América Latina muestra cómo la incompetencia de los gobiernos agrava el impacto de la crisis sanitaria. Son necesarias buenas estrategias nacionales, pero también mejorar la capacidad de respuesta global
ERNESTO ZEDILLO|MAURICIO CÁRDENAS
ENRIQUE FLORES
Los brotes de nuevas enfermedades altamente infecciosas son inevitables. Sin embargo, en el siglo XXI, las pandemias son opcionales. Esta es una de las aserciones más importantes del informe del Panel Independiente para la Preparación y Respuesta ante una Pandemia publicado esta semana. Esto implica que el enorme costo humano y económico que se está sufriendo como consecuencia del covid-19 era evitable.
Se conocía, y se advertía, desde hacía muchos años de una amenaza muy real de un patógeno respiratorio nuevo, de rápido movimiento y altamente letal, que podría matar a millones de personas y acabar con una parte importante de la economía mundial. También se sabía, en principio, qué hacer para evitar que dicha enfermedad deviniese pandemia. A pesar de este bien documentado conocimiento, el brote de covid-19 se convirtió en una pandemia que hasta ahora ha causado la muerte de 3,3 millones de personas y la destrucción de hasta la cuarta parte del equivalente al PIB mundial de 2019.
El Panel Independiente, del cual somos los dos miembros latinoamericanos, ha concluido que el sistema internacional dispuesto a lo largo de los años para enfrentar las amenazas de pandemias indudablemente no cumplió al enfrentar la covid-19. En pocas palabras, la mayoría de los países no se prepararon según lo estipulado con rango de obligación por el Reglamento Sanitario Internacional y otros instrumentos multilaterales existentes. Además, ahora está claro que los mecanismos disponibles, incluso si se hubieran aplicado eficazmente, lo que claramente no fue el caso, no habrían sido suficientes. Por lo tanto, para prevenir una próxima pandemia, se debe emprender de inmediato una reforma significativa del sistema internacional.
En consecuencia, el Panel, entre otras medidas, propone elevar la preparación y respuesta ante una pandemia al más alto nivel de responsabilidad política, mediante el establecimiento de un consejo mundial, integrado por jefes de Estado y de Gobierno, para tomar las decisiones estratégicas en relación con las amenazas globales contra la salud. Este Consejo debe encabezar los cambios necesarios en el sistema internacional, incluida la adopción de una convención marco, el fortalecimiento de la autoridad de la OMS y el aseguramiento de su independencia financiera, mediante un aumento significativo en las aportaciones obligatorias de los Estados miembros. La OMS debe utilizar el fortalecimiento de sus capacidades para, entre otros fines, establecer un nuevo sistema global de vigilancia epidemiológica, basado en la transparencia total de todas las partes; ser más ágil y contundente para declarar emergencias de salud pública internacional, investigar rápidamente patógenos con potencial pandémico contando con acceso inmediato a los sitios pertinentes; garantizar que todos los gobiernos nacionales actualicen sus planes nacionales de preparación en función de las metas y los puntos de referencia de la propia OMS y asuman con claridad la rendición de cuentas en el cumplimiento de dichos planes. El Consejo también debe liderar la creación de un mecanismo internacional de financiación de pandemias que comprometa contribuciones a largo plazo de todos los países. También deberá transformar la plataforma ACT-A existente en un mecanismo permanente y suficientemente dotado para la provisión de vacunas, terapias, diagnósticos y otros suministros esenciales. El Panel ha recomendado que por lo pronto se acuerde la redistribución de excedentes de vacunas disponibles en algunos países hacia países y poblaciones en situación de alto riesgo.
Tener un mucho mejor sistema internacional es importante, pero no suficiente. En última instancia, la responsabilidad de hacer frente a la amenaza de una pandemia recae en los propios países. Sin duda, esta realidad se está probando durante la pandemia en curso. El Panel Independiente encontró que ha habido enormes diferencias entre países, tanto en la forma en que han enfrentado la enfermedad como en los resultados obtenidos en cada caso. Algunos países lograron acotar drásticamente la propagación de la enfermedad y contener sensiblemente sus daños económicos, mientras que otros han tenido tasas muy altas de infección y mortalidad junto con importantes costos económicos y sociales.
La diferencia entre los malos y los buenos desempeños es realmente abismal, con diferencias en las tasas de infección y mortalidad que son cientos, e incluso miles, de veces mayores en los primeros que en los segundos.
El Panel ha determinado que los países que lo han hecho mucho mejor actuaron decisivamente de inmediato, sin esperar a ver si el virus estaría contenido en otras partes del mundo. Sus gobiernos nacionales estuvieron dispuestos y bien organizados para buscar la coordinación y el consenso entre los diferentes niveles de gobierno —estatal y municipal— y con la sociedad civil, con procedimientos claros de toma de decisiones. Procedieron rápidamente a asignar más recursos financieros y humanos a la salud pública e invirtieron significativamente en realizar pruebas masivas de la enfermedad. Los líderes de esos países actuaron con humildad, total apertura y confianza en el asesoramiento científico, así como con capacidad para cambiar de rumbo ante nueva evidencia y además reconocer y rectificar errores. Trabajaron para construir unidad en lugar de división y, lo que es más importante, mostraron una palpable empatía por el sufrimiento de sus ciudadanos.
En prácticamente todos los aspectos, la respuesta fue exactamente la contraria en los países cuyas poblaciones han sufrido más por la enfermedad. Desafortunadamente, los países latinoamericanos figuran de manera muy prominente entre los que han enfrentado peor la pandemia. Entre los 15 países con la tasa de mortalidad por covid-19 más alta, seis son latinoamericanos. Es doloroso y vergonzoso que América Latina, que tiene un poco menos del 8% de la población mundial, haya contribuido con casi el 47% del total de muertes causadas por la covid-19. También es revelador que la región latinoamericana haya tenido en el 2020 los peores resultados económicos del mundo. Mientras que la producción mundial se contrajo un 3,3%, en América Latina y el Caribe la contracción fue del 7%, y países como Argentina, Perú y México registraron algunas de las mayores reducciones del PIB del mundo. Los avances logrados durante la primera década y media del este siglo para reducir la pobreza y la desigualdad en varios países de la región prácticamente se borraron en tan solo un año. El daño seguramente se hará sentir durante mucho tiempo, lo que obviamente es el caso con la educación perdida. La mala planificación, salvo contadas excepciones, para la adquisición de vacunas, que se está traduciendo en un ritmo de inmunización bastante lento en comparación con otros países, será otra de las causas de los efectos negativos a largo plazo de la pandemia en la mayor parte de nuestra región.
El desastre latinoamericano no se puede atribuir de ninguna manera a las condiciones en las que la pandemia encontró el estado de nuestras economías o de nuestros sistemas de salud. Otros países con economías más pobres y una infraestructura de salud más modesta han hecho un trabajo mucho mejor en la protección del bienestar de sus poblaciones y sus economías. En consecuencia, la explicación de por qué nuestros países tienen la dudosa distinción de estar entre los más golpeados por la pandemia, debe referirse a las malas estrategias y políticas de gobiernos incompetentes que han fallado miserablemente a sus ciudadanos.
Al ritmo actual de vacunación, el fin de la pandemia en América Latina parece todavía remoto, en algunos de nuestros países a dos años o más de distancia, lo que significa que ni siquiera aquellos que ahora están un poco mejor con sus programas de vacunación estarán seguros, pues el virus no respeta fronteras. El riesgo de nuevas oleadas de infección y mortalidad acompañadas de destrucción social y económica, será una amenaza constante para nuestras naciones. Por lo tanto, no es demasiado tarde para que nuestros gobiernos aprendan de las lecciones, bien documentadas por el Panel Independiente, de los países que han logrado proteger a sus pueblos de la enfermedad, y comiencen por fin a actuar con inteligencia, decisión, humildad, transparencia, honestidad, y empatía con el dolor humano, todo lo cual ha estado ausente en muchos de nuestros países durante la tragedia en curso.
Ernesto Zedillo Ponce de León, es profesor de economía y política internacional en la Universidad de Yale; fue presidente de México entre 1994 y 2000. Mauricio Cárdenas Santamaría es investigador sobre energía en la Universidad de Columbia, y fue ministro de Hacienda de Colombia de 2012 a 2018. Ambos son miembros del Panel Independiente para la Preparación y Respuesta ante una Pandemia de la OMS.
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