Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University
MILÁN – En los últimos años, gran parte del mundo, especialmente las economías avanzadas, ha estado atascado en un patrón de crecimiento del PIB lento y en baja, lo que llevó a muchos a preguntarse si esto se está convirtiendo en una condición semipermanente -el llamado "estancamiento secular"-. La respuesta probablemente sea que sí, pero la pregunta carece de precisión y, por ende, tiene una utilidad limitada. Después de todo, existen diferentes tipos de fuerzas que podrían estar moderando el crecimiento y no todas ellas están fuera de nuestro control.
Sin duda, es preciso destacar que sería difícil, si no imposible, contrarrestar en el corto plazo muchos de los vientos de frente que destruyen el crecimiento y que hoy enfrentamos, sin poner en peligro el crecimiento y la estabilidad futuros. El resultado de estas condiciones persistentes se puede llamar "estancamiento secular uno" (SS1 por su sigla en inglés).
El primer indicio de que estamos experimentando una situación de SS1 se relaciona con la tecnología. Si como dice el economista Robert Gordon experimentamos una desaceleración de la innovación tecnológica que mejora la productividad, el crecimiento potencial a largo plazo se vería limitado. Pero aún si la innovación no cayera demasiado, o si se volviera a recuperar pronto, la adaptación estructural y los cambios actitudinales necesarios para sacar ventaja de las alzas de productividad concomitante llevarán tiempo.
Una segunda condición detrás de un SS1 está arraigada en el impacto que tiene la incertidumbre acentuada -respecto del crecimiento, la seguridad laboral, las políticas y regulaciones y los muchos desenlaces que podrían afectar alguno de estos factores -en la inversión y el consumo. La gente sencillamente no sabe si sus gobiernos van a empezar a hacer progresos en cuanto a combatir la presión deflacionaria, contrarrestar la creciente desigualdad, ocuparse de la fragmentación social y política y restablecer el crecimiento económico y el empleo.
Frente a una demanda futura lejos de estar garantizada, la inversión privada se ha venido reduciendo en muchos países, inclusive, más recientemente, en China. Lo mismo es válido para el consumo de los hogares, particularmente en las economías avanzadas, donde un porcentaje mayor del consumo es opcional (por ejemplo, sustituyendo bienes de consumo duraderos, viajes y salidas a restaurantes). Si consideramos el tiempo que le llevó a la economía estadounidense, por ejemplo, recuperarse por completo de la Gran Depresión -hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno asumió gran parte del lado de la demanda de la economía-, pareciera que estas tendencias no se revertirán en lo inmediato.
El tercer indicio de que estamos atascados en un SS1 es la deuda. Los hogares, las corporaciones, las instituciones financieras y los gobiernos enfrentan restricciones de balances, algo factible de suponer, están recortando el gasto y la inversión, aumentando los ahorros y contribuyendo a un entorno ampliamente deflacionario.
Las acciones destinadas a respaldar un desapalancamiento y un ajuste de los balances -como reconocer pérdidas, sanear activos y recapitalizar bancos- conllevan beneficios a más largo plazo pero costos en el corto plazo. Por cierto, el ajuste de los balances lleva tiempo, especialmente en el sector de los hogares, y genera una rémora inevitable para el crecimiento.
El panorama es un tanto sombrío. Pero la cosa no termina ahí y de ello da cuenta otro interrogante más preciso: ¿existe un conjunto de respuestas políticas que podría, con el tiempo, incrementar el nivel y la calidad del crecimiento? Aquí, la respuesta también parece ser sí, lo que sugiere que también enfrentamos otro tipo de estancamiento secular -llamado "estancamiento secular dos" (SS2 por su sigla en inglés)- que está dictaminado por nuestra falta de voluntad o incapacidad para implementar la combinación de políticas correcta.
Un elemento clave de esa combinación de políticas se centraría en enfrentar la creciente desigualdad. Si bien las fuerzas que alimentan esta tendencia -en particular, la globalización y el progreso en tecnología digital- serán difíciles de contrarrestar plenamente, sus efectos adversos se pueden mitigar mediante la redistribución a través de los sistemas tributarios y de seguridad social. Mientras las economías sufren transformaciones estructurales prolongadas, los individuos y las familias necesitan los recursos para invertir en nuevas capacidades.
Es más, deber repensarse la política monetaria, que ha venido asumiendo gran parte de la carga de la recuperación desde la crisis económica de 2008. El hecho es que años de tasas de interés ultra bajas y de una flexibilización cuantitativa masiva no han incrementado lo suficiente la demanda agregada, y mucho menos reducido de manera adecuada las fuerzas deflacionarias.
Pero aumentar las tasas de interés de forma unilateral conlleva serios riesgos, porque en un contexto de demanda restringida, las tasas de interés más elevadas atraen ingresos de capital, haciendo subir así el tipo de cambio y minando el crecimiento en la parte negociable de la economía. Dada esta situación, los responsables de las políticas en los países avanzados deberían considerar imponer algunos controles a sus cuentas de capital (como hacen las economías emergentes exitosas) -una medida que facilitaría estrategias más independientes y a medida para salir de la opresión financiera.
Una tercera prioridad debería ser la de fortalecer las respuestas fiscales, especialmente con respecto a la inversión del sector privado. Europa, en particular, está pagando un precio alto por subutilizar su capacidad fiscal -una decisión que ha sido motivada por la impopularidad política de la deuda y las transferencias fiscales-. En las condiciones correctas, también se podría recurrir a los balances de los fondos de pensión y riqueza soberana para financiar la inversión.
Existen muchas más áreas en las que los países tal vez necesiten considerar reformas. Estas incluyen la política tributaria, el uso ineficiente o inapropiado de los fondos públicos, impedimentos para un cambio estructural en los mercados de productos y factores, y disparidades entre el alcance de las instituciones financieras globales y la capacidad de los balances soberanos de intervenir en caso de una crisis financiera.
El SS1 hará que resolver el SS2 resulte más difícil. Por cierto, parece que ni siquiera la implementación de respuestas políticas robustas, tanto domésticas como internacionales, bastaría para eliminar el riesgo de que la demanda y el crecimiento se mantengan amortiguados durante un período prolongado. Pero ése no es motivo para demorar la acción en aquellas áreas donde la política puede marcar una diferencia. De la misma manera que las elecciones de políticas pasadas ayudaron a generar el SS1 que enfrentamos hoy, la no implementación de políticas destinadas a enfrentar el SS2 podría crear una situación mucho más intrincada y potencialmente inestable mañana.
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