Ninguna nación preveía lo que provocaría el Covid-19 desde su aparición. Como afirma el conocido religioso y analista Frei Betto ¨Nadie sospechó tampoco que en pleno siglo XXI, con todos los recursos de la ciencia, la humanidad se vería amenazada por una pandemia. ¿Quién podía imaginar que vendría de China la causa de la más profunda crisis del capitalismo desde el 2008, en forma de una enfermedad contagiosa?” La respuesta para combatir el flagelo fue radical y contundente; medidas extremas, aislamiento de grandes ciudades, construcción de hospitales en días, atención médica inmediata e investigación científica, entre otras.
Cuando la OMS la declaró como pandemia, se encendieron las alarmas, el pánico se ha extendido por casi todo el orbe y los gobiernos han comenzado a reaccionar de manera política y no siempre sanitaria. El pico se espera a finales de abril-principios de mayo, el número de contagiados podría aumentar exponencialmente y rebasar los cálculos conservadores; se está presenciando cómo se cierran fronteras, calles desiertas, fuerzas de seguridad monitoreando que nadie transite, escuelas cerradas, cuarentenas, se paralizan las economías, las empresas siguen despidiendo trabajadores, el mundo se encierra y es imposible que salga ileso cuando todo esto termine.
Nada volverá a ser normal durante un largo tiempo y se ha puesto de manifiesto que ninguna nación está preparada; el coronavirus es el primer gran padecimiento del capitalismo trasnacionalizado, que desnuda el sistema diseñado por los dogmas neoliberales desde inicios de la década de 1970, aunque no es el único peligro; sequías, olas de calor, tormentas, etc. El hantavirus, por ejemplo, presenta síntomas similares a los de una gripe: fiebre, escalofríos, náuseas y dolores musculares y, al igual que el coronavirus, puede provocar complicaciones respiratorias en los casos más graves y para él no existe tratamiento específico hasta el momento.
La sumisión de los intereses generales a los privados en sectores tan importantes para la salud y calidad de vida de las poblaciones (incluyendo el farmacéutico) ha sido la característica del período con la amplia privatización y sus consecuencias enormes, contribuyendo a la expansión de la actual. El Covid-19 ha puesto en evidencia los daños efectuados por las actitudes adoptadas como expresión de la globalización y en los países en desarrollo este daño fue notable: después de cuarenta años hoy cuentan con pobres regímenes públicos de salubridad y educación, con precarios de seguridad social y con brechas crecientes de infraestructura.
Desde su inicio, el neoliberalismo empezó desmantelando y reduciendo la capacidad de los Estados. Siguiendo la lógica del mercado desregulado, se desestatificaron las empresas públicas y los sistemas de seguridad social; se estimuló el retiro de profesionales calificados de la administración pública con renuncias pagadas; se utilizaron las asociaciones público-privadas en grandes inversiones; se favoreció la expansión de los servicios particulares de salud y educación, en desmedro de la calidad de los públicos.
Muchos hablan de una similitud de esta crisis con la de 1929 o como continuación de la del 2008 y obviamente se refieren sólo a lo financiero. Pero esta vez abarca los dos extremos, tanto la oferta (no se produce) como la demanda (no hay consumo), disminuirá la inversión y la actividad, las exportaciones, los servicios como resultado de los esfuerzos de contención y el distanciamiento, etc.
A medida que se propaga y los casos de infección aumentan, habrá innumerables escenarios en la cadena alimentaria que será probada durante las próximas semanas y meses, ante la escasez de trabajadores (por quedarse obligados en casa, los padres para cuidar a sus hijos), los cierres de puertos y las limitaciones al comercio que podrían terminar interrumpiendo el flujo de suministros. Para aquellos que dependen de la importación de alimentos, la realidad podría ser más grave y afectar la disponibilidad de los básicos; muchos han orientado la producción agrícola hacia la exportación de productos clave, más que hacia la suficiencia alimentaria y la vulnerabilidad aumentará en aquellos que tenían dificultades alimentarios, incluso antes del brote, y las monedas que caen en picado frente al dólar limitan el poder adquisitivo.
Todo es un desastre y sucede en el contexto del cambio climático y los impredecibles patrones climáticos, causando estragos en la producción mundial de alimentos, Algunos analistas opinan que podría acabar con la globalización; cuando los bancos centrales arrojan dinero, existe el riesgo de que los precios se salgan de control, de una hiperinflación y ello conducirá a una situación extremadamente difícil porque las tasas de interés aumentarán automáticamente.
El endeudamiento subió en Estados Unidos, Europa y América Latina y los países tratan de solucionar los problemas emitiendo más moneda, la fragilidad financiera creada en el 2008, dejó sentadas las bases para que pueda estallar una burbuja financiera internacional de magnitudes históricas; millones de personas podrían perder sus empleos, un aumento exponencial del subempleo, reducciones de las horas de trabajo y los salarios.
Algunos estiman que se acelerará el cambio de poder e influencia del Oeste al Este “de una globalización centrada en Estados Unidos a una más centrada en China”; que el tránsito de ese poder imperial puede ser pacífico o violento, como lo ha sido en la mayor parte de los casos (hay sectores estadounidenses que buscan provocar un enfrentamiento abierto e intentan corroer las posibles alianzas entre el gigante asiático y Europa).
En Washington, Donald Trump lleva días hablando del “virus chino” en sus comparecencias diarias ante la prensa y en Pekín, medios oficiales y diplomáticos manifiestan la tesis de que fue introducido por soldados norteamericanos. La relación entre ambos se encuentra en el peor momento de los últimos 40 años y ambos tratan de desviar las responsabilidades hacia el otro.
Son terribles implicaciones y el mayúsculo desafío en lo político, económico y social para Latinoamérica por la flaqueza en la que estaba inmersa, su debilidad en la mayoría de los medios de salud, con un gasto por habitante muy por debajo de los países más industrializados, el desplome de los precios de las materias primas, masivas salidas de capital, devaluaciones de la monedas y caídas de las bolsas, el impacto en las cadenas globales de valor hará que el desempleo en la región crezca un 10%, aumentando también la pobreza; golpeará a los más empobrecidos y condenada a la recesión para este año.
A principios de año América Latina vislumbraba un nuevo horizonte, Argentina estrenaba presidente (Alberto Fernández) y afianzaba el giro iniciado un año antes con la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México; Venezuela prometía un año electoral en el que la batalla entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó escalaba a otro escenario y las revueltas populares convulsionaron Chile, Colombia, Haití y Ecuador. La incertidumbre es total en el vasto territorio de más de 600 millones de personas, se está acrecentando el malestar al interior de los mismos donde cohabitan líderes que no se toman en serio las recomendaciones, tensiones que se agudizan y una economía cada vez más frágil que aleja cualquier atisbo de certeza; todo ha quedado sepultado por el coronavirus.
El golpe que se avecina tendrá consecuencias en las protestas populares que, por el momento, con toda seguridad, quedarán en una suerte de cuarentena ante las medidas de contención que se requieren. Se ha paralizado en cierta medida Sudamérica, se han cerrado fronteras, las principales administraciones tratan de tener una respuesta coordinada, pero con algunas resulta quimérico.
América Latina no será la misma, aparece una conciencia colectiva que exige la presencia estatal y la participación organizada para ocuparse de los problemas, que garantice el acceso a las necesidades básicas de manera igualitaria.
Es posible que de sus cenizas surja un nuevo orden mundial. Así lo ven algunos analistas que piensan que, de la ruina que deje por el retroceso de la actividad económica y social, pueden surgir modelos de organización que le den prioridad a la solución de los inconvenientes antes que al enriquecimiento de las élites.
Son impresionantes los efectos geopolíticos, China se ha reposicionado, Cuba muestra su fortaleza biotecnológica y sus métodos de salud, que aún bajo severas sanciones y demonizada es capaz de dar grandes pasos. Francia, España, Italia, Alemania, Estados Unidos y otro grupo de países del Primer Mundo han perdido su protagonismo mundial, pues se hacen visibles los aprietos capitalistas y quién hegemonizará el nuevo orden y por eso la guerra comercial entre Estados Unidos y China o las respuestas proteccionistas de Trump, Brexit, Bolsonaro y varios regímenes derechistas, que son llevadas adelante bajo las banderas del neoliberalismo. Analistas señalan que cambiará el mundo para siempre, detendrá la globalización, provocará el ocaso de Estados Unidos, aumentarán ideas nacionalistas y creará un régimen mundial más sostenible.
Cada crisis es también una oportunidad y quizá la epidemia actual ayude a darse cuenta lo que representa la dispersión global; es momento de practicar la solidaridad, estar atentos a llamados de alarma, ayudar en lo que sea necesario y ser todos promotores activos de la prevención; se necesita tomar una decisión, y la alternativa es desunión para beneficiar a los más poderosos o solidaridad global. Seguramente si se elige la segunda, será una victoria de todos contra el coronavirus y también contra las futuras epidemias, catástrofes y aprietos.
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