No es tan importante el tema de la propiedad, como sí el de los pasos a dar para convertir a las empresas en rentables y eficientes.
En este mundo cambiante, con crisis económicas cada vez más profundas, algunos gobiernos intentan aplicar cierto empirismo, a merced de intentar resolver la situación en que se encuentran. Pero no es ocioso, en sus tiempos libres, revisar ciertas teorías escritas en la historia moderna.
La diversidad de temas económicos analizados por Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820- 1895) fue muy amplia y eso no es casual, según la concepción de que “la anatomía de la sociedad hay que buscarla en la economía política” (en “Prefacio de la Contribución a la crítica de la economía política”).
Los clásicos del marxismo desarrollaron nuevas teorías o reformularon algunas, como la teoría del valor-trabajo, o de la plusvalía, o la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Se pudiera decir que, de todas las teorías y conceptos económicos del marxismo, hay especialmente dos que mayormente tuvieron que ver en la implantación del modelo económico de la URSS y, posteriormente, en el resto de los países socialistas, aunque muchas veces con variadas características entre una nación u otra.
Ellos fueron la teoría de la plusvalía y el concepto de la eliminación de las crisis periódicas del capitalismo, mediante la planificación.
Mucho se ha escrito sobre el proceso de creación de la plusvalía en la producción, donde el salario no es el precio del trabajo desarrollado por los obreros, sino de la fuerza de trabajo; de manera que los obreros trabajan para sí durante una parte de la jornada laboral y, durante el resto de la jornada laboral, trabajan para los dueños de los medios de producción.
Esa parte del trabajo, apropiada por los dueños, constituye la plusvalía;o sea, que la plusvalía –o beneficio en la producción– el dueño la extrae del trabajo obrero impagado.
Socializar medios de producción-debates
Entonces, para acabar con esa apropiación, se esgrimió la idea de que era necesario socializar los medios de producción. Si los obreros pasasen a ser los propietarios de los medios de producción, recuperarían en bienes la totalidad del trabajo realizado. Pero ahí comenzaron los debates y las variantes de solución: ¿todos los medios de producción, o solo los medios fundamentales de producción? ¿“Socializar” significa pasar los medios de producción solo a manos del Estado, o también es válido el traspaso de estos medios de producción a los trabajadores concretos de cada centro de trabajo, creando cooperativas en manos de los trabajadores?
¿Qué pasa si los medios socializados comienzan a dar menos beneficios y a pagar menos impuestos que cuando estaban en manos de particulares? ¿Hay que privatizar las empresas irrentables, que no se consideran esenciales o priorizadas? Y, como estas, muchas otras preguntas. Por ejemplo, al crearse empresas mixtas entre el Estado y capitalistas foráneos, ¿sigue existiendo “apropiación del trabajo del trabajador”, expresada en la parte de la ganancia que obtienen los inversionistas extranjeros?
El modelo soviético, establecido desde la época de Stalin (1878-1953) una vez abolida la “NEP” (“nueva política económica”, en ruso) de la época de Vladimir Lenin (1870-1924), fue el preponderante para responder estas preguntas, aun cuando existieron diferencias en su aplicación en cada país.
Desde entonces, muchas discusiones económico-políticas se han centrado en defender o bien la propiedad de los bienes de producción en manos de privados, o en manos del Estado.
Estas discusiones suelen olvidar que, en la economía moderna, los dueños mayormente no administran, sino que son beneficiarios de la utilidad neta de las empresas que poseen, después de pagar los impuestos a la sociedad. Se suele poner en primer orden el tema de la propiedad cuando, antes de obtener la utilidad, en las empresas previamente hay una ilimitada cantidad de procesos técnicos, administrativos, financieros, gerenciales y de otro tipo, que harán que sean más o menos rentables y eficientes.
¿De qué valdría que las empresas fuesen del pueblo, si de ellas apenas se obtienen beneficios? Antes de repartir las utilidades a favor del dueño, primero hay que crear esas utilidades. No se puede pensar en sancionar a los que logren dividendos superiores a la sociedad, si son privados, como aparece en la constitución cubana y en otros documentos.
En busca de eficiencia
No es tan importante el tema de la propiedad, como sí el de los pasos a dar para convertir a las empresas en rentables y eficientes.
En primer lugar, porque si el Estado deja de controlar los medios fundamentales de producción (que no son todos, como se quiere defender), equivaldría a un cambio del sistema socialista, que no es lo refrendado en la Constitución de la República, ni representaría el sentido de lo aprobado por el país en las consultas populares desarrolladas en los últimos tiempos (cambios a la Constitución, discusión y aprobación de los “Lineamientos”, etc.).
En segundo lugar, en los propios países capitalistas desarrollados han existido empresas públicas –o sea, pertenecientes al Estado–, pero compitiendo en el mercado, a la par que las empresas privadas, y no por ello esos países han dejado de ser capitalistas.
No es la propiedad en manos del Estado lo que ha provocado que muchas empresas no sean muy rentables, o sus manufacturas estén muy por debajo de su capacidad de producción, o se conviva permanentemente con escasez e insuficiente producción.
Los debates debieran centrarse en analizar cómo lograr la menor intromisión posible del dueño (el Estado) en la administración de sus empresas; cómo profesionalizar la gerencia de esas empresas, la gestión de sus recursos materiales, financieros y humanos, en búsqueda de la rentabilidad y el incremento de la producción.
En la actualidad se intenta responder a esas dificultades con las 15 medidas aprobadas para el sector empresarial estatal cubano; esperemos los resultados, para ver si ya son esas o no las medidas y si no harían falta medidas adicionales.
Nuevos conceptos de la empresa
Muchos mencionan que solo se puede ser eficiente si los medios de producción tienen un dueño absoluto, una persona que vigile y controle el proceso productivo y a los trabajadores. Los que así piensan, de forma absoluta, siguen creyendo en el establecimiento pequeño de principios del siglo XX.
Aun cuando las pequeñas y medianas empresas (pymes) puedan reaccionar con mayor dinamismo a las necesidades del mercado, o emplear a una gran cantidad de personas, una parte del producto interno bruto en los países desarrollados es creado tanto por las pymes, como por las grandes empresas y por las transnacionales; y allí no se observa al dueño trabajando al lado de los trabajadores.
Muchas veces los trabajadores ni conocen quiénes son los dueños de la gran empresa donde laboran, ya que muchas son sociedades anónimas, que cotizan o no en bolsas, con decenas de propietarios, donde una parte de la propiedad cambia de mano en mano, casi a diario. Estas empresas son eficientes, aunque no tengan a ningún dueño exigiéndoles para que trabajen.
El mundo moderno ha demostrado que no pocas de esas empresas son, en muchas ocasiones , tan eficientes como los negocios pequeños privados y, con su tamaño, generan economías de escala y mejor utilización de los recursos.
La propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción está para que esos medios brinden beneficios a la sociedad; no solo utilidad social en forma de mercancías producidas, sino buenos salarios para sus trabajadores, impuestos para la sociedad y utilidad a favor del dueño (el pueblo).
Entre planificación y mercado
En cuanto al segundo tema, la parte de la teoría marxista que más pudo haber incidido en los resultados económicos de los países socialistas tuvo que ver con la interpretación dada para introducir en la sociedad los conceptos de la planificación, la voluntad de organizar y dirigir la sociedad de tal modo que no existan crisis de sobreproducción, ni otras crisis periódicas del capitalismo.
Y la pregunta es: ¿qué es la planificación? Pudiéramos intentar responder esta pregunta basándonos en criterios recogidos en algunas obras, como la de Peter F. Drucker (1909-2005), uno de los pilares del pensamiento administrativo moderno. Lo curioso es que sería mejor definir qué no es la planificación.
La planificación no es cuantificación. La construcción de modelos o la simulación pueden ser útiles, pero no es planificación. La planificación no es un pronóstico. No se puede predeterminar el futuro, porque el futuro es impredecible. Cualquier intento en ese sentido es absurdo, como no tiene sentido culpar a una mala planificación de ser la causa de que los planes no se hayan cumplido.
La planificación no se refiere a decisiones a tomar en el futuro. Tampoco es un intento de eliminar el riesgo; ni siquiera es un intento de minimizarlo. En el planeamiento estratégico, las preguntas más importantes pueden ser –por ejemplo– las que se refieren al carácter actual o futuro de la empresa. Es la aplicación del pensamiento, el análisis, la imaginación y el juicio.
Es responsabilidad, más que técnica, en la que se puede partir de tres preguntas esenciales: ¿qué es la empresa? ¿Qué será? ¿Qué debería ser? De ahí pueden desprenderse otras preguntas, como: ¿qué actividades actuales debemos abandonar? ¿Cuáles deben pasar a segundo plano? ¿Cuáles debemos impulsar, con el aporte de nuevos recursos? ¿Qué cosas nuevas y diferentes debemos hacer y cuándo las haremos?
Un pronóstico intenta hallar el curso más probable de los hechos, o de las probabilidades. Pero el universo empresarial no tiene carácter físico, sino social. El empresario debe promover hechos o innovaciones que transformen la situación económica y social; debe modificar las probabilidades, que son la base de las predicciones, para procurar empresas futuras diferentes.
El planeamiento estratégico es el proceso continuo de adoptar decisiones empresariales ahora (asunción de riesgos), sistemáticamente, y con el mayor conocimiento posible de su carácter de futuro. Es organizar los esfuerzos necesarios para ejecutar estas acciones y medir los resultados de esas decisiones, comparándolos con las expectativas.
Indistintamente, se ha mencionado “planificación” y “planeamiento estratégico”. No son lo mismo, pero deben estar estrechamente ligados, teniendo en cuenta que mediante el planeamiento estratégico se define la estrategia, la visión para el futuro; mientras que la planificación operativa establece cómo llegar allí, diariamente o semanalmente. Ambos conceptos describen los planes de la empresa para alcanzar un futuro, pero en diferentes contextos.
Mercado y asignación de recursos
La planificación no puede significar fijar precios y salarios para toda la sociedad, de acuerdo a cálculos “científicos” de unos “burócratas” sentados en unos ministerios. La planificación puede y debe ayudar a concentrar recursos en líneas estratégicas aprobadas; pero no significa que los recursos se obtengan solo por asignaciones centralizadas, muchas veces en un divorcio total con las preferencias del mercado. Tampoco significa hacer pronósticos de cifras y guiarnos ciegamente por ellas, como si fuesen una camisa de fuerza. La vida es más rica en sucesos que cualquier planificación.
Hasta ahora, la asignación de recursos en la economía –lo mismo para nuevas inversiones que para compras de materias primas y otros activos circulantes–, mundialmente, solo se observa desde el Estado, por asignaciones y en base a una planificación centralizada; o mediante el mercado, con un papel preponderante de los precios en esa distribución y asignación de los recursos.
Como bien mencionan otros economistas, en particular Pedro Monreal, “la crítica a los precios de la planificación centralizada no equivale a negar la función de la regulación estatal, ni que se considere que el precio de mercado sea un mecanismo ‘óptimo’, ni que el modelo a seguir debería ser algo a lo que, de manera imprecisa, se le llama ‘libre mercado’”.
O sea, aun cuando el mercado deba tener un mayor peso en la economía, eso no equivale a que el Estado se desentienda de todo o no pueda influir en la economía, con una variada aplicación de instrumentos de política monetaria, inversiones, controles (por ejemplo: salarios mínimos, cuidado al medio ambiente y otros), de aplicación de impuestos y muchas otras variadas herramientas que no solo busquen eficiencia económica, sino también una mejor distribución de la riqueza y una adecuada justicia social, conforme a la construcción del socialismo.
Pero, en sentido general, el mundo no ha conocido un mejor método de asignación de recursos que el que se obtiene por el mercado, por la valoración de los productos y servicios que hagan los propios consumidores.
Ese ha sido el método principal aplicado por China y Vietnam. Al margen de las diferencias entre ambos –o entre ellos y Cuba–, no han dejado de ser países socialistas, con un único partido comunista como fuerza rectora de la sociedad.
Socialismo sin dogmas
Algunos temen porque la adopción de determinadas medidas o prácticas impliquen abandonar el socialismo y ese es el slogan que tratan de vender. Identifican el sistema con ciertos dogmas, olvidando que la historia demuestra que en cada momento siempre se han tenido que adoptar determinadas decisiones, aunque no siempre coincidan con los paradigmas establecidos hasta ese momento; así como que el marxismo no es partidario de dogmas.
Por ejemplo, en 1992 se consideró que era más importante que las personas religiosas pudiesen entrar al Partido Comunista, si tenían las mismas concepciones humanistas, de justicia social y el mismo interés de defender la Patria frente a agresiones externas, sin importar si la concepción de las personas religiosas sobre la génesis de la tierra era idealista y no materialista.
En 1993 se despenalizaron las divisas extranjeras y las personas con fuentes de acceso a ellas mejoraron su calidad de vida, en comparación con el resto de la sociedad, lo que generó diferencias sociales. No por ello se puede decir que se abandonó el socialismo. Se ha permitido la entrada de capital externo, tanto en empresas mixtas como en otras totalmente de capital extranjero. Se ha permitido la ampliación de la actividad por cuenta propia y no por ello se considera que hemos dejado de ser un país socialista.
Hoy, por los factores conocidos (bloqueo más intenso, covid-19, problemas de liquidez, etc.), hubo que crear tiendas en moneda libremente convertible (MLC), las cuales se incrementan cada día, aun cuando se sabe que una gran parte de la población no gana MLC ni puede adquirirla a precios oficiales. Esto crea diferencias significativas en la sociedad; sin embargo, no se deja de decir que se sigue avanzando en el modelo económico socialista.
La concepción sobre lo que significa la “planificación”, así como la asignación de recursos, los precios, los salarios y otros aspectos vinculados al existente concepto de la planificación, tendrán que cambiar algún día. Y no por ello el país, automáticamente, dejará de ser socialista.
La propiedad social sobre los principales medios de producción, la justicia social de la mano de una redistribución de los ingresos de la sociedad, el Partido Comunista como fuerza rectora de la sociedad y otros atributos pueden garantizar la permanencia como estado socialista.
Pero en modo alguno eso significa que las empresas estatales –o sea, pertenecientes a todo el pueblo– tengan que regirse por aprobaciones centralizadas, ajenas al mercado, para fijar precios, salarios, inversiones, controlar sus recursos financieros y pagos de sus obligaciones, entre otros elementos
Mientras más rentables y eficientes sean las empresas estatales, mayores recursos podrán brindar a sus trabajadores y por el bien de toda la sociedad.
Los clásicos del marxismo no pudieron profundizar en estos temas del funcionamiento de la sociedad socialista y, aunque lo hubiesen hecho, lo habrían escrito en otras condiciones históricas.
Tenemos una concepción dialéctica que reconoce cambios y confrontaciones con la realidad, que reconoce que la práctica humana es la comprobación decisiva de nuestros conocimientos. No es posible atarse a conceptos económicos creados hace un siglo, por la práctica seguida en la ex URSS, cuando han demostrado con creces que no llevan a la eficiencia, ni al incremento de la productividad del trabajo, ni de la economía.
El camino cubano tiene que seguir otras prácticas más exitosas, demostradas a lo largo de la historia. (2021)
Interesante exposición con énfasis en la Propiedad sobre los medios de producción y la Planificación, ambos temas en el centro y esencia del debate sobre la economía Cubana actual. En cuanto al primero se aprecian avances en la Actualización del Modelo, todavía a la espera de que se ponga la segunda velocidad. En ambos casos se lanzan elementos que deben contribuir a aclarar un poco a aquellas personas que todavía piensan, y son mayoría, que no se pueden cambiar muchisimas cosas sin cambiar la esencia ni abandonar los fines de una Revolución Socialista.
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