: reinventarnos. Y yo el primero”, ha declarado. Y uno de los primeros pasos en la reinvención ha sido crear un comité de sabios. Su misión es entregarle a Macron en diciembre un informe sobre el mundo posterior a la covid-19.
Si existiese un dream team de la economía mundial, la “comisión de expertos sobre los grandes desafíos económicos” no desmerecería. La dirigen dos franceses: el execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional Olivier Blanchard y el Nobel Jean Tirole. En su nómina de estrellas, figuran los también Nobel Paul Krugman y Peter Diamond, el exsecretario del Tesoro estadounidense Larry Summers y la actual economista jefa de la OCDE Laurence Boone. En total, son 26 economistas de primera fila organizados en tres grupos: el clima, las desigualdades y la demografía.
No es la única comisión de expertos que ha nacido con el coronavirus, una crisis en la que han sido los especialistas —hasta ahora, sobre todo científicos— quienes han asesorado a los gobiernos y, en algunos casos, han pilotado la respuesta a la pandemia. Ciudades como Madrid o estados como Nueva York han nombrado a sus comités para imaginar el futuro.
Los tiempos son propicios para las comisiones de expertos. “Es comprensible que, en periodos de crisis, se alumbren nuevos dispositivos para agregar conocimientos y hacerlos útiles para la acción”, dice Daniel Agacinski, de France Stratégie, el organismo de análisis y prospectiva del Gobierno francés. “Cuando entramos en lo desconocido, es más urgente que nunca acotar lo desconocido, entender su carácter inédito y relacionarlo, en la medida de lo posible, con fenómenos conocidos”, añade Agacinski, responsable de un amplio informe, publicado en 2018, sobre los expertos y la democracia.
Existen antecedentes históricos, como el comité Macmillan, creado en el Reino Unido como respuesta a la crisis de 1929 y pilotado por John Maynard Keynes o, en el mismo país y unos años después, el informe Beveridge que alumbró el Estado del bienestar de la posguerra.
La última gran crisis antes del coronavirus, la Gran Recesión, dejó su ristra de comisiones. Solo en Francia hubo dos. Una de ellas, dirigida por el economista Jaques Attali, preparó un plan para “liberar el crecimiento francés” que acabó inspirando parte del programa del actual presidente. La mano derecha de Attali en la comisión era un joven alto funcionario entonces del todo desconocido. Se llamaba Emmanuel Macron.
La otra, en realidad, se constituyó en 2007, un año antes de estallar la crisis, y tenía por misión evaluar la utilidad del producto interior bruto (PIB) para medir la realidad de economía y la necesidad de tomar en cuenta otros elementos como el bienestar de los ciudadanos. La dirigieron tres economistas de primer rango: los Nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen y el francés Jean-Paul Fitoussi, que hoy señala diferencias clave entre la comisión que él coordinó y la de Blanchard y Tirole.
Una diferencia es el tiempo: la suya presentó sus primeros resultados en 2009, pero sus trabajos se prolongaron más allá. La comisión Blanchard-Tirole, en cambio, dispone de poco más de medio año. “Esto significa que no es una comisión para investigar sino para debatir sobre herramientas políticas y económicas ya conocidas y hacer tormentas de ideas”, valora Fitoussi. Y subraya otro rasgo: “Es un poco monocolor”. Es decir, centrista. En otras palabras, macronista. Uno de los reproches que se le ha hecho es la ausencia de la superestrella de la economía —y eminente experto en desigualdades— Thomas Piketty, identificado con la izquierda y crítico con Macron.
Riesgos
El baile entre los expertos y los políticos es delicado, y el riesgo de que el segundo instrumentalice al primero, considerable. “Según la situación en la que se encuentren, los responsables políticos sienten la tentación de agitar la figura del experto como autoridad o como espantajo”, dice Agacinski. “Ambas formas de instrumentalización inevitablemente son trampas para los sabios, cuyos discursos, cuando esto ocurre, acaban embarcados en conflictos políticos que los superan y los deforman”.
¿Escuchará Macron a Blanchard, Tirole y compañía? “No lo sé. Mi idea del político es que no está ahí para escuchar a los expertos: es él quien toma las decisiones. Si no, no vale la pena gobernar: para eso, ponemos expertos en piloto automático”, responde Fitoussi. “El papel de los expertos consiste en plantear las posibilidades y hacer reflexionar al político sobre estas posibilidades y sobre las consecuencias de sus decisiones”.
“MACRON NOS ANIMÓ A SER MÁS AMBICIOSOS”
Una economista catalana tendrá un papel clave en la comisión encargada de proponer al presidente francés Emmanuel Macron un plan para el mundo posterior a la covid-19. Mar Reguant (Súria, 1984), profesora en la Northwestern University de Chicago, capitaneará junto a su colega belga Christian Gollier el grupo de trabajo sobre el clima, uno de los tres que componen la comisión. “Queremos hacer un manual con propuesta concretas y que puedan adoptarse para abordar la urgencia del campo climático”, avanza Reguant. “Una propuesta que ya ha recibido mucho apoyo entre economistas es poner una tasa al carbono y redistribuir lo recaudado para compensar a las personas que se vean afectadas negativamente por estas políticas”. Es una cuestión que toca de lleno en el área de investigación de Reguant: la economía de la energía. E incide en el tema que, antes de la irrupción del coronavirus, más complicó la presidencia a Macron: la revuelta de los chalecos amarillos, que en su origen fue una revuelta de las clases medias empobrecidas, en la Francia de provincias, contra el aumento del precio del carburante. Reguant conocía a Olivier Blanchard y a Jean Tirole —los directores de la comisión— del Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde ella se formó. Y había trabajado con Gollier en la Escuela de Economía de Toulouse. Fueron Tirole y Gollier quienes la invitaron a participar en la comisión. La primera reunión se celebró por videoconferencia el 29 de mayo: a un lado, en el Palacio del Elíseo, Macron; en frente, los 26 economistas. “Duró dos horas y el presidente estuvo todo el tiempo. Nos escuchó. Hizo comentarios constructivos, bien pensados, y claramente estaba improvisado”, resume Reguant. “Nos animó a no limitarnos a hacer un resumen de lo que la gente piensa sino a ser más ambiciosos, a dar un paso más y, básicamente, a intentar cambiar el mundo”. ¿Cambiar el mundo? “Así es. Tal cual”, responde. “Dijo: ‘Tenemos una oportunidad de cambiar el mundo, a ver si la aprovechamos’. Así que tenemos trabajo”. Macron pidió a los sabios y sabias que no se limitasen a decir qué era lo ideal sino a centrarse en lo factible. “Evidentemente, él no se compromete con ninguna de las recomendaciones”, dice Reguant. “Pero, si son razonables, se compromete a estudiarlas”.
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