Dos acciones de las autoridades financieras estadounidenses esta semana ponen de manifiesto que Estados Unidos responderá al derrumbe de la economía global que se avecina proveyendo nuevamente cantidades ilimitadas de efectivo a los mercados financieros.
El miércoles, la Reserva Federal inició una operación que durará al menos seis meses, de comprar aproximadamente $60 mil millones en bonos del Tesoro cada mes en respuesta a las fuertes y repentinas alzas en las tasas de interés. El día siguiente, en una acción separada la Reserva Federal de Nueva York inyectó $104,15 mil millones en los mercados financieros para aumentar la liquidez.
Edificio de la Reserva Federal, avenida Constitución en Washington [crédito:AP Photo/ J. Scott Applewhite]
Junto con las decisiones de la Reserva Federal de recortar dos veces las tasas de interés y la posibilidad de un tercer recorte a fines de este mes, estos pasos dejan en claro que, ante el estancamiento global “sincronizado” descrito por el Fondo Monetario Internacional (FMI), cualquier intento de “normalizar” la política económica es agua pasada.
El Banco Central Europeo revirtió su plan de finalizar las compras de activos financieros y bajó su tasa de interés básica más hacia territorio negativo, mientras que el Banco de Japón continúa siendo prácticamente el único comprador de deuda del Gobierno y un importante comprador de acciones corporativas.
En otras palabras, la política de los principales bancos centrales del mundo, en nombre de la oligarquía financiera global, es la expansión cuantitativa ad infinitum.
Después del colapso de 2008, la Reserva Federal y los otros bancos centrales le entregaron varios billones de dólares a los mismos bancos y firmas financieras que precipitaron la crisis. Este dinero no se dirigió hacia la economía real, sino que pasó directo a los cofres de los oligarcas financieros. Ahora, se les está entregando más efectivo ilimitado a las élites financieras que procuran recortar los salarios y condiciones de los trabajadores.
La crisis histórica de la economía capitalista global detrás de este programa se refleja en los reportes del FMI durante su cumbre semestral en Washington esta semana.
El aspecto más significativo del reporte de “Perspectivas de la Economía Mundial” del FMI no fueron la reducción de las proyecciones de crecimiento para este año y el siguiente, por más importantes que sean. Si no, fue la evaluación de que no se prevé ningún rebote significativo en las “cuatro grandes” economías —EUA, Japón, la Eurozona y China— para los próximos cinco años.
A fines de 2017 y principios de 2018, el FMI y otras instituciones globales señalaron que el crecimiento global estaba aumentado. Esto fue visto como un indicador de que, por fin, después de casi una década, la economía mundial estaba viviendo algo parecido a una resucitación.
Este repunte fue impresionantemente corto. Para mediados de 2018, la racha era negativa, una situación que sigue en 2019. Como lo deja en claro el reporte del FMI, el estancamiento continuo y el peligro cada vez mayor de una recesión es la “nueva norma”.
Al mismo tiempo, las políticas monetarias supuestamente “no convencionales” de los principales bancos centrales en el mundo —involucrando la reducción de las tasas de interés a mínimos históricos y el bombeo de billones de dólares en el sistema financiero global por medio de la compra de bonos gubernamentales y otros activos financieros— han creado las condiciones propicias de otra crisis financiera potencialmente más devastadora que la de 2008.
La explicación para estas políticas fue que eventualmente engendrarían una expansión económica tras la mayor recesión desde los años treinta. La reanudación del crecimiento global pronto vería un regreso a una política monetaria más “normal”.
No ha ocurrido nada así. En cambio, el sistema financiero se ha vuelto tan dependiente y adicto a la provisión interminable de dinero barato que incluso el paso más leve para disminuirla amenaza con desencadenar una crisis.
Las “políticas monetarias no convencionales” y el continuo estancamiento económica operan ahora en un círculo vicioso. La reducción del crecimiento ha significado que los inversores, en vez de colocar el dinero puesto a su disposición en la economía real, lo invierten en activos financieros cada vez más riesgosos para expandir su capital. Sin embargo, tales activos son los más propensos a colapsar ante cualquier giro negativo en la economía, cuyas señales son cada vez más aparentes.
Esta posibilidad fue descrita por el reporte de Estabilidad Financiera Global del FMI producido para la reunión de esta semana.
“En un escenario de una ralentización material económica de la mitad de la intensidad de la crisis financiera global”, indicó, “podría aumentar la deuda corporativa en riesgo [la deuda controlada por firmas que no pueden pagar los intereses con sus ingresos] a $19 billones o casi 40 por ciento de la deuda corporativa total en las principales economías, por encima de los niveles de crisis”.
El reporte señaló que las tasas muy bajas de interés están incentivando a los inversores a buscar rendimiento comprando “activos más riesgosos y de baja liquidez para obtener sus objetivos de ganancias”. El resultado es que “en el 80 por ciento de las economías con sectores financieros de importancia sistémica, las vulnerabilidades en las instituciones financieras no bancarias están ahora elevadas”, una proporción similar que “en el pico de la crisis financiera global”.
Las cuestiones cruciales para la clase obrera en todo el mundo son: ¿cuáles son las implicaciones de esta nueva etapa en el colapso capitalista cómo debe responder?
Las respuestas se pueden encontrar en un análisis de la economía política de la última década.
Mientras que parecía que las políticas de los bancos centrales después de 2008 podían crear riqueza de la nada, todos los activos financieros son, en el último análisis, un reclamo a la plusvalía extraída del trabajo de la clase obrera en todo el mundo por medio de la producción capitalista.
Es por esto por lo que los procesos de expansión cuantitativa, comenzando por el rescate de los bancos y las firmas financieras en 2008-09 y la vasta expansión de los activos financieros desde entonces, han estado acompañados por una reestructuración de las relaciones de clases.
En Estados Unidos, el rescate de las empresas automotrices GM y Chrysler en 2009 por parte del Gobierno de Obama, contando con el fiel apoyo de la burocracia sindical del UAW, la cual recibió importantes beneficios financieros, fue el comienzo de una ofensiva contra los salarios y condiciones en todo sentido.
En Reino Unido, la marcha de austeridad iniciada por el Gobierno laborista y continuada bajo los conservadores ha resultado en los mayores ataques a salarios y condiciones sociales en por lo menos 200 años. En cada país, la clase obrera ha visto sus salarios reales estancarse y caer, mientras sus condiciones sociales son destruidas.
Al mismo tiempo, la desigualdad social ha aumentado a niveles históricamente sin precedentes. Tales condiciones son incompatibles con el mantenimiento de los derechos democráticos. La vasta transferencia de riqueza a la cúpula de la sociedad de la última década ha visto el desarrollo de formas cada vez más autoritarias de gobierno y la promoción en los máximos niveles del Estado de fuerzas ultraderechistas y fascistas, respecto a las cuales la Presidencia de Trump solo es un ejemplo.
Hoy día, en medio de un resquebrajamiento cada vez más profundo de todo el orden económico, marcado por el recrudecimiento de conflictos comerciales y militares, y desprovisto de algún programa para aliviarlo, las clases gobernantes se enfrentan a una marea creciente de luchas de clases.
Solo tienen una política: escalar a nuevos niveles los ataques que han llevado a cabo durante la última década.
Una vez más, la industria automotriz estadounidense está en el centro de esta ofensiva. La marcha central de General Motors, actuando a instancias de Wall Street, busca establecer nuevos niveles de incluso mayor explotación en línea con los métodos desarrollados por Amazon y las empresas de la economía casualizada.
Pero, tras décadas de supresión a manos de los sindicatos y los partidos socialdemócratas, la clase obrera internacional está buscando romper el chaleco de fuerza al que ha estado confinada y reafirmar sus propios intereses independientes.
El desarrollo de este movimiento depende ante todo del reconocimiento por parte de los trabajadores de que no se enfrentan a una serie de problemas que pueden resolverse con parches reformistas, sino al deterioro y crisis de todo un orden socioeconómico y que el camino adelante es la lucha por el poder político con base en un programa de reconstrucción de la sociedad sobre bases socialistas.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de octubre de 2019)
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