Jun 8 · 19 min read
Por Luis Miguel Uharte Pozas
En una breve estancia en La Habana, Luis Miguel Uharte nos concedió esta entrevista en una cafetería cercana a su hospedaje, con un pie en el apartamento y otro en el taxi. En ella condensa la reflexión colectiva del libro Repensar la economía desde lo popular* donde se incluyen ocho experiencias de construcción de alternativas económicas en Venezuela, Argentina, Cuba y Brasil. Asentamientos del Movimiento de trabajadores rurales sin tierras (MST), comunas venezolanas, fábricas recuperadas en Argentina y cooperativas urbanas en Cuba sirven para demostrar más que la posibilidad, la necesidad de «otra economía».
LT: ¿Cuál es el camino que lleva a este libro Repensar la economía desde lo popular? ¿Por qué este campo en particular en el estudio de los movimientos sociales en los procesos de América Latina? ¿De qué manera tú «aterrizas» con Julia Martí en pensar un libro con estas características que agrupe este tipo de experiencias en particular?
Luis Miguel: El libro es fruto de una reflexión colectiva donde participamos diferentes compañeros y compañeras de nuestro grupo de investigación; un grupo de investigación vinculado a la Universidad del País Vasco que trabaja temas de democracia participativa. Ese es nuestro paraguas: los temas de participación política. Al interior del grupo conformamos un núcleo hace unos poquitos años para trabajar, sobre todo, temas de América Latina. Hay gente latinoamericana, compañeros que viven allá, y también quienes somos del País Vasco pero que tenemos un vínculo con América Latina y el Caribe desde hace bastante por los años vividos, por los viajes que hacemos de manera más o menos regular a diferentes países, etcétera.
En mi caso, tengo un vínculo a partir de la experiencia de mi tesis doctoral en Venezuela, donde viví cinco años; del año 2005 a 2009. Y a partir de ahí, el seguimiento de lo que han sido los procesos de cambio en la región: Venezuela, Bolivia, Ecuador, entre otros. Hay una primera parte en la que hay un interés por intentar analizar los procesos de cambio y los aportes que habían hecho en estos últimos años; y después hay una transición, dejamos esa primera fase y entramos en una segunda con otro contexto regional: los procesos de cambio tuvieron ya su momento más álgido.
Hoy en día es otro contexto. De alguna manera, los gobiernos ya no están y también porque entendíamos, en primer lugar, no solo que hay un momento histórico diferente, sino que la mirada puesta en los procesos más gubernamentales ya estaba muy trabajada. Creíamos que era muy necesario, por dos razones, trabajar los procesos o los proyectos desde la base: uno, porque las reflexiones críticas desde la izquierda en torno a esos procesos indicaban que había habido una serie de contradicciones, vacíos y debilidades en términos de construcción de poder popular, más allá de la retórica; y dos, porque partimos también de la visión política nuestra de que los procesos de cambio, entre otras cosas, tienen que buscar fortalecer el poder popular. Eso nos lleva a que en estos últimos tres años tomamos la decisión de que había que dedicar los próximos años a intentar identificar experiencias de poder popular e intentar no solo conocerlas, analizarlas y ver sus aportes y sus debilidades, sino que se pudieran visibilizar experiencias que son estimulantes.
Lo que decidimos en este caso fue acercarnos a experiencias del poder popular vinculadas a proyectos productivos o proyectos económicos, entendiendo que la construcción de poder desde abajo implica en gran medida, que si quieren ser autónomos y tener soberanía, es necesario que tengan una vía de financiación propia. Por tanto, nos parecía clave que los proyectos que analizáramos e investigáramos tuvieran alguna expresión económica: cooperativa, comuna o lo que fuera. Ese es el hilo conductor de la investigación, del libro y de las experiencias que aparecen recogidas.
LT: Creo que el libro logra expresar, a través distinto contextos, esta tensión en cuanto a la construcción de las alternativas entre este paradigma del socialismo del siglo XX de tomar el poder, estatalizar la economía, nacionalizar y este otro polo, por lo menos a partir de los ochenta y el ascenso del neoliberalismo, de buscar la autonomía, una soberanía popular desde abajo, la reapropiación de espacios de poder comunitarios, locales, otro tipo de lucha. Este rescate que ustedes hacen de esta segunda perspectiva, de este socialismo desde abajo por llamarlo de alguna manera, ¿cómo se relaciona con la primera?, ¿se pierde totalmente esta otra perspectiva del poder desde arriba, desde el Estado? Es una problemática que también en cada uno de los contextos se trabaja de maneras muy diversas y de distintas formas. Este rescate de este socialismo desde abajo, de la construcción orgánica del poder popular ¿cómo juega con el problema más clásico de la toma del poder, esta idea de tomar poder, esa relación con el estado y la relación entre movimiento social y estado?
Luis Miguel: Las compañeras y compañeros que conformamos el equipo partimos de una sensibilidad política bastante similar en el sentido de compartir una visión política en torno a un proyecto anticapitalista que esté anclado en la idea del socialismo; pero que plantee una mirada a partir de lo que han sido las experiencias del siglo XX y de la evaluación crítica del siglo XX. En el siglo XXI hace falta un socialismo para el siglo XXI. De hecho la etiqueta existe, y funciona como una especie de significante vacío en el que cada uno puede volcar aquello que considera más conveniente. Yo creo que hay que una perspectiva en la que se intenta buscar una especie de síntesis en lo que pudo ser lo más positivo de la experiencia del siglo XX, de la práctica y luego como es obvio, a partir de aquellas debilidades que tuvo la experiencia del siglo XX, avanzar. No se busca, de ninguna manera, alejarse de forma absolutamente radical de lo que pudo ser la experiencia del socialismo del siglo XX ni del marxismo ni nada por el estilo. Lo que se plantea es que la experiencia del socialismo del siglo XX, a partir también de lo que pudo ser un modelo de socialismo, surgido en la Unión Soviética y que luego se fue replicando en la práctica en todos los lugares del mundo con alguna excepción, como el caso yugoslavo, en su realización concreta tuvo una serie de avances incontestables. Mostró una serie de aspectos muy positivos en términos de políticas sociales, en términos de garantía de derechos para los y las trabajadoras, en términos de construir una economía en la que el sector privado y el control privado de la economía casi desapareció.
En paralelo hay dos debates, dos grandes debates que implican también limitaciones del socialismo del siglo XX: uno tiene que ver con la economía y otro tiene que ver con la política.
El debate que tiene que ver con la economía alude a cuál es el balance que hacemos de la estatización casi absoluta de la economía. Ese balance, vistas las experiencias, y vistas las debilidades de estas experiencias, evidencia en nuestro criterio que una economía absolutamente estatalizada, más allá de que en términos ideológicos podamos compartirlo, en la práctica se ha demostrado que tiene limitaciones estructurales. Eso implica que el nuevo socialismo tendrá que plantear, y así por lo menos es nuestra visión, una pluralidad de propiedades. Una pluralidad de propiedades en el sentido de que la propiedad estatal sigue teniendo un peso importante en sectores estratégicos de la economía pero que propiedades no capitalistas, propiedades que son sociales también, y que implican otro tipo de propiedad no pública, no estatal, y que puede ser en términos cooperativos o comunales, entre otras son importantes y deben tener un espacio en este nuevo sistema que uno vislumbra.
En lo político — que también es lo económico — esa experiencia del socialismo del siglo XX centraliza la economía, pero también centraliza el poder. Una experiencia socialista que parta del principio de que hay que desconcentrar y hay que repartir de la manera más justa posible no solo la propiedad sino también el poder, supone que la gente tiene que tener más poder para poder decidir en torno a la economía y en torno a la política. Significa la gestión directa por parte de los y las trabajadoras en las empresas. En primer lugar, en las empresas del Estado, que pueden seguir siendo propiedad pública, propiedad estatal, pero con una redefinición de la gestión, no una dirección y orientaciones que vienen desde arriba. Y también, como es obvio, todas aquellas empresas que son sociales, aunque no estatales en las cuales las personas tienen la propiedad de las empresas y debe tener la gestión directa.
Yo creo que ese es el planteamiento: buscar una síntesis entre lo bueno del siglo XX y en aquellos vacíos centrarse más en esta idea «desde abajo» y a partir de la idea del poder popular.
LT: Cierta corriente marxista más filosoviética, o soviética de plano, padecía un fetichismo de la propiedad tremendo. Uno de los logros de este libro para sentir orgullo, me parece, es no desestimar en su totalidad a la cuestión de la propiedad, sino complementarla — como decías — con el tema del poder y de la gestión. No es tan importante la propiedad en sí, el problema de la propiedad, qué tipo de propiedad es, sino cómo se maneja, cómo se gestiona, cómo se determina la cuestión del poder. Pero, y este es otro de los aciertos, no es solo una discusión del poder sobre la decisión de cómo se produce. Este mestizaje con otras tradiciones de pensamiento como el feminismo y la ecología, aporta la visión desde la reproducción. ¿Qué importancia le prestan a esta visibilización de paradigma de la reproducción del trabajo, de la reproducción de la vida cotidiana dentro de estas alternativas económicas?
Luis Miguel: Bajo nuestro punto de vista tener en cuenta la reproducción de la vida es fundamental. Es vital porque es más que evidente, desde las últimas décadas del siglo XX, que una serie de planteamientos desde la economía feminista, desde la economía ecologista han ido cobrando cada vez más fuerza. Estas visiones, sobre todo, han ido complementando esos vacíos que el pensamiento socialista tradicional no había trabajado de la manera necesaria: quizás porque era otro el contexto histórico, y no era lo mismo a finales del siglo XIX y principios del XX cien años más tarde y lo que puede ser la crisis ecológica, incluso civilizatoria, en la que estamos viviendo. La mirada feminista en el siglo XIX tenía tanta vigencia como en la actualidad. Ahí, de igual manera, hay que hacer una autocrítica muchísimo más profunda del socialismo o de los pensamientos de izquierda tradicionales, producto de lo que es la historia del patriarcado.
Se ha demostrado que había dos grandes vacíos en la teoría socialista clásica: la mirada feminista y la mirada ecologista. En este momento yo creo que hay que plantear una mirada triangular entre esas tres perspectivas: la mirada socialista tradicional en relación a todo lo que supone la lucha de clases, la centralidad de la clase trabajadora y por lo tanto la centralidad de la propiedad y de la gestión directa. Pero luego está todo aquello que tiene que ver, entrando ya en la cuestión de la reproducción de la vida, con la igualdad, por la igualdad en términos de género. Cualquier tipo de propuesta que se construya y que pretenda ser emancipatoria, tiene que tener como principio básico no solo la igualdad social sino también la igualdad de hombres y mujeres.
Eso supone que hay muchísimas reflexiones, desde el feminismo, que son grandes aportes en clave emancipatoria para el ser humano y son, en este contexto histórico, vitales y que podemos enumerar: una de ellas es esta idea de la sostenibilidad de la vida. Quizás hace cien años podría tener menos impacto una categoría de este calibre. En este contexto, en el que la vida está sometida a impactos graves en el planeta como resultado, no solo del capitalismo, sino de la mentalidad desarrollista del pensamiento occidental moderno y también una gran parte de la experiencia del socialismo del siglo XX, sostener la vida supone una prioridad: detrás de esta categoría lo que se está planteando es el conflicto es entre capital y vida. El capital es el que bajo su lógica cotidiana está destruyendo la vida en el planeta, destruyendo la posibilidad de que podamos vivir en este planeta en las próximas décadas. Yo creo que eso es un tema clave.
Unido a eso, la idea de la reproducción de la vida no es solo una cuestión de que el planeta se reproduzca: la idea de la reproducción tiene tanta potencia porque alude también a la cotidianidad nuestra, en todos los espacios de nuestra vida y no solo en los espacios laborales. Quizás la mentalidad productivista del pensamiento moderno y el pensamiento occidental que sitúa en el centro a la producción, ha hecho que se olvidaran un montón de aspectos que tienen que ver con lo reproductivo. Sin esos no se puede sostener la vida. La sostenibilidad de la vida del planeta, la sostenibilidad de la vida en las empresas, en las familias ha tenido y sigue teniendo que ver con millones de horas de trabajo gratuitas que las mujeres en la historia han entregado y siguen entregando. Es insostenible el sistema si no hay un trabajo gratuito de manera continua y permanente por parte de más de la mitad de la humanidad que son las mujeres.
Esta idea de la reproducción es importante desde ese punto de vista: si no dedicamos horas a la reproducción, a aquello que formalmente no es productivo, no se sostiene nada: ni una familia, ni una pareja ni una empresa. Es importante porque pensar la reproducción supone que el ser humano se siente interpelado en términos políticos para redefinir cómo afrontamos la reproducción en el día a día en nuestra familia, en el trabajo, entre los amigos, entre otros espacios. Implica que — si aspiramos a una igualdad entre hombres y mujeres, esas horas que todos los días se dedican a la reproducción y que sobre todo las dedican las mujeres — los hombres vamos a tener cada vez que asumir un mayor rol en todas esas prácticas reproductivas que tienen que ver con los cuidados — y la mayoría de los cuidados que hacen las mujeres pasan de manera gratuita — y con un montón de actividades reproductivas: preparación de comidas, limpieza, aquellas que no se han considerado históricamente productiva.
LT: Al abordar el lado ecológico de esta discusión, hay dos cuestiones que merecieron en el libro un tratamiento bastante particular. Me refiero a la vocación de estudiar casos tanto urbanos como rurales, de manera que están representados tanto el derecho a la ciudad como el derecho a la tierra: dos aspectos esenciales de la lucha contemporánea por la emancipación. Ahora, tanto el derecho a la tierra como el derecho a la ciudad son cuestiones que pueden caer en determinado aislamiento. El mero hecho de que una comuna desarrolle una actividad autogestionaria, distinta, en un municipio apartado, en una localidad o el hecho de que exista una comuna o una cooperativa urbana que logre determinadas prácticas emancipatorias en un espacio pequeño plantea la relación de ese espacio, digamos liberado, con el resto de los espacios de manera que no se aísle. Este reto no solo es un reto en términos económicos y políticos, sino también en términos de sostenibilidad. ¿Qué tan sostenible puede ser esta unidad aislada? ¿Cómo se expresa este problema en las experiencias que ustedes analizaron dentro del libro?
Luis Miguel: Este es un tema clave que planteamos en una de las dimensiones: la articulación. La articulación como un aspecto vital en términos políticos y de sostenibilidad de esta serie de experiencias. En términos ideológicos, y en relación con la pregunta que me hacías antes sobre cómo poder articular las virtudes del socialismo del siglo XX con las necesidades del socialismo en el siglo XXI, yo creo que hay un aspecto fundamental y es que plantearse proyectos que impliquen espacios territoriales amplios continúan siendo, sin discusión alguna, fundamentales. Es verdad que hay un sector en la izquierda — quizás en posiciones más autónomas, más anarquistas — que o no les preocupa esto o están frente a posiciones más de articulación o más de conformar conglomerados territoriales mayores. Pero creo que tenemos claro que la sostenibilidad de cualquier proyecto pequeño a nivel local, a escala comunitaria implica articularse con otras experiencias porque si no la vulnerabilidad es estructural. Es difícil que se pueda sostener un proyecto de cien o ciento cincuenta personas en una realidad sistémica global planetaria capitalista en la que la fuerza que tiene el sistema es absolutamente descomunal, y por lo tanto la capacidad de hacerte desaparecer, de arrinconarte o de dominarte es total. Si no se parte de asumir que eso es así, y que si tú eres muy pequeño el gigante te puede destrozar, y que los pequeños se tienen que unir para crear algo mucho más grande, pues tenemos un problema.
La articulación se plantea en dos perspectivas. En primer lugar, una articulación entre las experiencias de poder popular, todas, sean cooperativas, comunas o lo que fuera que forman parte de un espacio territorial concreto y que además se deben articular también en espacios geográficos mayores. La segunda vertiente es articularse con el Estado: es un regreso a este planteamiento de que se asumen propiedades plurales y se asumen también institucionalidades plurales que se tienen que articular y buscar una especie de síntesis. Es importante que lo público, que lo estatal, acompañe, fortalezca; y es importante también que aquello que se construye en clave de poder popular, considere también al Estado como un necesario aliado. Partimos, como es obvio, de la idea de la autonomía, pero si planteamos la propuesta en términos sistémicos — porque por supuesto que es una propuesta sistémica — esto supone articularse con lo público con lo estatal, porque estamos caminando juntos hacia una sociedad poscapitalista.
LT: Cuba vivió un tremendo impulso emancipatorio como proceso revolucionario pero también sufrió y sufre hoy todavía muchos de los vicios del socialismo del siglo XX: una estatalización extrema y el intento, todavía no concretado, de la construcción de un poder popular desde abajo siempre socavado por la centralización de la economía y la centralización del poder, derivada de su condición muy particular de plaza sitiada bajo asedio constante. Estas ideas de gestión directa se han defendido en Cuba desde de los años noventa. El retroceso del Estado con la crisis abrió un espacio que el Estado antes cubría pero ahora simplemente no posee la capacidad material para hacerlo. A pesar de este retroceso, una cultura muy estatalizada permanece. En el contexto de Cuba, y creo que la pregunta es muy pertinente porque el artículo que escribiste con Mirell Pérez analiza un caso cubano, ¿cómo ves esta perspectiva de una transformación cultural necesaria para — en las condiciones un proyecto emancipatorio socialista, con una determinada edad o un determinado camino recorrido — impulsar estas iniciativas que se relacionan con el Estado pero desde la autonomía, desde un sustrato anticapitalista y en confrontación con proyecto que llevan a la construcción de una «otra economía» pero que sería una otra economía en el orden más tradicional de la propiedad y gestión privada, la restauración de una determinada funcionamiento normal del capitalismo en determinados espacios, determinados ámbitos? ¿Cómo plantear esta alternativa, tanto al Estado o a una cierta visión Estado-céntrica del socialismo, como al impulso «irrefrenable» y hasta donde se piensa «inevitable» de las fuerzas del mercado en la sociedad?
Luis Miguel: El caso cubano yo creo que, a pesar de que tiene muchos obstáculos por factores tanto externos como internos, factores de índole no solo económica, sino política, tiene una ventaja: ha podido observar qué ocurrió en aquellos países donde de la experiencia del socialismo del siglo XX se pasa a una experiencia de capitalismo del siglo XX-XXI con características muy radicales de neoliberalismo extremo. Aquí hay sectores ideológicos con diferentes planteamientos y hay una disputa teórica, ideológica, pero también política, económica para, entiendo yo, orientar lo que va a ser la construcción del nuevo modelo económico, lo que aquí llaman «la actualización». En esa disputa, bajo mi punto de vista, sería muy importante que todos aquellos sectores que coinciden — y estos sectores en algunas cosas coinciden y en otras no, pero coinciden en esto — en la necesidad de preservar o de construir o impulsar un sistema (llamémosle socialista), o que por lo menos tengan claro que hay que evitar la restauración del capitalismo en el país; pues deberían construir puentes por lo menos para que eso se garantizara. Como apuntas, hay un sector con peso en diferentes instituciones, en diferentes espacios en los que su objetivo más o menos expreso es la restauración del capitalismo en Cuba.
Ahí la clave es cómo consiguen generarse puentes entre dos sectores que, como es obvio, tienen, en este momento, fuerza muy desigual. El más estatista tiene una fuerza todavía muy, muy grande respecto a lo que pueden ser los sectores del socialismo más autogestionario. A veces sí que es verdad que por desgracia se miran con muchas reticencias. Sería bien importante si desde el sector más estatista se asume — y que de facto se está asumiendo pues ya no es una cuestión del debate teórico — que hay que transferir una parte de propiedad — y por lo tanto de control de la economía — a sectores no estatales o le das más relevancia a la transferencia al sector privado tradicional o le das más relevancia a un sector que en términos formales va a estar en clave socialista, instalando cooperativas o empresas más o menos de esa línea.
Es un aspecto fundamental cómo fortalecer el surgimiento y crecimiento de empresas autogestionadas con la evaluación que sea necesaria, con el seguimiento que sea necesario pero que puedan de alguna manera ir fortaleciendo un sector relevante en la economía que sería un sector no estatal, pero no capitalista. Implicaría reproducir esto que estabas planteando antes: propiedad colectiva y gestión directa. Es clave cómo articular esos puentes y que haya una apuesta clara por apoyar estas experiencias.
Sé también que en la experiencia de desestatización en la Unión Soviética hubo empresas «cooperativas», que se disfrazaron de cooperativas pero que en el fondo tenían como horizonte constituirse como empresas privadas y esto ocurrió cuando el marco jurídico-político y la correlación de fuerzas lo permitió. Puedo entender que haya estas reticencias. Pero lo que es evidente es que en este contexto, a principios del siglo XXI, el socialismo híperestatizado no funciona, y no funciona en el caso cubano tampoco por una cuestión de productividad, de eficiencia. La realidad te obliga a tener que redefinir tu economía. La cuestión es dónde ponemos énfasis: en fortalecer lo privado o en fortalecer lo cooperativo, lo comunitario. Ahí está la clave.
LT: Y en tu experiencia concreta sobre el desarrollo de cooperativas cubanas en la investigación ¿cuáles han sido los aciertos, resultados y límites de esas experiencias del sector cooperativo?
Luis Miguel: En términos generales, por no particularizar, aciertos creo que hay varios. Aspectos positivos que tienen que ver más con la cotidianidad de la economía cubana y es que más allá de la ideologización del debate o de la idealización del socialismo hay una serie de necesidades urgentes que tiene acá la gente sobre mejorar las condiciones materiales en el día a día. Y está claro que las cooperativas han posibilitado una mejora sustancial en términos porcentuales del ingreso de los trabajadores de las cooperativas en relación a lo que pueden ser los salarios del los trabajadores del Estado. Eso es en este momento clave. Otras cuestiones — aquí sí ya más ideológicas — se relacionan con el rescate de la cultura del trabajo. En el sentido de que aquí tu esfuerzo como persona pero también como colectivo será, — no me gusta ni sé si es la palabra conveniente — «premiado», pero de alguna manera va a ser valorado en función de tu esfuerzo y por lo tanto vas a cobrar en función de tu esfuerzo y creo que también es importante. Sobre todo porque en la experiencia del socialismo del siglo XX, y también del cubano, en el que la cultura del trabajo se ha visto bastante deteriorada.
Otro aspecto también interesante ha sido por lo menos el valorar el trabajo en colectivo. Por las experiencias que he podido investigar, la gente se sentía satisfecha no solo porque mejoran sus condiciones individuales sino porque consideran que en su cotidianidad hay prácticas cooperativas, de cooperar con el compañero y la compañera, que les hacen sentirse más «unidos». Lo decían así, utilizando literalmente esa palabra: unidad. Pero unidad a partir de un trabajo cooperativo, cooperado, que además evidencia que los empleos anteriores del Estado eso no se daba, lo cual es paradójico. Solo se daba en algunos lugares donde la gente trabajaba. Ahora dicen «aquí sin embargo estamos recuperando una idea de la unidad en el trabajo». También está el hecho de que hay gente que había venido de la empresa privada cubana, que estaban trabajando — por ejemplo en paladares — y dicen «estaba trabajando en algunas empresas privadas y aparte de que aquí ya no me siento explotado, porque en el otro lugar obviamente me sentía explotada, aquí todos cobramos en función de lo que trabajamos y no hay nadie que se apropie de más». Otra vez el debate de la plusvalía que es muy interesante, y que ahí si lo comparas con la experiencia de la privada pues hay un avance bien interesante.
Y tenemos el hecho de la gestión directa, la existencia de la asamblea — que lo resaltan de manera bastante evidente — «hay una asamblea, podemos decidir, en la asamblea decidimos las cosas importantes»; más allá de que no hay una cultura del trabajo asambleario, es una cultura asalariada y esto es bien importante. Lo que nos lleva un poco a lo que serían las debilidades. Todavía no hay una identidad laboral muy anclada en la cultura del trabajo asalariado y por lo tanto en estar acostumbrado a recibir directrices desde arriba y hay que construir cultura cooperativista. Construir cultura cooperativista es uno de los retos todas las cooperativas y esto consiste, en primer lugar, asumir que el cooperativista decide, que tiene que participar en la asamblea y que por lo tanto tiene el derecho a decidir. Hay un tránsito que creo que se está dando pero todavía implica que pasen una número de años.
Otro elemento tiene que ver al final con cómo construir una cultura cooperativa en clave no capitalista, es que hay todavía un recorrido largo a la hora de poder practicar, y que la gente interiorice, una serie de principios básicos del cooperativismo que tienen que ver con que estamos construyendo una empresa no capitalista. No solo es solucionar nuestros problemas de condiciones materiales individuales o colectivas, sino que lo que estamos construyendo aquí va a ser parte de un nuevo sistema, un nuevo tipo de socialismo. La palabra «riesgo» es un tanto dura, pero creo que hay un reto muy grande: ¿cómo imprimir esos principios cooperativistas en todas las experiencias? Porque también es verdad que hay algunas experiencias cooperativistas que han sido suspendidas en las que había empresas privadas encubiertas o había un interés claro por trabajar a partir del ánimo de lucro, de crecer en términos capitalistas. Creo que ahí sí que hay que hacer una especie de seguimiento constante y son muy importantes — por los liderazgos de mucha gente clave — que puedas acompañar estos procesos de politización al interior de las cooperativas.
* Uharte, Luis Miguel y Martí Comas, Julia (coords.). Repensar la economía desde lo popular. Aprendizajes colectivos desde América Latina. Editorial Icaria. Barcelona. 2019
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