May 14, 2019 JEFFREY D. SACHS
NUEVA YORK – La política nacional en Estados Unidos se ha vuelto esclava de indicadores macroeconómicos que tienen poca relación con el bienestar real. Para muchos comentaristas, la instantánea de una tasa de crecimiento del 3,2% durante el primer trimestre de 2019, combinada con una caída del índice de desempleo al 3,6% en abril, implica la reivindicación de las políticas económicas del presidente Donald Trump y, según algunos, aumenta sus chances de reelección.
Pero esta interpretación no tiene en cuenta lo que estos indicadores no miden. Y lo que no miden es lo que realmente importa a la opinión pública.
En su defensa de la rebaja impositiva de 2017, a la que le atribuye un 1,1% más de crecimiento anual del PIB en 2018‑2019, el economista de Harvard Robert J. Barroescribe: “Doy por sentado que un crecimiento económico más rápido es mejor que un crecimiento económico más lento” porque “millones de personas se benefician de tasas de crecimiento más altas, que suelen estar acompañadas por mayores salarios y menor desempleo, lo que ayuda especialmente a los menos favorecidos”.
Pero siempre es mejor no dar nada “por sentado”. Ya que es un firme creyente en la racionalidad de la gente, Barro debería considerar lo que la gente dice en realidad. Según la última encuesta de Gallup, el 40% de los estadounidenses aprueba la rebaja impositiva de 2017, contra un 49% que la desaprueba; una valoración neta negativa confirmada por varias otras encuestasrecientes. La opinión pública ve más allá de una mejora temporal del gasto y se preocupa por el aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza y por el creciente déficit fiscal. Siguiendo a Barro (a través de Ricardo), lo más probable es que prevean futuras subas de impuestos.
El rechazo continuado a la rebaja impositiva no es la única señal de descontento popular; hay otras incluso más notorias. El país está dividido a partes iguales en su valoración de la situación económica general; una mitad la describe como “excelente” o “buena” y la otra mitad como “regular” o “mala”. Un 49% de los estadounidenses cree que la situación económica está mejorando, mientras que el 50% considera que está empeorando o se mantiene igual. En términos generales, sólo el 31% está satisfecho con el rumbo del país, y el 67% está insatisfecho.
Los indicadores macroeconómicos no expresan todos los aspectos de la calidad de vida. Por ejemplo, pese a la expansión de la economía estadounidense en años recientes, el país padece una crisis de salud pública en aumento. Estados Unidos tuvo dos años consecutivos de reducción de la expectativa de vida, en 2016 y 2017; fue la caída consecutiva más larga desde la Primera Guerra Mundial y la posterior epidemia de gripe. Pero la caída actual obedece a la desesperación, no a la enfermedad. Los índices de suicidio y las sobredosis de opioides están en alza.
Otra epidemia alarmante que no aparece en el PIB o en los índices de desempleo es el enorme aumento de la ansiedad de los estadounidenses. Gallup lo expresó de este modo: “Pese al éxito de la economía, el año pasado más estadounidenses estuvieron estresados, enojados y preocupados que durante la mayor parte de la década pasada. Cuando se les pregunta cómo se sintieron ayer, en 2018 la mayoría de los estadounidenses (55%) dijo haber experimentado estrés durante gran parte del día, casi la mitad (45%) dijo haber sentido gran preocupación, y más de uno de cada cinco (22%) dijo haber sentido mucho enojo”. En 2018, la tríada estrés‑preocupación‑enojo llegó a un triple máximo decenal en Estados Unidos, que durante ese año fue el séptimo país más estresado del mundo, menos que Grecia, Filipinas e Irán, pero más que Uganda, Turquía y Venezuela.
Estas medidas de estrés se condicen con otro hallazgo notable: la felicidad declarada de los estadounidenses también disminuyó en 2018. Ante la pregunta de Gallup de cómo calificarían su vida en una escala de cero (pésima) a diez (óptima), la respuesta promedio de los estadounidenses en 2018 fue 6,9, contra 7,0 en 2017 y 7,3 en el período 2006‑2008. A pesar del aumento del PIB per cápita, la satisfacción declarada con la vida disminuyó durante la década pasada. En 2018, Estados Unidos quedó en 20.º lugar en el Informe Mundial de Felicidad, y en la mitad inferior de los países de la OCDE (en 2016‑2018 estaba en el 19.º lugar).
Incluso en sí mismos, los datos referidos al PIB y al nivel de empleo son menos impresionantes de lo que dan a entender los titulares. Por ejemplo, el crecimiento del PIB durante el primer trimestre muestra un aumento de inventarios, que puede ser presagio de una desaceleración del crecimiento de la producción en los próximos trimestres. Y en cualquier caso, sólo es una estimación preliminar. Asimismo, aunque una baja del desempleo es indudablemente alentadora, parte de la caída informada en abril refleja una reducción de la fuerza laboral. Sobre todo, la tasa de empleo sigue muy por debajo de su máximo anterior. El índice de empleo de la población civilen abril de 2019 estuvo en el 60,6% de la población en edad de trabajar, cayendo desde el máximo anual del 64,4% en 2000. El bajo nivel actual de la tasa de desempleo en Estados Unidos se debe en buena medida a que muchos estadounidenses mal remunerados salieron de la fuerza laboral.
Una mayoría de los estadounidenses no están felices con el rumbo de su país ni son tan ingenuos como para pensar que la rebaja impositiva de 2017 es una solución a sus males. A diferencia de muchos macroeconomistas, la gente sabe que la vida es mucho más que un aumento a corto plazo del crecimiento del PIB o una caída temporal de la tasa de desempleo. Estos indicadores son en el mejor caso una foto borrosa que no tiene en cuenta el futuro, ni el reparto desigual de los resultados, ni el alto y creciente nivel de ansiedad de los estadounidenses que conviven con una atención médica demasiado cara, deudas estudiantiles inmensas y falta de protección laboral. Tampoco tienen en cuenta la reducción de la expectativa de vida y la carga creciente de abuso de sustancias, suicidios y depresión.
Es hora de que los economistas, los analistas y los políticos adopten una mirada holística de la vida en estos tiempos y se tomen en serio los cambios estructurales a largo plazo necesarios para resolver las diversas crisis que aquejan a Estados Unidos y muchos otros países: de salud, de desesperación, de desigualdad y de estrés. Los ciudadanos estadounidenses, en particular, deben reflexionar sobre el hecho de que en muchos otros países la gente se siente más feliz y menos preocupada, y vive más años. En general, los gobiernos de esos países no están rebajando impuestos a los ricos y recortando servicios al resto. Atienden al bien común, en vez de beneficiar a los ricos y señalar estadísticas económicas ilusorias que ocultan más de lo que muestran.
JEFFREY D. SACHS Professor of Sustainable Development and Professor of Health Policy and Management at Columbia University, is Director of Columbia’s Center for Sustainable Development and of the UN Sustainable Development Solutions Network. His books include The End of Poverty, Common Wealth, The Age of Sustainable Development, Building the New American Economy, and most recently, A New Foreign Policy: Beyond American Exceptionalism.
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