Repasamos el trabajo de los Premios Nobel de Economía 2019
Esther Duflo (a la que hemos entrevistado en Sintetia), economista del MIT y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2015, es una creadora e impulsora de instituciones que promueven el desarrollo y luchan contra la pobreza. Formalmente, es ciudadana de Francia y Estados Unidos, y realmente es ciudadana del mundo en general y del mundo de la pobreza y de la India en particular. A continuación expondré alguno de los mil senderos que ha recorrido y, en parte, lo haré de la mano de su libro (con A. V. Banerjee) sobre la economía de la pobreza, que cuenta con una excelente traducción al español (“Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global”), y que, a mi juicio, es una lectura obligada para cualquier persona interesada por este problema.
Un giro radical
El subtítulo del libro se refiere a “un giro radical” y esto es lo primero que conviene precisar. El giro está en el paso de lo abstracto a “los concretos”. Como señaló en su conferencia en Oviedo, en la lucha contra la pobreza, debe tenerse en cuenta que “hay muchos problemas, no uno” y en este sentido su apuesta supone un giro radical respecto a las posiciones de los “señores” (“wallahs”) de la oferta y la demanda, quienes, siendo, por otra parte, tan diferentes entre sí, “tienen fijación con las ‘grandes preguntas’ tipo ‘¿cuál es la causa principal de la pobreza?’ y se olvidan de las concretas preguntas pequeñas como, por ejemplo, la relacionada con “la mejor manera de luchar contra la diarrea o el dengue”.
Pobres, pero racionales
La profesora Duflo apuesta por el análisis de la gente, “de lo que la mueve y de lo que la mantiene bloqueada”. Es, pues, un enfoque muy micro, en el que, como economista que es, parte de la idea de que la gente pobre es racional, “pobre, pero racional”. En este sentido su enfoque es el estándar en la economía y, consecuentemente, no supone ningún giro radical, aunque sí supone un avance respecto al realizado en su momento por el Nobel Theodore W. Schultz, quien se había enfrentado a los diagnósticos existentes sobre los pobres, insistiendo en que eran “pobres, pero eficientes”. Pues bien, lo que nos dice Duflo en su artículo sobre la pobreza y la racionalidad de 2003 es que “si bien es cierto que los pobres (y los ricos) son todos ellos perfectamente racionales, los mercados, llevados por sí mismos, puede que no produzcan un resultado eficiente”. De este diagnóstico se deriva una conclusión muy clara cual es que “la tarea de la economía empírica se desplazó hacia la aportación de pruebas respecto a las ineficiencias de los mercados, y hacia el potencial de las políticas para aliviarlos”.
Para ilustrar lo que se acaba de apuntar respecto a la racionalidad, partamos de la opinión habitual que se tiene de los pobres que no tienen para comer y que, sin embargo, se compran un televisor. En general, en principio cuando observamos dicho comportamiento pensamos cosas tales como que “esta gente no tiene arreglo”, en el sentido de que no tienen claras sus prioridades en la vida, esto es, que razonan más bien poco. Veamos ahora la explicación que le daba a aquella supuesta irracionalidad un hombre al que le preguntaron “por qué había comprado todas estas cosas –televisión, antena parabólica…- si no tenían suficiente para comer”: “Oh, ¡la televisión es más importante que la comida!”. Duflo y Banerjee aprendieron entonces una lección: “tras pasar algún tiempo en ese pueblo marroquí fuimos conscientes de por qué pensaba así. La vida en un pueblo es aburrida… Oucha y dos de sus vecinos… habían trabajado a lo largo del último año cerca de setenta días en la agricultura y cerca de treinta en la construcción. El resto del año lo habían pasado cuidando su ganado y esperando a que surgieran empleos, así que le quedaba tiempo libre para ver la televisión. Los tres hombres vivían en casas pequeñas sin agua corriente ni sanitarios. Tenían problemas para encontrar trabajo y para dar una buena educación a sus hijos, pero todos ellos tenían televisión, antena parabólica, reproductor de DVD y teléfono móvil”. Duflo y Banerjee concluyen: “En términos generales, las cosas que hacen la vida menos aburrida son una prioridad para los pobres”. En definitiva, aquel comportamiento aparentemente poco racional, tenía lógica, “su” lógica, la lógica del contexto en el que se movía aquella gente, que era racional, aunque, por ser pobre, no lograba ser eficiente.
El género importa
En el análisis económico del comportamiento de la gente, normalmente se trabaja con una unidad mínima que es la familia. Tras este proceder late el supuesto de que las decisiones de la familia son de toda la familia, compartidas totalmente por todos sus miembros. Esto es lo que permite pasar de la “parte” (la persona concreta que toma las decisiones) al “todo” (la decisión de la familia). Ahora bien, todo esto son suposiciones y lo que hay que hacer es contrastarlas con los datos que nos da la realidad.
Esto es lo que hace Esther Duflo en un artículo publicado en 2003, centrado en la asignación, dentro de la familia, de unas transferencias realizadas a los abuelos y las abuelas vía un programa de pensiones sociales en Sudáfrica. Medir esto no es fácil y Esther Duflo le echó imaginación al asunto y por el hilo de la altura llegó al ovillo de la asignación. Así, dado que la altura de los niños y las niñas depende, entre otras causas, de su alimentación, al final, vía la altura, podemos llegar a saber en qué se gastaron los abuelos y las abuelas las transferencias. Si la suposición inicial (la parte –el abuelo o la abuela- representa al todo –la familia) fuera correcta no se observarían diferencias entre la altura (la alimentación) de los niños y las niñas. Pues bien, esto es justamente lo que no se encontró. Lo que observó y contó Esther Duflo en el artículo “Abuelas y abuelos: pensiones de vejez y asignación intrafamiliar en Sudáfrica” es que “la eficiencia de los programas de transferencias públicas puede depender del género del receptor”. Concretamente, cuando la transferencia iba vía la abuela, las niñas crecían (se alimentaban) y esto no ocurría cuando se canalizaba vía el abuelo. En definitiva, tras la “caja negra” supuestamente homogénea de las familias (el todo) hay personas (las partes) y el género, de la persona que toma las decisiones, que importan.
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