La cuestión no es si los Republicanos elegirán a alguien habituado a decir cosas falsas, sino qué clase de timo será
Los candidatos del Partido Republicano Marco Rubio (izq.), Donald Trump y Ben Carson, durante un debate en la CNBC esta semana. / ROBYN (AFP)
En un momento del debate republicano del miércoles, le preguntaron a Ben Carson por su relación con Mannatech, una empresa de suplementos nutricionales que hace afirmaciones descabelladas sobre sus productos y se ha visto obligada a pagar siete millones de dólares para llegar a un acuerdo tras ser demandada por prácticas engañosas. El público abucheó y Carson negó tener relación alguna con la empresa. Ambas reacciones dicen mucho de las fuerzas motrices que hacen funcionar la política estadounidense.
Se da la circunstancia de que Carson mintió. Sí que ha tenido una estrecha relación con Mannatech, y ha hecho mucho por promocionar sus productos. PolitiFact se apresuró a calificar su afirmación de falsa, sin matices. Pero las bases republicanas no quieren oír hablar del asunto y el candidato parece creer, probablemente con razón, que puede limitarse a negar descaradamente lo evidente. En estos momentos, en su partido, ser un timador no es ningún inconveniente, y hasta puede ser una ventaja. Y esto no es válido solo para los candidatos independientes como Carson y Donald Trump. Los políticos de dentro como Marco Rubio se limitan a participar en una clase de timo diferente, con más estilo, y en parte se ven envalentonados por el modo en que los timadores han degradado la noción de respetabilidad.
Por lo que respecta a los timadores: empecemos por el nivel más bajo, en el que los comerciantes utilizan la afinidad política para vender planes con los que enriquecerse rápidamente, curas milagrosas y demás. Es el caso de Carson, y no se trata más que del último ejemplo de una larga tradición. Tal como ha documentado el historiador Rick Perlstein, la “alianza estratégica de vendedores de humo y verdaderos creyentes conservadores” se remonta a medio siglo atrás. El envío directo de publicidad a direcciones postales seleccionadas durante las campañas políticas ha dado paso al correo electrónico, pero el juego es el mismo.
En un nivel algo superior se encuentran las campañas publicitarias más o menos vinculadas a lo que trata de hacerse pasar por análisis político. Las advertencias de la derecha sobre la hiperinflación inminente, unidas a las peticiones de que volvamos al patrón oro, han sido aireadas por figuras de los medios de comunicación como Glenn Beck, que utilizaba su programa para hacer publicidad de Goldline, una empresa que vende monedas y lingotes de oro a precios inflados. Por supuesto, Beck ha apoyado a Ted Cruz, quien ha hecho del regreso al oro una de sus propuestas políticas más características.
Ah, y el excongresista Ron Paul, que lleva décadas advirtiendo acerca de la inflación descontrolada y se muestra impertérrito ante el hecho de que esta no se materialice, está muy metido en el negocio de la venta de libros y vídeos que nos enseñan a protegernos del desastre financiero que se avecina. A un nivel más alto siguen existiendo operaciones que, en principio, tienen que ver con la actividad política pero que sobre todo parecen generar ingresos para sus organizadores. La semana pasada, The New York Times publicó un reportaje de investigación sobre algunos comités de acción política que recaudan dinero en nombre de las causas conservadoras antisistema. El reportaje ponía de manifiesto que la mayor parte del dinero que recaudan estos comités acaba sirviendo para cubrir costes administrativos y honorarios de consultores, y muy poco se destina a su propósito aparente. Por ejemplo, solo el 14 % de lo que gasta la Fundación de Liderazgo del Tea Party está “dedicado a los candidatos”.
Se podría pensar que semejantes revelaciones resultarían devastadoras desde el punto de vista político. Pero quienes son el objetivo de dichos planes saben que no se puede confiar en los medios de comunicación liberales mayoritarios, que cuando estos cuentan historias negativas sobre los héroes conservadores, lo hacen solo para acallar a la gente que realmente dice la verdad. Es un círculo vicioso informativo que es imposible romper. Y mucha gente vive encerrada en ese círculo. Según los últimos cálculos, Carson, Trump y Cruz juntos cuentan con el apoyo de alrededor del 60% de los votantes republicanos.
Es más, el éxito de los timadores tiene un efecto profundo sobre el partido en su conjunto. Como he dicho, degrada la noción de respetabilidad. Piensen en Rubio, que se ha convertido en el candidato más destacado de la convención gracias a la mala fortuna de Jeb Bush. Hubo una época en la que la insistencia de Rubio en que 6.000 millones de dólares en recortes fiscales se amortizarían de alguna forma por sí solos lo habría hecho parecer poco serio, sobre todo teniendo en cuenta el modo en que su partido ha estado insistiendo en los males del déficit presupuestario. Incluso George W. Bush, durante la campaña de 2000, al menos fingió asignar presupuestos de una manera convencional, devolviendo parte del superávit presupuestario previsto.
Pero a las bases republicanas no les importa lo que digan los medios mayoritarios. De hecho, tras el debate del miércoles, Internet estaba plagada de comentarios que afirmaban que John Harwood, uno de los moderadores, mintió sobre el plan tributario de Rubio. No fue así. Y en cualquier caso, Rubio parece sensato comparado con tipos como Carson y Trump. Así que no hay ningún castigo por sus fantasías fiscales.
La cuestión es que no deberíamos preguntarnos si el Partido Republicano terminará nominando a alguien acostumbrado a decir cosas demostrablemente falsas, contando con que los fieles al partido no se darán cuenta; sino qué clase de timo será.
Paul Krugman es Nobel de Economía de 2008.
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