15 mayo, 2015
Guillermo Castro H.
“El objeto a considerar es en primer término la producción material.
Individuos que producen en sociedad,
o sea la producción de los individuos socialmente determinada:
este es naturalmente el punto de partida.”
Carlos Marx, Grundrisse[1]
El tratamiento usual de los problemas relacionados con el lugar y la función de la naturaleza en la obra de Marx por parte del marxismo canónico – Hobsbawm dixit – ha estado asociado a problemas como los del dominio de la naturaleza por el hombre, y a la búsqueda de ideas que hoy podamos considerar ecológicas en el marxismo clásico, vinculadas al debate en torno a las relaciones entre nuestra especie y su entorno natural. Eso ha venido cambiando, sin embargo, a partir de una lectura nueva de textos del propio Marx – como los Grundrisse -, o de la labor de marxistas como John Bellamy Foster, autor de La Ecología de Marx, y Alfred Schmidt, cuyo libro El Concepto de Naturaleza en Marx merecería ser más y mejor conocido entre los ambientalistas latinoamericanos.[2]
Federico Engels, por su parte, captó el problema en sus términos de época, complementando la discusión del dominio del entorno natural con la de las contradicciones del desarrollo social en el tránsito de la prehistoria a la historia de la Humanidad, en particular en su texto inconcluso de 1876 sobre el papel del trabajo en el desarrollo de la especie humana. En Engels, como en Marx, el factor fundamental –de una sorprendente contemporaneidad – es precisamente el del papel del trabajo socialmente organizado en ese proceso de desarrollo de los humanos.[3]
Ese papel del trabajo en el proceso de desarrollo de las características que nos distinguen como especie es, justamente, la clave que permite plantear el paso de la búsqueda del dominio de la naturaleza mediante el fomento incesante de las fuerzas productivas para trabajar contra ella, a la búsqueda de sostenibilidad en el desarrollo humano trabajando con ella mediante la transformación de las relaciones de producción. El resultado es, justamente, la naturalización de la historia humana y, con ello, la humanización de la historia natural.
Hoy, también, cabe coincidir con Bellamy Foster en cuanto a que no hay en Marx “ideas ecológicas” importadas de uno u otro sistema filosófico, sino una ecología correspondiente a su visión de la historia como expresión de la práctica social. Esa ecología, naturalmente, puede y debe ser desarrollada mucho más allá de donde la dejó la obra viva de Marx, particularmente en lo que hace a la capacidad de los humanos para crear y modificar constantemente un ambiente propio dentro de la naturaleza mediante la acción racional con arreglo a fines, que incluso sugiere que nuestra especie es la única capaz de crear su propio nicho ecológico en los más diversos ecosistemas terrestres.[4]
Ese desarrollo, por otra parte, puede y debe desplegarse en dos direcciones principales. Por un lado, la correspondiente a la capacidad de la ecología de Marx para contribuir al abordaje de los problemas ambientales de nuestro tiempo. Por el otro, aquella que corresponde al debate entre la ecología de Marx y otras – como las del anarquismo y el neoliberalismo, por ejemplo -, en cuanto a la capacidad de éstas para participar de manera productiva en el debate de esos problemas.
En la obra de Marx, el nexo de los humanos con su entorno natural emerge con gran fuerza en sus textos de mayor densidad reflexiva, desde los Manuscritos Económico Filosóficos de 1844 hasta los Grundrisse de 1856 – 1857 y, por supuesto, El Capital. Allí, la importancia concedida a la interacción entre los sistemas naturales y los sistemas sociales mediante el trabajo socialmente organizado hace evidente la posibilidad de que el desarrollo de la ecología de Marx se despliegue en otros campos, como los de la historia ambiental, la ecología política y la economía ambiental.
En ese despliegue emerge con singular claridad el problema de la producción de una relación de unidad entre la Humanidad y la naturaleza, a través de la creación de las condiciones que garanticen la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie en una relación de interdependencia con la vida en todas sus manifestaciones, y la construcción de una noosfera desde la biosfera en que han transcurrido – y habrán de transcurrir, en lo que reste de nuestra historia natural – la existencia y la evolución de la especie que somos.
Al respecto, por ejemplo, tiene el mayor interés la observación que hace Marx respecto al hecho de que
El simple material natural, por cuanto no hay en él ningún trabajo humano objetivado, por cuanto es por ende mera materia y existe independientemente del trabajo humano, no tiene valor alguno, ya que el valor es únicamente trabajo objetivado; tan poco valor como los elementos universales en general.[5]
Así planteadas las cosas, cabe preguntarse si los recursos naturales tales, o deben ser producidos mediante la aplicación del trabajo humano, que de ese modo los vincula como materia prima a otros procesos de trabajo. El agua del Chagres – el río cuya cuenca provee desde 1914 el agua necesaria para el funcionamiento del Canal de Panamá -, sería en este sentido “simple material natural”, pero el agua de los lagos artificiales de Gatún y Alajuela constituye un recurso con valor de uso – y con un valor de cambio que podría ser calculado – en cuanto se trata de agua acumulada y puesta a disposición de otros procesos productivos en reservorios creados y mantenidos mediante la aplicación de trabajo a la materia natural.
Esto, a su vez, tiene implicaciones de otro orden. Cada sociedad organiza sus procesos de trabajo a partir de fines colectivos que le son característicos, y esa organización determina a su vez las modalidades de desarrollo de la fuerzas productivas en esa sociedad. El uso del agua para el regadío en las culturas prehispánicas y en las plantaciones bananeras, en este sentido, no sólo presenta diferencias de monto y tecnología, sino y sobre todo de propósito, y de organización social del trabajo para el logro de ese propósito.
Comprender esta diferencia, proyectarla hacia el pasado y hacia sus posibilidades de futuro, permite empezar a comprender la especificidad de la especie humana en su relación con el entorno natural. A diferencia de los demás animales, que se limitan a “utilizar utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella”, los seres humanos la modifican mediante el trabajo socialmente organizado, para ponerla al servicio de los fines que animan esa organización social. Y añadía:
Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. […] Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[6]
“Adecuadamente” es aquí la palabra clave. En nuestro tiempo haría alusión a la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie, en una época en que la venganza de la naturaleza a que se refería Engels se expresa ya en una crisis ambiental global. En efecto, decía Engels,
si han sido precisos miles de años para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de esos mismos actos. […] Pero también aquí, aprovechando una experiencia larga, y a veces cruel, confrontando y analizando los materiales proporcionados por la historia, vamos aprendiendo poco a poco a conocer las consecuencias sociales indirectas y más remotas de nuestros actos en la producción, lo que nos permite extender también a estas consecuencias nuestro dominio y nuestro control.[7]
La sociedad que pueda hacerse cargo de esa labor de previsión y control, sin embargo, no existe aún. La que existe, como las que la precedieron, sólo busca “el efecto útil del trabajo en su forma más directa e inmediata”, sin hacer verdadero caso “de las consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación gradual.”[8]
Ese proceso de acumulación es el que se expresa hoy, 139 años después de aquellas reflexiones. Y la lección mayor que se desprende del mismo no puede ser más sencilla, ni más compleja a la vez: si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una sociedad diferente, cuyo desarrollo sea sostenible por lo humano que llegue a ser. Allí radica el verdadero desafío político que nos plantea la crisis ambiental, en torno al cual se habrá de definir la posibilidad de que nuestra especie sobreviva al peligro de degradación y extinción que hoy nos amenaza.
Panamá, mayo de 2015.
[1] Marx, Carlos: Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1856 – 1857. Siglo XXI Editores, 2007. Tomo I, p. 3.
[2] Esa lectura nueva, por otra parte, se vería enriquecida además por la de otros autores no marxistas, como el geógrafo Carl Sauer y el historiador de la cultura de la naturaleza Clarence Glacken. De este modo, por ejemplo, en lo que se refiere al dominio del hombre sobre la naturaleza hoy cabe coincidir con Glacken en que esa expresión designa un lugar privilegiado – y ya anticuado en 1964 -, del imaginario liberal – positivista, estrechamente asociado a la noción decimonónica de progreso.
[3] Al respecto, tienen el mayor interés las referencias del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould al razonar de Federico Engels y de Carlos Marx en el campo de la historia natural y de los debates en torno a la evolución en el último cuarto del siglo XIX, donde resalta la deuda del primero con el naturalista alemán Ernst Haeckel, darwinista convencido y padre del moderno concepto de ecología. Al respecto, por ejemplo, el artículo “La postura hace al hombre”, en Desde Darwin, Editorial Crítica, Barcelona, pp. 229-235.
[4] Esta capacidad fue abordada con especial detalle por el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky en su elaboración de los conceptos de biosfera – como el segmento de la corteza terrestre donde la vida crea las condiciones para la vida, y actúa como una fuera gelológica que modifica la faz de la Tierra – y de noosfera, entendida como el producto de la intervención de la especie humana en la biosfera a partir de la conquista del fuego, que abre paso a lo que algunos han llamado el periodo Antropoceno. Al respecto, por ejemplo, “La transición de la Biosfera a la Noosfera”, en El Pensamiento Científico como un Fenómeno Planetario (1938), 21st Century Science & Technology. Special Anthology. 150 Years of Vernadsky: The Noösphere (Volume 2). 2014. www.21stcenturysciencetech.com. Traducción: gch.
[5] Marx, Carlos. Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1856 – 1857. Siglo XXI Editores, 2007. I, 312.
[6] Engels, Federico: “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876). En C. Marx, F. Engels: Obras Escogidas. Editorial Progreso. Moscú, 1969, p. 387.
[7] Ibid., 388.
[8] Ibid., 389.
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