Oscar Zanetti Lecuona • Cuba
El 9 de septiembre de este azaroso 2020, Manuel Moreno Fraginals hubiese cumplido cien años. Se trata de una edad impensable, al menos si se concibe la vida como el disfrute de las facultades esenciales del ser humano. Por ello al celebrar ahora este cumpleaños no nos detendremos en las diversas y a veces cautivadoras facetas personales del historiador, sino que retomaremos los valores de su obra imperecedera, que creemos la mejor manera de festejar su vida. El propio Moreno advertía en uno de sus primeros escritos la sustancial unidad que en un autor constituyen la obra y la vida, pues “en su más íntimo sentido todo escrito tiene siempre un contenido autobiográfico”.[1]
Manuel Moreno Fraginals. Fotos: Cortesía de la Bioblioteca Nacional de Cuba
En el caso de Moreno Fraginals, comentar la obra es ante todo referirse a El ingenio. No falta mérito en algún trabajo anterior, y entre los posteriores se aprecia toda una constelación de valores historiográficos, pero El ingenio cimentó la bien ganada fama de su autor.
La aparición de esa monografía a apenas cinco años del triunfo revolucionario marcó el hito inaugural de la renovación iniciada en la historiografía cubana. La Revolución cubana que reconocía la historia como fuente primordial de legitimidad, se apresuró en dotarla de un sustento institucional mediante la creación de la carrera universitaria de Historia y el primer centro de investigación dedicado a dicha materia. Sin embargo, la indispensable relectura del pasado cubano, acuciada en aquellos primeros años por las urgencias políticas, había tomado forma en textos redactados con finalidades docentes o de divulgación, entre los cuales podían encontrarse tanto síntesis decorosas como esquemas francamente lamentables.
La renovación del discurso histórico requería la crítica de la producción historiográfica precedente, pero no podría materializarse con el solo empleo de los recursos legados por esta. Las narrativas en torno a la formación de la sociedad cubana, a la cristalización y el desenvolvimiento de la nación, descansaban sobre todo en las acciones y las ideas de los próceres o personalidades relevantes, en el desarrollo de las instituciones y en la sucesión de alternativas políticas, particularmente en las luchas por la independencia. Si bien las expresiones nacionalistas de ese discurso habían alimentado la conciencia patriótica en las difíciles circunstancias republicanas, las explicaciones elaboradas no alcanzaban a develar las diversas e intrincadas relaciones sociales que encauzaron e impulsaban el proceso histórico cubano. El influjo marxista, que con la Revolución devino dominante, alentaba el estudio de las realidades económicas y la lucha de clases, pero dio también lugar a burdas interpretaciones “a la luz del materialismo histórico” que, lejos de esclarecer, distorsionaban las visiones del pasado nacional. Para avanzar en el conocimiento de nuestra historia se requería examinar en toda su amplitud y dinamismo la dialéctica de las relaciones sociales.
En 1960, de vuelta a Cuba ―y a la actividad académica― tras casi una década de experiencias empresariales en Venezuela, Manolo Moreno asumió esa tarea a partir de la problemática que, bajo la disyuntiva “Nación o Plantación”, había dejado planteada en su estudio seminal sobre Jose Antonio Saco. Diseñó entonces una estrategia investigativa de largo alcance que, partiendo del estudio exhaustivo de la economía azucarera esclavista, se proponía “seguir las huellas que arrancan del azúcar y se manifiestan en la instauración de una cátedra universitaria, o en un decreto sobre diezmos, o en una forma característica de las residencias señoriales urbanas, o en los efectos terribles del arrasamiento de los bosques y la erosión de los suelos” [2], para así descifrar aspectos claves e incomprendidos de nuestra historia.
El análisis de los factores que propiciaron el crecimiento de la plantación en el occidente cubano, los efectos institucionales e ideológicos de dicho proceso, así como su impacto en el medio insular habrían de conjugarse con un minucioso estudio del ingenio como unidad técnico-económica sustentada en el trabajo esclavo. Esa vasta investigación, encaminada a desentrañar la lógica del desarrollo histórico de la Isla durante los dos primeros tercios del siglo XIX, facilitaría la comprensión de hechos políticos, sociales y culturales a menudo considerados de manera autónoma. Y allanaría el camino para una mejor comprensión de las complejidades de nuestra construcción nacional. La dinámica económica de aquella etapa colonial había dotado a la sociedad cubana de avanzadas tecnologías, introducido en la Isla diversos atributos de la modernidad y conectado a sus élites con sofisticadas realizaciones de la cultura occidental, creando las condiciones para que muy relevantes pensadores expresasen sus ideas. Pero tan notables realizaciones no alcanzaron a dar forma a la nación. El progreso material del país no solo era extremadamente desigual, sino que se sustentaba en las formas más elementales y degradantes de trabajo. Su recurso humano fundamental eran cientos de miles de esclavos africanos introducidos en la Isla mediante un tráfico bárbaro y despiadado, quienes, sometidos a la más cruel explotación, eran además excluidos de la sociedad, negándoles su identidad cubana aun a aquellos nacidos en la Isla.
Tales realidades, debidamente articuladas mediante un análisis penetrante y una prosa magistral, encontrarían explicación al publicarse en 1964 el primer tomo de El ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar. Haciendo uso de documentos desatendidos y con una bibliografía que incluía verdaderas rarezas, Moreno acopió una nutrida y variada información que examinó e interpretó con los recursos conceptuales de un marxismo ajeno a los dogmas y el mecanicismo. Tras una década de nuevas investigaciones, El ingenio tendría, en 1978, una edición aumentada, que incluía capítulos dedicados a la fuerza de trabajo, a importantes facetas sociales y humanas de la esclavitud, al desenvolvimiento del comercio azucarero en su contexto internacional, así como un valioso anexo estadístico y excelentes ilustraciones.
Tras una década de nuevas investigaciones, El ingenio tendría, en 1978 una edición aumentada.
No fue necesario esperar a esa versión definitiva para que el sugestivo libro de Moreno Fraginals tuviese una vasta repercusión. La frescura interpretativa de su texto finamente enhebrado cautivó en Cuba a estudiosos y amantes de la Historia. Pero a El ingenio tampoco le faltaron detractores; a unos molestaba la perceptible heterodoxia de su marxismo, y a otros una iconoclastia que dejaba mal parados a ciertos patricios venerados por la historiografía tradicional. Por una u otra razón, la obra y su autor resultaron piezas claves en el debate que sobre la formación de la nación sostuvieron destacados historiadores del país durante el resto de la década de los 60. Resonancias de aquel primer tomo de El ingenio trascendieron muy pronto las fronteras nacionales. Las ciencias sociales latinoamericanas lo reconocerían como un aporte fundamental a las indagaciones sobre las raíces del subdesarrollo, considerándolo un exponente pionero de la “nueva historia”. Traducido al inglés, su publicación en los Estados Unidos ―1976― lo convirtió en referente obligado de los estudios que allí se realizaban sobre el sensible tema de la esclavitud como sistema socioeconómico.
Por sus bien ponderados valores, El ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar es universalmente reconocido como una de las obras cumbres de la historiografía cubana. Pero transcurridos casi sesenta años desde su aparición, cabe preguntarse qué vigencia disfrutan sus páginas en la actualidad.
Medio siglo suele ser bastante para las ciencias, envueltas en la extraordinaria dinámica de la contemporaneidad. Lo ha sido sin duda para la Historia, que en ese lapso experimentó una suerte de cambio de paradigma moviéndose desde un enfoque socioeconómico, predominantemente estructural, hacia la primacía de los acercamientos socioculturales, con mayor peso de lo subjetivo y lo singular. Aunque la metodología de El ingenio no puede caracterizarse estrictamente como estructuralista, el libro es sin duda deudor de dicha tendencia, tanto en sus fundamentos como en algunas de sus proposiciones. A ese influjo puede acreditarse su muy lograda arquitectura, pero también la manquedad de ciertas explicaciones.
Hurgando en las contradicciones de la esclavitud en tanto modo de producción, Moreno llegó a la conclusión de que el factor decisivo de su disolución radicaba en la incapacidad del esclavo para asimilar los avances de la tecnología industrial. Esa tesis de un “límite tecnológico” de la esclavitud, aunque sustentada con significativos matices, resultaba una aplicación ciertamente mecánica de la dialéctica marxista “fuerzas productivas-relaciones de producción”. Investigaciones posteriores, realizadas en diversos escenarios de la “moderna esclavitud”, se encargarían de demostrar que el trabajador esclavo no era refractario a las innovaciones técnicas, lo cual ha contribuido a que se formulen más complejas y multifacéticas explicaciones acerca de las causas de la desaparición del sistema esclavista.
El tratamiento como objeto que se hacía del esclavo, el énfasis en las circunstancias deshumanizadoras a las cuales este se veía sometido, paradójicamente, disminuyeron su rol como sujeto histórico en El ingenio. Las manifestaciones de rebeldía y otras formas de resistencia esclava en modo alguno se hallan ausentes de sus páginas, pero ciertos aspectos de la vida y la conducta de los esclavos se desconocen. Así sucede con la constitución de familias entre los esclavos de plantación, posibilidad prácticamente negada por Moreno y cuya existencia ―a pesar de todas las vicisitudes― ha sido demostrada por investigaciones más recientes.
Otro problema a considerar respecto a la actualidad de El ingenio es el alcance de sus conclusiones, algunas de las cuales han sido generalizadas inadecuadamente. En modo alguno puede culparse de ello al autor de la clásica monografía, pues en sus “Palabras iniciales” se adelantó a caracterizar como de “semiplantación” la economía cubana de la época que estudia. Tampoco en su análisis pasa por alto la diversidad de los ingenios entonces existentes, pero la preeminencia de la plantación occidental, así como la profundidad y esmero con que fue estudiada, propiciaron que se le atribuyese una tipicidad por demás ilusoria, atribuyendo similares características a las plantaciones azucareras en otras regiones del país. En las últimas décadas el desarrollo de la historia regional ha puesto de relieve, con todos sus matices, las peculiaridades de los ingenios que operaban en distintas zonas de la Isla, facilitando no solo la percepción de una más variada tipología, sino de los límites del azúcar como factor explicativo de la historia nacional.
El ingenio no tuvo ediciones corregidas por su autor, y la versión definitiva de 1978, si bien amplió considerablemente su espectro analítico, no introdujo mayores correcciones en las proposiciones del tomo inicial. Sin embargo, en la perspectiva de Moreno sobre los problemas tratados en su obra magna sí hubo cambios y nuevos matices apreciables en su obra posterior, los cuales deben tenerse en cuenta para las relecturas.
La producción historiográfica de Moreno Fraginals en las décadas finales del siglo XX evidencia una doble expansión, geográfica y temática. En el ámbito espacial se trató principalmente de estudios sobre el Caribe relativos a diversos tiempos y coyunturas, en los que se hace sentir el aliento de El ingenio. La otra dirección, sin duda más renovadora, se adentra en el extenso y prácticamente ilimitado territorio de la cultura, entendida esta como el conjunto de las realizaciones y actividades humanas, no solo en el más estrecho ―y tradicional― ámbito de lo artístico y lo literario. Los frutos de ese empeño fueron muy diversos, e incluyen desde estudios sobre las dimensiones culturales de la esclavitud, hasta un sugestivo ensayo sobre un tema tan alejado aparentemente de las inquietudes raigales del historiador como la cultura de España en los tiempos de la conquista y la colonización americana. La diversidad de esos trabajos en modo alguno es indicativa de una dispersión de intereses, pues estos se engarzaban en un vasto y ambicioso proyecto de Historia de la Cultura cubana que Moreno fundamentó, pero que solo pudo materializar de manera muy fragmentaria[3]. Una concreción relativamente coherente, aunque parcial, de esas inquietudes puede apreciarse en su último libro, Cuba/España/España/Cuba: historia común (Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1995), un ensayo de síntesis histórica de la Cuba colonial, en el cual también se manifiesta la persistente preocupación de su autor por las relaciones cubano-españolas.
En el espacio ganado por los temas socioculturales en creaciones posteriores a El ingenio, algunos autores han querido ver una suerte de “giro antropológico” del prominente historiador cubano, acorde con las tendencias entonces dominantes en la historiografía mundial. Tal influjo no es descartable en una personalidad tan informada y receptiva, pero no creo que ello implicase una ruptura ―o siquiera un alejamiento― de su original perspectiva historiográfica. Moreno fue siempre un hombre de vastas inquietudes culturales; conocedor al detalle de los artificios de la tecnología azucarera pero también de las peculiaridades de la arquitectura colonial, lúcido crítico de una pieza teatral y versado al mismo tiempo en nuestros cultos de origen africano, tan capaz de disertar sobre los ritmos de la música folklórica cubana como de comentar las últimas canciones de los Beatles. Ese perfil del autor estuvo siempre presente en su obra. Más allá de sus fundamentos económicos, El ingenio se proponía dilucidar las claves de una civilización, la medida en que las relaciones sociales ―de todo tipo― prevalecientes en una época fueron capaces de condicionar el curso ulterior de la historia cubana. En los estudios posteriores de Moreno Fraginals sobresalen fenómenos culturales de variada índole, los cuales examinó en su integridad y autonomía, atento al influjo que estos podían ejercer en los procesos socioeconómicos. Pero sin perder de vista sus conexiones con las otras dimensiones ―económicas, políticas, ideológicas― del acontecer histórico. De obviarse esos vínculos le hubiese resultado imposible establecer la significación cultural de los hechos investigados.
El ingenio de Moreno se mantiene activo. Como en cualquier fábrica, algunos de sus “equipos” acusan obsolescencia; se trata de proposiciones que deben reexaminarse a la luz de las tendencias recientes de la historiografía universal, que podrán ser desechadas, reajustadas o completadas gracias a los resultados de las nuevas investigaciones. Mas sus páginas continuarán ofreciendo a las nuevas generaciones datos sorprendentes, penetrantes interpretaciones, infinitas sugerencias para orientar sus exploraciones en el vasto territorio de nuestra historia.
Notas:
[1] Manuel Moreno Fraginals: José Antonio Saco. Estudio y bibliografía, Las Villas, Universidad Central de Las Villas, 1960, p. 13.
[2] ______________: El ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar, La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1978, t. I p. 9.
[3] ______________: “Hacia una historia de la cultura cubana”, en Órbita de Manuel Moreno Fraginals, La Habana, Ediciones Unión, 2009, pp. 301-333.
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