PAUL KRUGMAN
25 DIC 2020 - 17:30 GMT-6
El líder de la mayoría republicana del Senado de EE.UU., Mitch McConnell.NICHOLAS KAMM / AP
El acuerdo que “no es un estímulo” aprobado por el Congreso el pasado fin de semana —en serio, esto no va de reactivar la economía, sino de ayudas para una catástrofe — no ha llegado a tiempo. De hecho, llega demasiado tarde: hace meses que expiró una ayuda que resultaba crucial para muchos desempleados y empresas estadounidenses. Pero ahora, parte de esa ayuda volverá, durante un tiempo.
Es cierto que las ayudas serán menos generosas que en primavera y en verano: 300 dólares a la semana de aumento en las prestaciones por desempleo, en lugar de 600. Pero dado que ya tendían a recibir salarios bajos antes de que golpease el coronavirus, los trabajadores que siguen sin empleo por culpa de la pandemia recibirán, por término medio, del orden del 85% de los ingresos que percibían con anterioridad a la covid-19.
Por cierto, aunque están siendo objeto de una cobertura mediática más amplia, los cheques puntuales de 600 dólares que se enviarán a un número mucho mayor de estadounidenses suponen solo un pequeño porcentaje del gasto total y son mucho menos cruciales para mantener a las familias a flote que las prestaciones por desempleo.
Entonces, ¿por qué no acaba de gustarnos este paquete de ayudas? Hay algunas cosas absurdas, como una exención de impuestos por gastos en comidas de empresa: luchar contra una pandemia mortal con almuerzos a base de martinis. Pero el principal reparo respecto a esta ley es que la ayuda económica terminará demasiado pronto: la mejora de las prestaciones por desempleo solo durará 11 semanas. Y la forma en la que se alcanzó el acuerdo no presagia nada bueno para el futuro.
¿Por qué no basta con una ayuda durante 11 semanas? Porque no seremos capaces de empezar una recuperación económica fuerte mientras no esté vacunada una parte importante de la población, algo que podría no ocurrir hasta el verano o, incluso, comienzos del otoño. Y seguimos teniendo unos 10 millones de empleos menos que antes de la covid. Incluso si pudiéramos recuperar puestos de trabajo con la misma rapidez que durante el falso amanecer de mayo y junio (cuando el Gobierno de Trump insistía en que la pandemia estaba llegando a su fin), tardaremos meses en acercarnos a algo parecido al pleno empleo.
De modo que, si bien la nueva ley proporciona una especie de puente hacia el futuro posterior a la covid, se trata de un puente que solo cubre en parte el abismo que tenemos por delante. Y la forma en la que fue aprobada ofrece pocas razones para mostrarnos optimistas acerca de la voluntad republicana de permitir al Gobierno de Biden terminar el proyecto.
Recuerden que hasta hace poco Mitch McConnell no mostraba mucho interés por aprobar un paquete de ayudas. Y la razón por la que ha cambiado de idea no tiene ningún misterio: la segunda vuelta de las elecciones para el Senado en Georgia. Una vez celebradas las elecciones, el 5 de enero, está claro que McConnell volverá a perder todo el interés. Y a menos que los demócratas ganen ambos comicios, seguirá siendo el líder de la mayoría en el Senado, con capacidad para impedir la aprobación de nuevas ayudas económicas.
Aparte de eso, los últimos obstáculos para alcanzar un acuerdo fueron un recordatorio de algo que deberíamos haber aprendido durante el mandato de Obama: cuando hay un demócrata en la Casa Blanca, los republicanos intentan sabotear la economía. Y el sabotaje no se limita a alegar preocupaciones falsas sobre el déficit para bloquear gastos necesarios; también implica aumentar deliberadamente el riesgo de crisis financiera.
Recuerden que los ardides del Partido Republicano cuando Barack Obama era presidente no consistieron solo en hacerse pasar por halcones del déficit para bloquear estímulos fiscales necesarios. También incluyeron críticas constantes y acoso a la Reserva Federal por sus esfuerzos para rescatar la economía. Y ahora está volviendo a ocurrir.
Algunos antecedentes: aunque la recesión causada por la pandemia ha sido profunda y espantosa, fácilmente podría haber sido aún peor. Durante unas semanas en marzo, Estados Unidos se tambaleó al borde de una crisis financiera cercana al desastre de 2008. Afortunadamente, la Reserva Federal contuvo enseguida esta crisis estabilizando los mercados mediante la compra de activos financieros por valor de billones de dólares. Fue un trabajo bien hecho. Pero el riesgo de crisis financiera no ha desaparecido, de modo que debemos asegurarnos de que la Reserva dispone de herramientas para asumir futuros retos.
Así y todo, Steven Mnuchin, por suerte a punto de dejar su cargo de secretario del Tesoro, retiró sin necesidad cientos de miles de millones para los programas de préstamos urgentes de la Reserva Federal, privando a su sucesor de esos fondos. Y las conversaciones sobre las ayudas estuvieron a punto de romperse por la exigencia planteada a última hora por el senador Pat Toomey, respaldado por los líderes republicanos, de que la ley prohibiera a la Reserva Federal reanudar algunos de estos programas o cualquier cosa que se les pareciera.
Al final, parece que esta píldora envenenada ha quedado neutralizada mediante un lenguaje pensado para salvar las apariencias que prohíbe aplicar programas exactamente iguales, pero deja margen para otros un poco distintos que alcanzarían los mismos resultados.
Pero el episodio ha sido un anticipo de lo que está por venir. Si surge otra crisis, verán cómo los republicanos hacen todo lo posible por impedir una respuesta eficaz.
Por tanto, ¿qué deberíamos pensar de este acuerdo sobre las ayudas? El vaso está medio lleno: para millones de familias estadounidenses, los próximos meses van a ser menos infernales de lo que habrían sido sin ellas. El vaso está medio vacío: a no ser que los demócratas ganen esos escaños por Georgia, deberemos esperar una primavera fea y años de sabotaje económico.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips
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