La reforma fiscal beneficia, sobre todo, a los multimillonarios que viven de las rentas
Obreros de la construcción en Nueva York. ROBERT NICKELSBERG GETTY
Siempre podemos estar seguros de que los republicanos van a hacer dos cosas: tratar de bajarles los impuestos a los ricos e intentar debilitar el colchón de seguridad para los pobres y la clase media. Pasó con George W. Bush, que le bajó drásticamente los impuestos al 1% más rico de la población y pretendió privatizar la Seguridad Social. Y lo mismo ha ocurrido con el presidente Trump; las propuestas legislativas del partido no muestran asomo alguno del populismo adoptado por Trump en la campaña electoral.
Pero mientras un proyecto de ley tributaria terrible, inútil y muy malo va camino de la votación definitiva, algo se ha añadido a la mezcla. Como de costumbre, los republicanos intentan afligir a los afligidos y acomodar a los acomodados, pero no tratan igual a todos los estadounidenses con una renta dada. Por el contrario, su proyecto de ley –del que no tenemos todos los detalles, pero cuya forma está clara– favorece enormemente a los propietarios, ya sea de empresas o de activos financieros, frente a aquellos que simplemente trabajan para ganarse la vida.
Y este trato de privilegio a los ingresos no salariales no es accidental. Los republicanos de hoy exaltan a los "creadores de puestos de trabajo", es decir, a quienes poseen empresas, ya sea directa o indirectamente, a través de sus carteras de acciones. Al mismo tiempo, muestran un desprecio implícito por los meros empleados.
Hablaré enseguida de ese desprecio. Pero primero, el proyecto de ley tributaria: el elemento más caro es un fuerte recorte del impuesto de sociedades. Aunque parte de esta rebaja fiscal podría filtrarse hacia abajo en forma de subidas salariales, los economistas especializados en temas tributarios coinciden en que la mayor parte de la rebaja irá a parar a los accionistas, no a los trabajadores. De modo que es principalmente una rebaja fiscal para los inversores, no para la gente que trabaja para ganarse la vida.
Y el segundo elemento más importante del proyecto de ley es una exención fiscal para personas cuyos ingresos proceden de la propiedad de una empresa y no de un salario. El Centro de Política Tributaria, una institución independiente, ha evaluado el proyecto de ley del Senado, que es al que se espera que se parezca la ley definitiva. En su opinión, la ley reduciría los impuestos a los propietarios de empresas, de media, tres veces más de lo que se los reduciría a aquellos cuya fuente de ingresos principal sea un salario o una renta del trabajo. En el caso de los trabajadores muy bien remunerados, la diferencia sería aún mayor, de hasta 10 a uno.
Como señala Howard Gleckman, uno de los profesionales del centro, esto podría significar, por ejemplo, que "un socio de una empresa inmobiliaria obtuviese una reducción tributaria mucho mayor que un cirujano empleado en un hospital, aunque sus ingresos sean los mismos". (Sí, buena parte del proyecto de ley parece específicamente diseñado para beneficiar a la familia Trump).
Si suena a mala política es porque lo es. Más que eso, abre las puertas a una orgía de evasión fiscal. Supongamos que logro que The New York Times deje de pagarme un salario, y en cambio le pague esa misma cantidad a Krugmanomics S. L., una empresa de asesoría compuesta por una sola persona –yo– que vende artículos de opinión. Seguramente lograría como resultado una buena rebaja de impuestos.
Por supuesto, la ley contendrá complicadas normas pensadas para limitar ese engaño al sistema, y probablemente impedirán que yo personalmente me aproveche de la nueva laguna jurídica. Pero como Gleckman dice respecto a estas normas, "puede que algunas fallen y que otras funcionen demasiado bien", es decir, denegar la exención fiscal a algunos propietarios de empresas que realmente deberían tener derecho a ella. Por término medio, sin embargo, es probable que fallen: se perderá mucho dinero a favor de quienes juegan con el sistema. Pensémoslo bien: estamos enfrentando una legislación diseñada a toda prisa, redactada sin la opinión de expertos y en solo unos días, contra los abogados y los contables más inteligentes que el dinero puede comprar. ¿Qué bando creen ustedes que ganará?
En consecuencia, no es arriesgado suponer que la ley aumentará el déficit presupuestario más de lo actualmente proyectado. Y mientras tanto, a pesar de todas sus promesas de simplificar nuestro sistema tributario, los republicanos lo han complicado en realidad hecho mucho más. ¿Por qué?
A fin de cuentas, el proyecto de ley tributaria parece una política horrible en todos los sentidos. Reducir el impuesto de sociedades es enormemente impopular; incluso entre los republicanos, la proporción de los partidarios de subirlo probablemente iguale a la de quienes piensan que debería bajarse. Las rebajas fiscales de Bush, al menos en principio, contaron con un amplio (aunque injustificado) respaldo popular; pero la inmensa mayoría de los ciudadanos desaprueban el actual plan republicano.
Pero los republicanos parecen incapaces de evitarlo: su desdén por los estadounidenses que son meros trabajadores, frente a los inversores, los herederos y los propietarios de empresas, es tan profundo que no logran contenerlo.
Cuando comprendí en qué medida los planes tributarios del Partido Republicano favorecerían a los propietarios, en contra de los trabajadores de a pie, recordé lo que ocurrió en 2012, cuando Eric Cantor –entonces presidente de la Cámara de Representantes– intentó celebrar el Día del Trabajo. Publicó para la ocasión un tuit que no mencionaba para nada a los trabajadores, sino que elogiaba a quienes "han construido una empresa y se han labrado su propio éxito".
Sí, fue una simple metedura de pata, pero muy reveladora; Cantor, producto de la cúpula republicana allá donde los haya, siente tan poco respeto por los trabajadores estadounidenses que olvidó incluirlos en un mensaje sobre el Día del Trabajo.
Y ahora ese desdén se ha trasladado a la legislación, en forma de proyecto de ley que trata a cualquiera que trabaje para otro –es decir, la inmensa mayoría de los estadounidenses– como un ciudadano de segunda clase.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017.
Traducción de News Clips.
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