Hace unos años, tuve el privilegio de presidir una comisión sobre el crecimiento en los países en desarrollo. Sus integrantes tenían considerable experiencia en cuestiones de gestión económica, política y social en el contexto de aquellos países, y a pesar de sus diferencias, todos coincidían en algunos puntos esenciales. Hay dos que todavía se destacan en mi memoria.
En primer lugar, como señalamos en nuestro informe final, los modelos de crecimiento no inclusivos están condenados al fracaso: son incapaces de producir el crecimiento alto y sostenido que se necesita para reducir la pobreza y satisfacer aspiraciones humanas básicas en materia de salud, seguridad y oportunidades de contribución productiva y creativa a la sociedad. Subutilizan y usan mal recursos humanos valiosos, y suelen generar agitación política o social, a menudo signada por la polarización ideológica o étnica, que a su vez lleva a parálisis o grandes oscilaciones en materia de gestión.
Nuestra segunda gran conclusión fue que el crecimiento sostenido demanda una estrategia coherente y flexible, basada en valores y objetivos compartidos, en la confianza mutua y en cierto grado de consenso. Pero por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo.
Muchos países en desarrollo han experimentado extensos períodos de crecimiento lento o inexistente. En algunos casos el problema se debe a que la dirigencia del país está desorientada respecto de lo que es necesario hacer. Pero es mucho más frecuente que aunque los ingredientes para un modelo de crecimiento eficaz son bien sabidos, haya falta de consenso político o social sobre cómo implementarlo.
Generalmente, la transición hacia un equilibrio de crecimiento superior no es gradual ni incremental. Demanda un salto discontinuo en expectativas y políticas, y un cambio fundamental en el consenso político y social; cuando esto ocurre, es esencial la presencia de un liderazgo que ofrezca a los ciudadanos una visión alternativa, basada en valores compartidos, que todos los actores puedan apoyar. Ese liderazgo puede surgir de arriba, de abajo o de algún grupo representativo. Pero la persistencia de equilibrios de bajo crecimiento en muchos países muestra que a menudo no surge en lo absoluto.
Los efectos derrame del crecimiento no inclusivo ya son evidentes en casi todas partes, en diversos grados, en la forma de polarización social, parálisis e incoherencia de la gestión, y una pérdida generalizada de confianza pública. A tal respecto, la experiencia de los países en desarrollo puede ofrecer importantes enseñanzas a las autoridades y diversos actores de las economías avanzadas.
Ya hubo avances en la identificación de los factores que causaron una pérdida de inclusividad económica en las últimas tres décadas. Esto es importante: sólo comprendiendo la naturaleza del desafío podremos elaborar respuestas más eficaces. Un diagnóstico errado, surgido de un análisis deficiente o apresurado, llevará a una respuesta ineficaz y, probablemente, contraproducente.
Dicho eso, los análisis realizados hasta ahora no han generado todavía una conciencia generalizada de la amenaza que el crecimiento no inclusivo plantea a la productividad y al desempeño económico según se lo mide habitualmente. Los efectos económicos adversos del crecimiento no inclusivo crecen y se multiplican lentamente con el tiempo, y seguirán haciéndolo de no mediar una acción colectiva que cambie los patrones distributivos imperantes (acción que por lo general, pero no necesariamente, se manifiesta a través del Estado).
Habrá quien no concuerde con esta afirmación, por considerar que los factores que impulsan el dinamismo y el desempeño económico son independientes de las pautas distributivas. A esas personas yo les señalaría la segunda enseñanza que nos deja la experiencia de los países en desarrollo: las pautas de crecimiento no inclusivo debilitan la confianza y finalmente la gobernanza, con lo que a su vez recortan la capacidad de las autoridades de sostener políticas y estrategias favorables a un alto crecimiento.
Para decirlo claramente: sin negar la utilidad del análisis profundo, el cambio sólo será posible con una amplia convergencia social y política en torno de valores y objetivos compartidos, algo lamentablemente ausente hoy en muchos países. Se necesita confianza de las personas entre sí y hacia sus dirigentes, y un acuerdo respecto de cómo evaluar y responder a las tendencias económicas y sociales polarizantes.
En tanto, la continuidad de la inacción fomentará la alienación y creará un círculo vicioso de desconfianza y parálisis que, a menos que se corte, impedirá cualquier acción eficaz. Ya hay muchas importantes iniciativas dedicadas a diversas dimensiones del desafío de la inclusividad, que abarcan no sólo la desigualdad de ingresos y riqueza, sino también la automatización, la inteligencia artificial y el futuro del trabajo. Pero a pesar de sus buenas intenciones, todavía no es seguro que alguna de ellas siente las bases para una respuesta política eficaz.
No se debe despreciar el valor de un análisis profundo de problemas tan complejos, pero no esperemos que el diagnóstico acertado baste para superar la parálisis política. El otro ingrediente clave es la participación directa. Restaurar la confianza pública demandará un compromiso profundo y sostenido, y un nuevo consenso de una amplitud tal que permita superar las divisorias políticas y sociales que son legión en las economías avanzadas.
Desde este punto de vista, la abundancia de comisiones y otras iniciativas estructuradas en torno de la inclusión, que en circunstancias menos polarizadas podrían parecer excesivas y redundantes, es realmente muy alentadora. Reunir voces diversas venidas del empresariado, la industria, el trabajo, el Estado, la academia y la sociedad civil (y hacerlo con la mayor frecuencia posible) es exactamente lo que se necesita ahora.
Aunque el aspecto participativo de la búsqueda del crecimiento inclusivo parezca un poco impreciso (especialmente en comparación con el análisis concreto), en realidad es un elemento crucial. Reunir a personas que desacuerdan o incluso desconfían unas de otras es el primer paso de la creación de bases sólidas para la futura acción colectiva.
Traducción: Esteban Flamini
Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Advisory Board Co-Chair of the Asia Global Institute in Hong Kong, and Chair of the World Economic Forum Global Agenda Council on New Growth Models. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World.
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