El
contenido de esta real descripción del HEGEMONISMO, nos conduce
obligatoriamente a retrotraernos a los procesos históricos que definieron la
fundación de los Estados Unidos de América en el siglo XVIII, y como les fueron
trasmitidas las tendencias al mesianismo rescatado por el fundamentalismo
bíblico de los puritanos que emigraron hacia América, imaginada como la Tierra
Prometida.
Esos
Peregrinos fueron protagonistas de un ejercicio de EXCEPCIONALIDAD que los
hacía imaginar poseer cualidades peculiares que otros pueblos no podían
desempeñar.
Eso
dio lugar a un sentimiento de grandeza y superioridad que constituyó desde el
principio, parte de la identidad nacional, de lo que hoy son los Estados Unidos
de América y su trasmutación al actual Imperio, atribuyéndose un Destino
Manifiesto de extender sus fronteras y de guiar a la humanidad como si fuera el
Pueblo Elegido por Dios.
Pienso
que de esa forma se estaba engendrando e iniciando una imagen de Hegemonismo
que fue desarrollándose y practicándose de tal manera que es muy difícil concebir
a un ciudadano de ese imperio que no padezca de esta sifilítica y maniática
obcecación.
La
historia posterior nos revela que en transcurso del siglo XIX, lo más atrevido
y preferido por la mayoría de la élite gobernante, fue el EXPANSIONISMO
TERRITORIAL; rápido, amplio y violento.
Cuánto
de HEGEMONISMO la humanidad tuvo que soportar y padecer. Existen infinidad de
escritos y documentos de la época con declaraciones de presidentes y otros
altos funcionarios de esa nación, mostrando con desfachatez e ignominia, al
HEGEMÓN YANKEE disfrutando de su labia hegemónica.
Su éxito más espectacular lo obtuvieron del
holocausto que significó la Segunda Guerra Mundial, que al terminar, los
Estados Unidos de América se habían convertido en la mayor potencia del mundo,
la única “superpotencia”, mientras que el resto del mundo salía de la guerra
herido, asustado y casi destruido.
El
conflicto mundial se convirtió para el imperio norte-americano, en una guerra
buena. En este sentido, lograron participar en cualquier conflicto social y
militar que se declarara a nivel internacional y que estimaran podrían limitar
su HEGEMONÍA y su supremacía.
Sin
embargo, al arribar al siglo XXI, todos los signos señalaban que el predominio
imperial estadounidense se quejaba de frecuentes padecimientos hormonales, que
dañaban a todo el organismo social, político
y sobre todo al sistema predominante, desde el cual los Estados Unidos
ejercen su supremacía.
Las
soluciones tenían que ser apresuradas, aunque se confrontaran otras
dificultades que pudieran ser imprevistas. El presidente de turno, George W.
Bush, los ultra derechistas y neofascistas que abundaban en el gobierno,
decidieron desatender las advertencias que proliferaban de que “hay terroristas
del Medio Oriente que están planificando secuestrar aviones de pasajeros y utilizarlos para atacar importantes
símbolos de los Estados Unidos”, y con vileza inaudita, consintieron que
sucediera con impunidad los criminales atentados de las Torres Gemelas, el 11
de septiembre de 2001.
El
magnicidio logró su proyectado cometido: legitimarse en el poder, con la total
anuencia de un pueblo engañado; detonar la guerra permanente, ejecutar los
objetivos del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, y sobre todo seguir
prevaleciendo en el sistema internacional con su ABRUMADORA HEGEMONÍA. Pero un
predominio que se ajusta más a la fuerza y la coacción (económica, financiera,
política y militar), que por su misma hegemonía. Como la declaración injusta,
ilegal y espantosa de guerra contra el país que no tuvo nada que ver con el
criminal ataque del 11 de septiembre.
Refiriéndonos a los 8 años en que Barack Obama
ostentó la presidencia del imperio, desde el mismo inicio de su mandato se
vislumbró su afán de convertirse en el HEGEMÓN IMPERIAL, que lograría, a través
de su perspicacia e intelecto, la seducción de los que consideraba reacios a
dejarse embelesar por su carisma e intenciones subyugantes.
No
hay dudas que en no pocas intenciones logró su cometido, lo que impulsó el
PREDOMINIO de su imperio.
Muy
pronto le concedieron el Premio Nobel de la Paz, sin que se lo hubiese ganado;
y cuando ya había decidido enviar 40 mil soldados a Afganistan.
Increíblemente,
al pronunciar en Oslo el discurso de aceptación, hizo alegatos desafortunados:
“….soy responsable por desplegar a miles de jóvenes a pelear a un país
distante; algunos matarán, a otros los matarán.
Al
pedir a Robert Gates, Secretario de Defensa de la administración anterior de
George W. Bush, que permaneciera Secretario de Defensa de su gobierno, se
embarra con las inmundicias de su inepto predecesor en ese peligroso asunto.
En
el transcurso de esos 8 años, Obama desplegó sus mejores energías para
convencer a la comunidad internacional de que era conveniente y necesario que
el Imperio se mantuviese como HEGEMÓN esclarecido e insustituible; y en buena
parte, lo logró.
Por
último, al referirme a los 4 años de la presidencia de Donald Trump, es
significativo como pudo provocar tanta discrepancia, embrollo y caos, que al
final, ese poderoso Imperio mostraba un HEGEMONISMO artificioso,
Las
contradicciones, los absurdos, los disparates y los choques abundaron con
quienes fuera, sin miramientos ni respeto.
Se
dedicó a mentir estrepitosamente, sin dignidad, ni decencia.
Dejó
un rastro tan obsceno y antipático, que por muchos años se le señalará como uno
de los mandatarios más indeseables en ese Imperio.
Por
último, he creído necesario exponer un fragmento de lo expresado por el General
de Ejército, Raúl Castro Ruz, en el Informe Central al 8vo. Congreso del
Partido Comunista de Cuba:
·
“Históricamente el HEGEMONISMO IMPERIALISTA de los Estados
Unidos, ha planteado una amenaza para el destino y la super-vivencia de la
nación cubana. No es un fenómeno nuevo. Ha acompañado a los cubanos desde los
orígenes de la Patria, cuando surgieron los primeros anhelos de soberanía e
independencia en nuestro pueblo”.
La
Habana, Cuba, 4 de mayo de 2021. “Año 63 de la Revolución”.
JSAF
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