PAUL KRUGMAN
15 FEB 2019 - 19:22 CET
David Malpass, candidato de Trump a presidir el Banco Mundial. (AFP) AFP
El debate político estadounidense ha estado dominado por la cuestión del muro de Donald Trump, un tema en el que la irracionalidad de este último sigue sorprendiendo hasta a sus críticos. Por eso me imagino que no muchos habrán oído que ha propuesto a David Malpass, en la actualidad subsecretario del Departamento del Tesoro, para dirigir el Banco Mundial. Pero es una noticia que vale la pena seguir.
Para empezar, aunque por regla general Estados Unidos consigue elegir el presidente del Banco Mundial (Europa se queda con el Fondo Monetario Internacional), habrá mucha oposición a Malpass, que tiene un historial de hostilidad hacia las instituciones internacionales. Es más, el nombramiento de Malpass como candidato subraya el excepcional carácter de los nombramientos económicos de Trump.
¿Excepcional en qué sentido? Pues excepcionalmente malo. Todo economista, un servidor incluido, se equivoca a veces. Pero Trump solo parece elegir hombres que se han equivocado en todo.
Pero aparte de eso, lo excepcional es la medida en la que este presidente escoge constantemente economistas cuya ideología choca con los puntos de vista políticos profesados por él mismo.
Estos días al menos, Trump es un defensor del dinero fácil que quiere que la Reserva Federal mantenga bajos los tipos de interés. Pero sigue nombrando deflacionistas, hombres que se han opuesto a cualquier intento de rescatar la economía de las crisis financieras, que han atacado vehementemente a la Reserva Federal por mantener los tipos bajos y que exigían una política de restricción monetaria cuando el desempleo era muy elevado.
¿Por qué lo hace? Llegaré a eso enseguida. En primer lugar, hablemos de quiénes están en su equipo.
El primero de la lista es Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional. Tiene un curioso historial. Como decía un analista, “ha elevado el error extravagante a una especie de arte de la performance”.
Quizá Kudlow sea más conocido por su incansable fe, contra toda evidencia, en la magia de las rebajas de impuestos, así como su menosprecio por los “obsesos de las burbujas” que predecían el desplome del mercado de la vivienda. Menos conocido es su elogio a los funcionarios de Bush en 2008 por tener la valentía de no rescatar a Lehman Brothers. Solo unas horas después de sus encomios, la caída de Lehman había sumergido al mundo entero en una crisis financiera.
Kevin Hassett, presidente del Consejo de Asesores Económicos, es otro negacionista de la burbuja, aunque su pronóstico más famoso se incluye en un libro que escribió en 1999, Dow 36,000, que, ajustado a la inflación, significaría aproximadamente situar el índice del Dow Jones en 55.000 puntos en la actualidad. Y lo que es más importante para la política actual, Hassett se encontraba entre quienes no dejaban de predecir, equivocadamente, que los esfuerzos de Ben Bernanke por luchar contra el desempleo causarían una inflación rampante.
Y luego está David Malpass, también negacionista de la burbuja y crítico acérrimo de Bernanke. Muchos analistas de prensa recuerdan su insistencia en 2007, siendo economista jefe de Bear Stearns, en que no había razones para preocuparse por el sistema financiero. Pocos meses después, su propia empresa se vino abajo.
Pero me parece que su comentario más revelador fue una diatriba en 2011 contra los tipos de interés bajos y lo que él consideraba una política de “debilidad del dólar”. Una política de tipos bajos, declaraba, perjudica a la economía porque “desincentiva el ahorro”, y un dólar bajo es malo para la confianza, o lo que sea.
Realmente era un mal análisis económico. En aquel momento, Estados Unidos registraba un desempleo del 9%, debido enteramente a un gasto privado insuficiente; en la medida en que desincentivaban el ahorro y hacían que la población gastase en lugar de ahorrar, los bajos tipos de interés habrían sido algo bueno, no un problema. Y el argumento de Malpass sobre el dólar era sencillamente incoherente.
Sin embargo, lo verdaderamente curioso es que las políticas que Malpass atacaba fuesen precisamente las que Donald Trump exige ahora: tipos bajos y un dólar más débil. Entonces, ¿por qué quiere Trump promocionarle a él y a otros como él?
Esta es mi interpretación: lo primero que Trump busca en un candidato es que comparta sus valores, sobre todo su absoluta falta de compasión por los menos afortunados que él. Y si uno quiere un alto cargo económico que no se preocupe por los pobres o los desafortunados, debe por fuerza buscar a alguien de derechas.
Pero Trump tiene también otro criterio: quiere personas que dependan personalmente de él, que no tengan ningún tipo de reputación profesional que defender y que, por tanto, no adoptarán una posición basada en principios. Es decir, solo quiere mediocres.
Y aquí está la cosa: los economistas segundones de derechas, con muy pocas excepciones, son tipos que defienden la restricción monetaria y que auguran que la hiperinflación está a la vuelta de la esquina. Por eso Trump acaba con funcionarios cuyas opiniones anteriores son diametralmente opuestas a lo que él afirma ahora.
¿Significa esto que los hombres que ha elegido se interpondrán a las políticas de Trump? No, ni mucho menos. Al fin y al cabo, son segundones y le dirán lo que él quiera oír.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times, 2019.
Traducción de News Clips.
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