La vacunación se ha estancado demasiado pronto, y hay lugares que deberían aplicar medidas más estrictas
Una enfermera pasa ante un área de espera vacía en un punto de vacunación móvil instalado en Detroit (EEUU).EMILY ELCONIN / REUTERS
Hace menos de un mes, el presidente Biden prometía un “verano de alegría”, una vuelta a la normalidad posibilitada por el rápido avance de la vacunación contra la covid-19. Sin embargo, la vacunación se ha estancado desde entonces. Estados Unidos, que se había situado a la cabeza de muchos otros países avanzados, ha quedado rezagado. Y la expansión de la variante delta ha provocado un aumento de casos que recuerda demasiado las repetidas oleadas del año pasado.
Dicho eso, 2021 no es una reedición de 2020. Como señalaba Aaron Carroll el martes en The New York Times, la covid es ahora una crisis para los no vacunados. No es que los estadounidenses vacunados estén exentos de riesgos, pero estos son mucho menores que para aquellos que no se han puesto la vacuna.
Lo que Carroll no ha dicho, pero también es verdad, es que ahora la covid es en gran medida una crisis de los Estados republicanos. Y es importante sacar esto a colación para entender dónde estamos y como recordatorio de que los fallos de Estados Unidos en la gestión de la pandemia han tenido raíces políticas.
Para que quede claro, no digo que los republicanos sean los únicos que no se están vacunando. Es cierto que hay diferencias claras en las actitudes hacia las vacunas, y que, según una encuesta, el 47% de los republicanos afirmaba que probablemente no se vacunaría, mientras que solo el 6% de los demócratas respondía lo mismo. También es cierto que, si comparamos condados estadounidenses, hay una fuerte correlación inversa entre el porcentaje de votos obtenido por Donald Trump en las elecciones de 2020 y la tasa de vacunación actual.
Dicho eso, las tasas de vacunación entre negros e hispanos siguen siendo persistentemente más bajas respecto a las de la población blanca no hispana, una señal de que cuestiones como la falta de información y de confianza también están inhibiendo nuestra respuesta.
Pero si nos fijamos solo en quién no se ha vacunado dejamos de lado lo que podría convertirse pronto en un elemento crucial: el peligro de rebrote de la covid no solo depende del número de casos, sino también de lo concentrados geográficamente que estén esos casos.
En aquel momento, las vacunas eficaces parecían lejanas. Esto a su vez hacía que pareciera probable que, hiciéramos lo que hiciéramos, un porcentaje elevado de la población acabaría contrayendo el virus. Antes de que dispusiéramos de vacunas, parecía que, a la larga, la única forma de evitar una infección masiva era la estrategia de Nueva Zelanda: un confinamiento severo para reducir los casos a un nivel muy bajo, seguido de un régimen de test-seguimiento-aislamiento para cortar de raíz cualquier brote. Y se veía con claridad que Estados Unidos carecía de voluntad política para seguir una estrategia así.
Con eso y todo, había buenas razones para imponer normas de distanciamiento social y el uso obligatorio de mascarillas. Aunque la mayoría acabara contagiándose, era importante que no lo hiciéramos todos al mismo tiempo, porque eso provocaría una sobrecarga del sistema sanitario. Eso causaría fallecimientos evitables, no solo por covid-19, sino también por otras enfermedades que no podrían tratarse si los hospitales, y en especial las unidades de cuidados intensivos, estaban ya llenos.
Por cierto, esta es la lógica por la que siempre careció de sentido la afirmación de que el uso obligatorio de mascarillas y las directrices sobre el distanciamiento físico constituían ataques contra la “libertad”. ¿Creemos que las personas deberían tener libertad para conducir ebrias? No, y no solo porque al hacerlo ponen en peligro su vida, sino más aún porque ponen en peligro la de los demás. Lo mismo puede decirse del negarse a llevar mascarilla el año pasado… y a vacunarse en la actualidad.
Resulta que las mascarillas y el distanciamiento social eran ideas mejores de lo que creíamos: nos permitieron ganar tiempo hasta la llegada de las vacunas, de modo que, a lo mejor, la mayoría de los que conseguimos evitar la covid en 2020 y que estamos ya vacunados, no nos contagiamos nunca.
Pero hay regiones de Estados Unidos en las que gran cantidad de gente se ha negado a vacunarse. Esas regiones parecen estar aproximándose al punto que temíamos en las primeras fases de la pandemia, con hospitalizaciones que están saturando el sistema sanitario. Y la línea divisoria entre los lugares que están en situación de crisis y los que no es claramente política. Nueva York tiene cinco pacientes hospitalizados por cada 100.000 habitantes; Florida, cuyo gobernador, Ron DeSantis, prohibió a las empresas exigir a sus clientes un certificado de vacunación, 34.
De modo que, ¿impedirán los rebrotes de covid la tan esperada vuelta de Estados Unidos a la normalidad? En buena parte del país, no. Sí, la vacunación se ha estancado demasiado pronto, incluso en los Estados demócratas, y los residentes de esos Estados deberían ser un poco más cautos, retomando, por ejemplo, el uso de mascarillas en interiores (una precaución que muchos habitantes del noreste nunca abandonaron). Pero por el momento, no parece que la variante delta vaya a impedir que continúe la recuperación, tanto social como económica.
Sin embargo, hay lugares que realmente deberían aplicar medidas estrictas para ganar tiempo mientras se ponen al día con la vacunación. Por desgracia, estos son precisamente los lugares que casi con seguridad no tomarán esas medidas. Misuri está experimentando uno de los peores brotes de covid, pero el Consejo del Condado de San Luis votó el martes a favor de eliminar el uso obligatorio de mascarillas.
En cualquier caso, es esencial entender que no afrontamos una crisis nacional; afrontamos una crisis de Estados republicanos, con raíces claramente políticas.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.
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