POR ROSA TOWNSEND
10 DE ABRIL DE 2020 12:25 PM, ACTUALIZADO 10 DE ABRIL DE 2020 12:51 PM
El presidente Donald Trump habló con los medios el domingo 5 de abril de 2020 para informar a la nación sobre la pandemia de COVID-19 y ofreció oraciones a las personas que sufren de coronavirus. BY THE WHITE HOUSE
El presidente Harry Truman puso en su escritorio un letrero con la frase “The buck stops here”, que en español significa “Yo soy el responsable”. Justo lo que se espera de un verdadero líder: que asuma toda la responsabilidad, sin buscar chivos expiatorios de sus fracasos.
Al igual que también se espera que muestre empatía en medio de las tragedias. Como hizo George W. Bush tras los atentados del 11-S, o Barack Obama con los tiroteos en las escuelas, por solo nombrar a los dos últimos presidentes. Aunque tradicionalmente todos han mostrado su sensibilidad humana en los desastres acontecidos durante sus mandatos.
Es algo inherente al cargo de presidente de Estados Unidos: asumir siempre la responsabilidad, en lo bueno y en lo malo; y ejercer de “confortadores en jefe” cuando azotan catástrofes y el pueblo necesita ver que el líder les habla con sinceridad y se identifica con sus sentimientos, a veces hasta con lágrimas.
Solo los hombres fuertes pueden mostrar compasión y responsabilizarse de sus errores. Cuestión de valentía. Los débiles en cambio disfrazan su inseguridad con palabras grandilocuentes, gestos duros e insultos.
Por desgracia, el actual presidente pertenece a esta última categoría: incapaz de asumir su responsabilidad, siempre culpando a otros de lo que él ha hecho mal; incapaz de sentir el dolor de los demás y consolarlos, incapaz de mostrar alma (¿tiene alma?, se preguntaba estos días un colega del New York Times).
La respuesta está, más que nunca, a la vista de todos. La pandemia del coronavirus es la gran pantalla de nuestro tiempo a la que nadie puede escapar; y mucho menos quien como Donald Trump la está aprovechando para exhibirse, creyendo en su estulticia que todos compramos el humo que pretende vender. (“Vender humo” en argot de España es embaucar).
Pues no, mister Trump. Detrás del humo se le ve mucho el plumero. Se le ve cómo está desalmadamente usando la tragedia para su beneficio, tanto de cara a la elección en noviembre como para adueñarse de más poder mientras el país vive en la zozobra del virus.
Antes de repasar los desastrosos fallos de los que Trump no se responsabiliza, es conveniente “enmarcar su actuación”. Nunca mejor dicho, porque eso es lo que hace, actuar ante las cámaras con el show nuestro de cada día, para hacer campaña electoral y que la gente, cautiva en sus hogares, le vean aunque lo que diga sean nimiedades o mentiras (más de 50 falsedades en las últimas 2 semanas). Lo importante es que le vean en TV.
Y ése “marco” que está fabricado es de material autoritario. Como demuestra por ejemplo la purga de cargos esenciales –reitero, esenciales– para el funcionamiento democrático de contrapesos (checks and balances), como son los “inspectores generales” que, de forma independiente, supervisan al gobierno.
En la semana que acaba de pasar, la más trágica hasta ahora, cuando Estados Unidos supera las 20,000 muertes y 500,000 infectados (que se sepa), Trump ha eliminado, entre otros, al inspector general a cargo de vigilar la distribución de los $2.2 billones del rescate. Esto es muy serio.
El inspector purgado, Glenn Fine, tiene fama de eficaz y duro. Y su función era asegurar que el dinero destinado por el Congreso para rescatar la economía no se malgaste. O se robe.
Gran parte de ese dinero beneficiará a las industrias de “turismo y hospitalidad”, o sea hoteles y restaurantes. El Congreso puso una cláusula prohibiendo específicamente que Trump y su familia se beneficiaran de tales fondos. Es de esperar que los Trump se atengan a la ley. También sería deseable que los bancos y otras corporaciones presenten recibos de a quién dan el dinero. Pero es sólo un deseo, porque ya se ha eliminado ese trámite de transparencia.
Trump ha sustituido al inspector Fine por uno de sus leales, Sean O’Donnell, al tiempo que ha dicho que él, Trump, será quien supervise todo. Creo que no es necesario decir más. Debería ser un escándalo. Trump lo sabe y por eso lo ha escondido tras su cortina de humo. Porqué no menciona NADA de la supervisión de los $2.2 billones en el show diario compareciendo ante la prensa, en vez de hablar de que él es número uno en Facebook (lo cual es incierto).
Tampoco menciona los 70 días que perdió minimizando e incluso ridiculizando la pandemia (“Es un fraude de los demócratas” repetía, “El flu mata a más gente”).
Esos casi dos meses desperdiciados –desde que le advirtieron el 3 de enero que el COVID-19 estaba dentro de Estados Unidos hasta el 13 de marzo que lo reconoció– pasarán a la historia como el mayor cataclismo, cuando no fraude, de la presidencia de EEUU.
Porque era evitable. Al menos en la magnitud en la que se ha extendido en virus por culpa –sí, culpa–, de la negación de Trump a actuar. Por su ineptitud.
Porque en vez de tomar las riendas y crear un plan nacional para abordar la crisis –conseguir los materiales médicos y hacer test generalizados en la población–, hizo lo opuesto: atar las manos a los expertos y tapar la realidad con eslogans de relaciones públicas: “Nada está cerrado. La economía está bien”, tuiteó el 8 de marzo. Al día siguiente tuiteó: “El virus desaparecerá. Calmense”.
Para entonces habían pasado 40 días desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara el coronavirus una “emergencia mundial”. El 6 de febrero Trump rechazó miles de test de la OMS para detectar el virus. Y el 10 de febrero, en plena epidemia internacional, Trump recortó 16% el presupuesto del CDC (Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas). El CDC tuvo que fabricar sus propios test, ¡que resultaron ser defectuosos!
Fiasco tras fiasco, llevan las huellas de Trump. A día de hoy sigue negándose a crear un plan nacional de algo tan elemental como identificar dónde, quiénes y cuántos están infectados; a ordenar –bajo la Ley de Producción de Defensa Nacional– a las empresas privadas que fabriquen las mascarillas, ventiladores y test necesarios.
Su táctica es evadir responsabilidades, trasladándoselas a los gobernadores, y simultáneamente buscar enemigos, el último es la OMS.
El 13 de marzo afirmó cuando le preguntaron sobre su papel en la pandemia: “No soy responsable en absoluto”. Al mismo tiempo se declaró “Presidente en Guerra”. ¿Pero en guerra contra quién? Desde luego no contra las grandes corporaciones, la industria hotelera o los bancos.
Habría que preguntar a los familiares de los miles de difuntos, a cientos de miles de infectados y a los 17 millones que han perdido su trabajo. O a los miles de héroes que en los hospitales intentan salvar vidas, exponiendo las suyas por falta de protección. O a los trabajadores del transporte y los supermercados. Y a tantos otros. A todos los millones desvalidos, de los que Trump, quiera o no quiera, es el responsable.
Donald Trump ha fracasado en la función más solemne de un presidente: proteger a su pueblo. Para salvarse él. Ese será su legado.
Periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.
¡Por Dios! ¿Este señor es periodista? Cuantas mentiras juntas, cuanta infamia. definitivamente, están enfermos.
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