CAMBRIDGE – Joseph Stiglitz, Roger Farmer y yo coincidimos hace mucho en lo que probablemente sean los puntos más importantes. Que el paradigma “neokeynesiano” (que atribuye los ciclos económicos a rigideces transitorias en salarios y precios) no basta para explicar hechos como la Gran Depresión y la Gran Recesión. Que después de la crisis financiera de hace una década se hizo demasiado poco por estimular la demanda agregada. Que una distribución del ingreso más igualitaria obra en el sentido de aumentar dicha demanda. Que para minimizar el riesgo de crisis futuras se necesita una regulación financiera considerablemente más estricta que la que había antes de 2008.
Sigo teniendo desacuerdos con Stiglitz en relación con el historial de las recomendaciones de políticas, y con Stiglitz y Farmer en algunos aspectos de la teoría del estancamiento secular.
Comencemos por el historial de políticas. Stiglitz no se equivoca al afirmar que los economistas no necesitan estar de acuerdo en cuestiones de factibilidad política. Pero deberían ser capaces de ponerse de acuerdo respecto de lo que dicen los textos. El artículo en el New York Times que Stiglitz cita con orgullo pide un paquete de estímulo de “entre 600 000 millones y un billón de dólares a lo largo de dos años”. El gobierno de Obama pidió y obtuvo un total de unos 800 000 millones de dólares, bien dentro del intervalo propuesto por Stiglitz (y esto, pese a la limitación política de necesitar aprobación del Congreso). De modo que no entiendo muy bien lo que dice.
Stiglitz asegura que el estudio que escribió en 2002 por encargo de la Asociación Federal Nacional Hipotecaria (Fannie Mae) sólo decía que las prácticas crediticias de la institución en aquel momento eran seguras. Pero yo lo leo de otra manera. El artículo habla de una probabilidad a diez años de quiebra inferior a uno en 500 000; señala que incluso si el análisis estuviera errado por un orden de magnitud, el riesgo para el fisco sería muy pequeño; y minimiza la posibilidad de que el modelo no tuviera en cuenta todos los riesgos, apelando a la aplicación del sistema regulatorio vigente entonces. Stiglitz cuestiona análisis de la Oficina de Presupuesto del Congreso, del Departamento del Tesoro y de la Reserva Federal que indicaban –basándose en la misma información con la que contaba él al momento de escribir el artículo– que la garantía estatal implícita de la que gozaba Fannie Mae podía resultar costosa.
En cuanto a los instrumentos financieros derivados, tampoco entiendo muy bien lo que dice Joe. En el artículo al que responde, yo dejé en claro que desearía no haber apoyado la ley de 2000. Pero también dije que no hay motivos para pensar que durante el gobierno de Bush, la Comisión de Futuros (CFTC) habría impuesto nuevas regulaciones importantes a los derivados de no haber existido dicha ley, y señalé la opinión de los asesores letrados en el sentido de que había un problema de incertidumbre jurídica que era importante resolver.
En relación con la teoría del estancamiento secular, Stiglitz y yo estamos de acuerdo en que después de la Segunda Guerra Mundial, la predicción de Alvin Hansen no se cumplió porque se dio una combinación de política expansiva y cambios estructurales en la economía. Es lo que dije hace cinco años al renovar la idea del estancamiento secular, cuando sugerí que en la situación en que estaba la economía en 2013, se necesitaba alguna combinación de expansión fiscal y cambio estructural para sostener el pleno empleo. En mis análisis del estancamiento secular, en todos los casos, hago hincapié en una variedad de factores estructurales, entre ellos la desigualdad, alta participación de los beneficios en el ingreso, cambios en los precios relativos y pautas globales de ahorro. ¿En qué no está de acuerdo Stiglitz?
Farmer, en su profundo comentario, sostiene que para pensar en el alto nivel crónico de desempleo hay que usar modelos como los que introdujo él en años recientes, y que con los microfundamentos correctos se puede concluir que la política fiscal es ineficaz. Creo que su metodología de modelización puede resultar muy fructífera, y me gustaría entenderla mejor. Pero por ahora, considero que la evidencia empírica, las comparaciones internacionales, los análisis de series temporales y los estudios de variaciones locales dentro de Estados Unidos son prueba convincente en el sentido de que la política fiscal funciona. Sin embargo, también creo que hay que considerar seriamente las ideas de Farmer en relación con el uso de la política monetaria para estabilizar los precios de los activos.
Finalmente, espero que Stiglitz responderá positivamente a mis reiteradas invitaciones a que debatamos estos temas en persona, en Columbia, Harvard u otro lugar apropiado. Algo en lo que todos estaremos de acuerdo es en la suma importancia de una mejor comprensión de las enseñanzas de la historia macroeconómica y de evitar que vuelvan a producirse acontecimientos como los de la década pasada.
Traducción: Esteban Flamini
LAWRENCE H. SUMMERS US Secretary of the Treasury (1999-2001) and Director of the US National Economic Council (2009-2010), is a former president of Harvard University, where he is currently University Professor.
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