Por Alejandro Nadal, La Jornada
En 1931 John Maynard Keynes escribió un ensayo sobre Las posibilidades económicas de nuestros nietos. En él describió con profundo optimismo el potencial que en el largo plazo conlleva el desarrollo del capitalismo. Entre las perspectivas que pronosticaba para 2031 estaba la semana de trabajo de 15 horas. La población dedicaría el resto de su tiempo a la cultura y el esparcimiento. Al comenzar la Gran Depresión, Keynes escribía estas reflexiones como un antídoto contra la desesperanza que comenzaba a predominar. Sus predicciones no se han cumplido y las crisis recurrentes, el deterioro ambiental y la profunda desigualdad que imperan en el mundo vuelven a alimentar el pesimismo.
Una gran distancia separa las perspectivas de largo plazo sobre el capitalismo y lo que ocurre en la coyuntura actual. Pero no hay que olvidar que el viaje más largo se compone de pequeños pasos. Los fuertes vientos de fronda y profundas contracorrientes que hoy sacuden la economía mundial son las palabras con las que se escribirá mañana la historia del capitalismo.
Lo que hace unos meses podía parecer una frágil recuperación hoy se presenta como un paisaje sombrío. Existen fuerzas que estimulan el crecimiento, pero coexisten con varios factores que frenan la expansión. ¿Cuál será el desenlace? O la recuperación se consolida y la economía mundial avanza por un sendero de tímida expansión, o el deterioro se profundiza y resurge el espectro de una crisis más profunda que la anterior.
En caso de que la recuperación llegue a consolidarse, no hay que esperar tasas de crecimiento espectaculares. Pero sí habría un periodo de cierta estabilidad y se alejarían (temporalmente) los nubarrones que marcaron los años inmediatos a la crisis de 2008. En contraste, si la recuperación es perturbada, la situación se complicará y se podría retornar a esos años en los que el sistema financiero del mundo amenazaba con desintegrarse.
Los datos sobre crecimiento comenzaron a revertir la tendencia negativa desde 2013, pero la trayectoria que sigue la economía mundial es frágil y no es posible hablar de crecimiento sostenido. Hoy 85 por ciento del crecimiento mundial es atribuible a dos economías: China y Estados Unidos. El resto del mundo, con la Unión Europea y Japón a la cabeza, continúa con tasas de crecimiento más bien mediocres. ¿Será duradero el crecimiento en "ChinAmérica", como algunos llaman al entrelazamiento de estas dos economías? Cualquier descalabro en ese binomio tendría graves consecuencias a escala mundial.
La respuesta no es evidente. En la economía china la expansión ha descansado excesivamente en el crédito y buena parte del sistema bancario en ese país se encuentra en dificultades. En 2008 la deuda total en China era equivalente a 141 por ciento del PIB, pero en 2017 esa proporción había pasado a ser 256 por ciento. La mayor parte de ese endeudamiento (163 por ciento) corresponde a las empresas, y los términos de los contratos que rodean esos créditos se desconocen. La opacidad del sistema bancario en China es una de las características más inquietantes de esa economía. Por otra parte, el nivel de ingreso per cápita en China (15 mil 400 dólares en 2017) hace muy difícil para los hogares sobrellevar esa carga de endeudamiento. Si el banco central decide incrementar las tasas de interés para controlar el apalancamiento y la creación de crédito, la carga de la deuda se incrementará y se frenará el crecimiento. El aterrizaje no será suave y las repercusiones globales no se harían esperar, sobre todo en el caso de los exportadores de productos básicos que tienen en China uno de sus principales mercados.
En Estados Unidos el crecimiento hoy está soportado por un estímulo fiscal cuyos efectos no van a durar más allá de 2019. La reforma fiscal de Donald Trump se ha acompañado de buenos resultados en algunos indicadores económicos. Pero los salarios siguen estancados, la desregulación financiera se mantiene y los bancos han seguido creciendo y concentrándose. De los 15 bancos que recibieron ayuda durante la crisis, 11 son ahora más grandes de lo que eran en 2008: la tendencia hacia mayor concentración en el sector bancario se mantiene y eso no es una buena señal. La generación de empleo arroja cada trimestre datos aparentemente positivos, pero esos empleos no son de buena calidad y la medida amplia de desempleo sigue siendo elevada. Además, la Reserva Federal piensa que ya hay presiones inflacionarias y seguirá aumentando la tasa de interés, lo que frenará el crecimiento. Hay que añadir la guerra comercial que Trump ha desatado y cuyos destrozos irán mucho más lejos de lo que alcanza a imaginar su narcisismo infantil.
No es la Gran Depresión, pero tampoco es el brillante escenario que describía Keynes para el futuro de los nietos. En la intersección de la coyuntura económica y las reflexiones sobre el largo plazo, es tiempo para repensar las estrategias de desarrollo económico.
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