Douglass North
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El desarrollo es un proceso de creación de instituciones
En 1993 el premio Nobel de economía lo compartieron dos historiadores: William Fogel y Douglass North. Ambos han contribuido a renovar la forma en que se estudian y se interpretan los acontecimientos históricos, aunque cada uno de ellos lo hace desde un punto de vista diferente. Mientras Fogel se centra más en la recopilación de series históricas de datos, North aborda el problema tratando de descubrir las razones que justifican los distintos grados de desarrollo entre países, así como para explicar el por qué han evolucionado de una determinada manera unas naciones y por qué otras han seguido caminos diferentes.
Los historiadores tradicionales justifican las desigualdades entre países aludiendo a las diferencias de educación, a las riquezas de su territorio, al tamaño de su población, o al uso de tecnologías de vanguardia. North no se contenta con esas explicaciones. Sin ir más lejos, en un mundo globalizado la información está al alcance de todos, la riqueza petrolera, por ejemplo, no garantiza el bienestar generalizado de una nación y las tecnologías y las personas pueden ser importadas por las multinacionales a cualquier parte del mundo casi sin restricciones naturales. Sin embargo, a pesar de la movilidad de los factores, subsisten diferencias clamorosas entre los distintos países y regiones del planeta.
Todos los argumentos tradicionales no explican suficientemente por qué la Revolución Industrial se produce en Inglaterra y no en otro lugar, por qué permanecen en Asia culturas milenarias ancladas en el subdesarrollo, por qué se producen los auges y decadencias de los imperios, o por qué en el África olvidada emergen países pujantes al lado de sociedades arcaicas.
Las instituciones
North llega a la conclusión de que los países progresan al compás que lo hacen sus instituciones. De poco sirve la existencia de una gran riqueza si no se puede disfrutar de ella por falta de seguridad para explotarla. ¿Quién se va a arriesgar a invertir su fortuna si la ausencia de una legislación pertinente no le protege del cumplimiento de los contratos? ¿Quién va a emprender un comercio marítimo si lo más probable es que los piratas te asalten y se queden con tu cargamento? ¿Por qué vas a apostar por un país que te desprecia, cuando hay otros que te acogen con simpatía y te dan garantías de la continuidad de tu negocio? Cualquier inversor preferirá la estabilidad política de un país que ha consolidado una Constitución arraigada y respetada por todos, a la anarquía populista de unos aventureros apoyados por la fuerza de unos militares corruptos.
Esa seguridad y esa protección de los derechos adquiridos es lo que incentiva en última instancia el emprendimiento y la innovación, que son las dos fuentes principales del desarrollo. Algunos indican que el gran salto adelante de la modernidad y del despegue de algunas economías se debe a los descubrimientos científicos, a la mejora educacional de la población o a la aplicación de las nuevas tecnologías, a lo que North responde que el orden de causación es el inverso. Las nuevas tecnologías se implantan como consecuencia de la protección de las patentes, de la seguridad jurídica que permite que puedan reunirse capitales suficientes para establecer las nuevas factorías y a la consolidación de entidades aseguradoras que distribuyan el riesgo entre distintos agentes especializados.
En este sentido, es más importante un sistema financiero profesionalizado y solvente, que una investigación científica prestigiosa. El primero permitirá explotar unos conocimientos que los sabios no sabrían que hacer con ellos. De hecho, la ciencia siempre ha estado puesta a disposición de todo el mundo durante mucho tiempo sin que nadie supiera que hacer con ella. A los científicos podrían calificarles los empresarios como unos ingenuos bocazas, que lo publican todo enseguida y se contentan con el halago a su narcisismo, pero que son incapaces de rentabilizar sus descubrimientos.
Son las instituciones formales como las que hemos mencionado, las que señala North como las responsables del despegue y florecimiento de las sociedades, desde el marco Constitucional, la organización política de la convivencia, la formulación de las leyes, la judicatura, la policía, el ejército o la disciplina de los mercados. Sin embargo, también deben tenerse en cuenta lo que él llama las instituciones informales, como las religiones, las costumbres, las tradiciones, los mitos o las ideologías, que pueden actuar como lastre, o por el contrario ser impulsoras de un proceso creativo imparable.
Son conocidos, aunque discutibles, los planteamientos de Max Weber sobre el mayor desarrollo económico de los países protestantes, que aplauden la búsqueda del éxito en la tierra, mientras que los países de tradición católica han fomentado la austeridad, la mística y las recompensas en la otra vida. Valgan este tipo de apreciaciones como ejemplo de lo que lleva a North a crear una escuela de pensamiento que ha sido bautizada como “Nueva Economía lnstitucional” y que junto a la “Cliometría”, que se apoya sobre todo en el análisis de series de cifras y de datos, están revolucionando la metodología y las conclusiones de la historia económica.
Reglas, propiedades y saltos con red
Los tres elementos básicos en los que se apoya el discurso de North son: la creación de instituciones, los derechos de propiedad y los costes de transacción. Es curioso que un marxista convencido como fue North en su juventud, evolucionase hasta terminar defendiendo los derechos de propiedad como condición necesaria para el desarrollo. Por eso, cuando sus antiguos compañeros se lo recriminaban, él replicaba que había sido marxista pero no comunista, aunque tuviese que soportar que le llamasen izquierdista de derechas.
El caso es que para resumir su pensamiento podemos concretarlo en los siguientes puntos: Los empresarios son los jugadores, pero las instituciones son las que establecen las reglas del juego. Si no se sabe el reglamento del fútbol, los participantes ofrecerían un espectáculo caótico, en el que los futbolistas correrían por el campo según describía un conocido entrenador galés “como pollos sin cabeza”. Lo dicho, Carta Magna, leyes, jueces, policía, ejército y mercados eficientes.
En lo que se refiere al segundo de los elementos, la apropiación de los rendimientos del trabajo estimula el esfuerzo y la creatividad, así como la conservación y mejora de los bienes, de lo contrario se generalizaría el mundo de los “gorrones”, los “free riders” en terminología inglesa. Estos terminarían por aburrir a los individuos solidarios, que argumentarían que sus responsabilidades se encuentran antes con sus familias y los miembros de su entorno más cercano y no con los parásitos que reclaman generosidad, no por necesidad, sino para perpetuar el vivir del cuento.
Finalmente, los costes de transacción tendrían que ser soportables y los interesados no deberían arriesgar más de la cuenta en cualquiera de sus operaciones. Los trapecistas que han logrado dar el doble, e incluso el triple salto mortal, nunca lo habrían conseguido a la primera y si hoy podemos disfrutar de su habilidad es porque los entrenamientos los realizaron con red. Coloquialmente se suele decir que los experimentos deben hacerse con gaseosa. Si la sociedad consigue reducir los costes de transacción, protegiendo a los convoyes en lugar de tener que pagar un oneroso tributo a los piratas, si permite la explotación del éxito a los que se arriesgan, o si incentiva la creatividad y premia la innovación, seguro que será más fácil que la sociedad se desarrolle.
La nueva historia compatibiliza el discurso narrativo tradicional con la coherencia de los datos y la búsqueda de las razones que justifiquen la diversidad de resultados. En este sentido North concluye que no es por casualidad que la Revolución Industrial se produjese en una isla con escasos recursos de todo tipo, pero pionera en el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos y defensora de la libertad individual. Por su parte, las grandes riquezas de una Francia intelectualmente revolucionaria y progresista, solo consiguen un crecimiento económico limitado debido a una administración reglamentista y asfixiante de toda iniciativa ajena al Estado. En cuanto al poderoso Imperio Español, el exhaustivo control ejercido por la Corona y la administración centralizada de un territorio tan enorme, hizo perder el impulso vital de una nación que llegó a conquistar medio mundo.
Lo que nos queda por vivir es una aventura apasionante cuyo resultado final desconocemos, pero que si hemos de aprender del pasado, parece que no deberíamos poner puertas al campo y retrasar las innovaciones de las que apenas hemos visto algunas muestras. Es muy posible que los que se refugien en la cálida seguridad de las concesiones, los monopolios, el inmovilismo y la protección del Estado providencia, serán los futuros parientes pobres de un mundo globalizado abocado a vivir peligrosamente.
Robert Fogel
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La nueva Historia Económica
En 1993 se concede por primera vez el premio Nobel de Economía a dos historiadores, a Robert Fogel, y a Douglass North. Se hacía así justicia, reconociendo tardíamente la utilidad de aplicar multitud de áridas cifras y datos para explicar los diferentes acontecimientos. Estas cifras, junto a los principios de la teoría económica, podían aportar claridad y un mayor rigor a las amenas descripciones de la historia, consiguiendo que ésta fuese algo más que una interesante novela que tenía el aliciente de haber pasado de verdad.
Economía e Historia
Decía Fogel, que por muy brillantes que fuesen los discursos, y por el hecho de que las propuestas viniesen escritas en letras de molde no tenían por qué ser ciertas, y concretamente sus tres estudios más conocidos, los relativos al análisis de la esclavitud, el de la evolución de los ferrocarriles americanos, y el que se refiere a la correlación entre la nutrición y los niveles de vida, revelan, con los datos en la mano, que tienen poco que ver con las conclusiones generalmente admitidas, y que por lo tanto deberían ser revisadas por falta de consistencia.
Para calibrar la talla intelectual de Fogel le avalan sus escritos, pero para darse cuenta de su personalidad, su independencia de criterio y de su talla humana, quizá sea suficiente con decir que, en 1949, un neoyorquino blanco y licenciado en Cornell, una de las ocho universidades de la elitista Ivy League, se casa con Enid Cassandra Morgan, de raza negra y con la que convive hasta la muerte de ella 45 años más tarde.
Conviene recordar que el famoso incidente de Rosa Parks, que se negó a ceder su asiento a un blanco en un autobús de Montgomery (Alabama) ocurrió en 1955, y que la lucha por los derechos civiles se llevó por delante la vida de Martin Luther King una tarde de 1968.
La esclavitud
Tal vez sea por esto por lo que su trabajo más conocido esté relacionado con la esclavitud, llegando a la discutida conclusión de que, al margen de su rechazo moral, la esclavitud como institución era económicamente eficiente, estimándola en hasta un 36% superior respecto a la de los trabajadores libres. Para ello revisó cientos de archivos, consultó miles de precios de subastas y contratos de compraventa, y en base a estos costes, afirmaba que los propietarios de un esclavo lo consideraban con total fundamento como un bien de capital, al que tenían que cuidar, proteger y mantener en buen estado si querían que su inversión no sufriese un proceso de depreciación acelerada.
Rechaza contundentemente la leyenda de que los hacendados los maltratasen, pues sería una forma de tirar piedras contra su propio tejado, y que el trato, la alimentación, los alojamientos, y el apoyo al entorno familiar, tanto de niños como de ancianos, resistía la comparación con los estándares de vida de los demás trabajadores.
Resulta inadecuado el tratamiento deshumanizado de las personas esclavizadas, pero no se trata aquí de discutir problemas morales sino de eficiencia económica, y los estudios de Fogel demostraban la racionalidad de la institución, que podía haberse mantenido vigente durante bastante más tiempo si no hubiese sido abolida por consideraciones políticas.
Mucho peor es la situación actual de los inmigrantes subsaharianos que llegan clandestinamente a Europa, o la de los “espaldas mojadas” que entran subrepticiamente en los Estados Unidos, conducidos por intermediarios desaprensivos que los depositan sin amparo para que queden a merced de una suerte incierta. Estos modernos emigrantes son explotados por empresarios sin escrúpulos, que se benefician de unos costes laborales bajos, que desplazan hacia el paro a los trabajadores legales, y que se ahorran las prestaciones sociales de unos recursos laborales, que cuando reducen su rendimiento, son despedidos sin compasión y reemplazados por una nueva remesa de los que constituyen una auténtica esclavitud moderna. También aquí podríamos hablar con propiedad de racionalidad económica y de problemas morales.
Los ferrocarriles americanos
El segundo tema al que Fogel dedicó sus trabajos está relacionado con los ferrocarriles americanos; un sector popularizado enormemente por las películas del Oeste, y que atrajo cantidades enormes de capitales. Acercar la producción de unas tierras sin esquilmar a unos consumidores ávidos de carne y de granos, prometía rendimientos espectaculares, y fue tal el interés que despertó la nueva explotación ferroviaria, que el índice bursátil más importante del mundo, el Dow Jones, estableció un subíndice específico para informar en exclusiva de la evolución del sector de los Ferrocarriles.
Esta actividad, tan floreciente en sus comienzos, languidece hoy, subsistiendo a base de tarifas reguladas y de subvenciones públicas. Y es en base a los datos recogidos durante todos estos años por lo que Fogel se atreve a discutir el relevante papel que se le atribuye generalmente a la implantación de las redes ferroviarias en el desarrollo dela Nación, y cuya contribución a dicho desarrollo él cifra en apenas un modesto 5%.
Concretamente añade, que esta evidente decadencia se debe a dos monumentales errores que cometieron los gestores de aquella prometedora industria. El primero consistió en un exceso de inversión redundante en las líneas de mayor volumen de tráfico, duplicando, o incluso triplicando prácticamente los mismos corredores. Las empresas se lanzaron a una competencia suicida, rebajando tarifas en una guerra de supervivencia, que hizo que ninguna de las compañías que operaban unas rutas prácticamente idénticas obtuviese un beneficio mínimamente atractivo. Sin embargo, siendo esto importante, lo peor fue el despilfarro de recursos que podían haber sido empleados en otras actividades productivas, y que un análisis más exigente de costes y de beneficios hubiera elevado ese porcentaje de crecimiento muy por encima del mencionado 5%.
Dicho gráficamente es como si porque el Metro de París fuese un buen negocio, los inversores se lanzasen a construir un segundo Metro, sin que se hubiese duplicado París, ni lo hubiera hecho la cantidad de parisinos. El símil parece ingenuo, pero no es infrecuente ver como hoy mismo algunas empresas envidian los rendimientos de una determinada actividad y se involucran en ella sin calibrar si hay mercado suficiente para rentabilizar también la nueva capacidad productiva.
El segundo error que atribuye Fogel a los pioneros del ferrocarril, fue el de no haber sabido identificar la base de su negocio. Creyeron que este consistía en la explotación del nuevo invento de la máquina de vapor y su aplicación a la explotación de vías férreas. Si hubiesen pensado que lo sustantivo de su actividad era el transporte, sin apellidos, y sin suponer que tendrían que realizarlo por medio del ferrocarril, habrían empleado el importante músculo financiero del que dispusieron para convertirse en los dueños de las autopistas de peaje, de las líneas de autobuses, de las compañías de aviación, de las empresas de distribución y logística, y posiblemente habrían desarrollado antes negocios hoy tan florecientes como los Avis, Uber, o el mismísimo Amazon.
Las reflexiones de Fogel entroncan con las del mítico inversor Warren Buffett, el tercer hombre más rico del mundo según la revista Forbes de 2018, detrás de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, y de Bill Gates, el eterno presidente de Microsoft. Warren Buffett, dicen sus biógrafos que empezó repartiendo periódicos en su juventud, y tal vez por eso, confiesa él mismo, que su primera inversión la realizó en la editora del Washington Post. Pensaba que cualquiera que quisiese dar a conocer un producto, comunicar una novedad, o simplemente enterarse donde ponían la película que quería ver esa tarde tenía que acudir a la prensa para informarse.
Su percepción, que era correcta a mediados del siglo XX, ha cambiado por completo y, lo que les ocurrió a los ferrocarriles americanos puede estar pasándole ahora a la entonces todopoderosa prensa de papel. Los periódicos de hoy han perdido el monopolio de la información a manos de nuevos operadores que explotan nuevas tecnologías, utilizadas por la inmensa mayoría de la población que dispone ya de los receptores que permiten aprovecharlas. Las rotativas, como los kioscos de prensa, tienen su porvenir comprometido, pero la información, la difusión de noticias, o los reclamos publicitarios, seguirán siendo necesarios y los consumidores y anunciantes seguirán pagando por ellos.
Eso sí, en un mundo de internet, de Google y de teléfonos móviles, esta función tendrá que ser compartida con otros medios. La aparición de Facebook, de Twitter, Instagram, o de Wikipedia, hace que los que quieran supervivir tendrán que competir duramente por suministrar sus servicios con rapidez, veracidad, prestigio y oportunidad a sus clientes. No sabemos dónde se encontrará el negocio futuro de los medios de comunicación, ni cómo se financiarán, si será la radio, la televisión, los teléfonos móviles, o cualquier artilugio todavía desconocido, los que nos proveerán de informaciones específicas, nos atenderán bajo demanda, se especializarán por contenidos, o cualquier otro invento que nos puedan ofrecer los involucrados en este sector. Lo que parece claro es que en el acertar en su modelo de negocio les va la vida, teniendo que descubrir que es lo que quieren vender, y que es lo que querrán comprar los consumidores del futuro. Los que no acierten emprenderán el lento camino de la decadencia, como lo hicieron los dinosaurios, o los fabricantes de candiles y de velas de sebo.
Nutrición y desarrollo
Finalmente cabe mencionar sus estudios sobre la relación entre los estándares de vida, y más concretamente la nutrición, y el crecimiento económico. De la ingente cantidad de datos manejados llegó a la conclusión de que el hambre y las guerras solo eran responsables del diez por ciento de la mortalidad humana, desmontando la creencia de que la falta de una alimentación adecuada había lastrado el desarrollo de la sociedad. Fue la tecnología, concluye Fogel, la que consiguió elevar la esperanza de vida de la población de los cuarenta y siete años de 1900, a los cerca de ochenta actuales, revolucionando de paso todos los parámetros económicos respecto a la magnitud de la demanda, la duración de la vida laboral, las pensiones, el urbanismo, etc.
Son los nuevos inventos, la mecanización agraria, los fertilizantes químicos, las mejoras genéticas, o los cultivos intensivos, los que han supuesto la gran bendición de los pobres, abaratando unos productos que los ricos ya disfrutaban desde mucho antes. Ha sido la tecnología, repite Fogel, la gran promotora del desarrollo, siendo la eliminación de la desnutrición y el control de las hambrunas una consecuencia de los avances tecnológicos, y no al revés, sin los cuales el desarrollo no se hubiera producido, o hubiera resultado mucho más lento.
Lo que aquí se ha expuesto justificaría por si solo el acercarnos sin intermediarios a la abundante obra de este pionero de la historia a través de sus cifras, lo que se ha dado en llamar la Cliometría, y de la que con Douglass North, también premio Nobel de economía de ese mismo año, son sus dos máximos exponentes.
Fuente Libro : Una corona de laurel naranja
José Carlos Gómez Borrero
Este párrafo me parece fundamental ...donde nació la revolución industrial.
ResponderEliminaruna isla con escasos recursos de todo tipo, pero pionera en el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos y defensora de la libertad individual. Por su parte, las grandes riquezas de una Francia intelectualmente revolucionaria y progresista, solo consiguen un crecimiento económico limitado debido a una administración reglamentista y asfixiante de toda iniciativa ajena al Estado
Les suena familiar por ahí hay que empezar, por reconocer derechos, igualdades, libertades y transparencia .
Eso de marxista pero no comunista, por supuesto, el marxismo es como el cristianismo, tiene tres mil sectas, desde el leninismo al maoísmo.