Por Rafael Alhama Belamaric
Pudiera parecer extraño que los hacedores de las ciencias
sociales sientan necesidad de rescatar y defender que no hay individuo sin
sociedad, pero tampoco sociedad sin individuo. La sola interdependencia de
ambas realidades, y dimensiones, debería bastar para evitar que alguien pudiera
plantear un dualismo. Este sería entonces un buen punto de partida para
cualquier construcción y comprensión antropológica, muchas veces puesta en un
segundo o tercer plano, o en ninguno. Sin embargo, los esquemas preestablecidos,
sobre todo hoy, empujan al dualismo, por no prestar en el pasado la debida
atención a las actuaciones individuales, es decir, a las personas consideradas
independientes unas de otras, a sus aspiraciones e intereses. Es la
preocupación y pregunta por el otro.
Muy rápidamente digamos que antropológico significa
conocimiento humano, o del ser humano de forma integral, de la diversidad de
las relaciones socioculturales en sus entornos ecológicos, hoy entendido a su
vez de la manera más abarcadora. Y si se le agrega el apellido “social”,
entonces se trata también de la sociedad, de su interior, de las estructuras de
las relaciones sociales, los comportamientos, y de la diversidad cultural. Se imbrica, entre otras, con la sociología, algo
más antendida, en tanto esta estudia la realidad social de los individuos y
aquella el estilo de vida. Por tanto, es imprescindible rescatar los
significados antropológicos y sociológicos de los fenómenos. Puede y debe ser
camino no sólo necesario sino útil para explicar muchas cosas, muchas
situaciones, y preparar mejor los procesos de cambio.
Aunque difícilmente alguien pueda dudar de la
importancia de tener en cuenta el estilo
de vida, las relaciones
socioculturales en que se desarrolla el ser humano, que influyen en la realidad social y esta a su vez en
aquellas, y todo de conjunto, en las transformaciones
sociales y económicas, las que a su vez forman parte de aquellas, todo
esto, poco se tiene en cuenta sobre el peso decisivo que puede tener en la
comprensión, explicación, aceptación de los procesos sociales, y sobre todo en
la realización de las transformaciones de los procesos de cualquier naturaleza.
Quizás todo ello pueda considerarse como partes de una tecnología necesaria para
la trasformaciones económicas y sociales. Y tecnología no es sólo un lema,
llamado, o discurso, es mucho más que eso.
Su desconocimiento, puede, ni mas ni menos, que
facilitar o frenar, o hasta impedir, la continuidad de la transferencia de las
ideas, del conocimientos, de las buenas prácticas, o de los estereotipos que
deben cambiar, dentro de un marco institucional. Puede coadyuvar a crear mayor
o menor capacidad de análisis crítico, y sobre todo del establecimiento de los nuevos
avances, normas, mecanísmos, actuaciones, desde el nivel individual hasta el
nivel comunitario y global de la economía o la sociedad.
Si desde hace ya décadas, hay estudios e investigaciones sociológicas suficientes en el país, que abarcan un abaníco
amplio de temas y problemas, y hasta tienen reconocimiento social, es menos
conocido, y ha conllevado mucho esfuerzo que lo haya también en el campo de la antropología,
social y cultural, que es la que me interesa destacar. Pero, la gran pregunta,
tantas veces repetida en tantos eventos en el pasado es ¿hasta dónde se conocen
y emplean sus resultados?
Es no sólo una pregunta que hoy se impone por
su importancia práctica, sino que debe ser tenido en cuenta al proponerse
soluciones, y hacerse análisis críticos constructivos acerca de los cambios económicos
y sociales que se llevan a cabo, y los que deben hacerse. No bastan las mejores
propuestas técnicas, a cualquier nivel, si se cuestionan los intereses de
muchos, si no se tiene en cuenta quíen y
cómo lo va a llevar a cabo, y cuáles
son las motivaciones e intereses individuales y sociales para hacerlo, del que
lo ejecuta, y los demás que son actores también, pero muchas veces pasivos. La
mejor solución o medida en el papel, puede convertirse en papel mojado,
experiencias pasadas hay suficientes.
¿Cuántas propuestas se han hecho en las últimas
décadas, desde luego, cada una en su contexto y momento, pero siempre tratando
de pensar en desarrollos futuros, sobre organización, temas organizacionales,
cultura y espacios de trabajo, sobre productividad, consumo, , desigualdad y
pobreza, mecanismos
directos e indirectos, planidficación, relaciones de mercado, procesos de
corrupción, esquemas salariales y su organización, funciones estatales, diseño
de empresa y su gestión, capacidades e inversiones, descentralización y
territorialidad, colectivos laborales, competencias y competitividad, formas y sistema de propiedad, cuentapropismo,
estructura social?
¿Cuántas veces se llevaron a cabo debates en
torno a estos problemas, y se llegaba regularmente a las mismas conclusiones?
También se puso en evidencia muchas veces en el pasado, que realmente hay
problemas económicos muy complejos que no es posible resolver en poco tiempo. En
consecuencia se hacían posibles aproximaciones escalonadas, con pequeños pasos,
pero sin fijador ni incentivos, con el tiempo caían en el olvido, y así
aquellos problemas iniciales se complejizaban aun más.
Los indicios y origen de muchos de los
problemas actuales, como se ha escrito ya, empezaron a aparecer tempranamente, porque
casi nada ocurre ni se desarrolla de un día para otro, no en economía, no en
relaciones sociales. Sin embargo, debido siempre a circunstancias complejas y
condicionantes de funcionamiento de la economía, no se tomaban las medidas
adecuadas o de forma integral, por lo que se fueron acumulando. Grandes problemas como las políticas sociales
y gasto social, o política de empleo, por mencionar sólo dos políticas
privuilegiadas, exigian estrategias globales, que se adoptaban centralmente, y
se llevaban a cabo con controles centralizados, por y para el bienestar de
todos.
Pero, al mismo tiempo, durante décadas, el
papel del individuo se perdía dentro del conjunto de la sociedad, y el de los
trabajadores se ubicaba dentro del centro de trabajo, sin conclusiones
concretas fuera del trabajo. La (ir)responsabilidad como fenómeno de masas, hoy
se muestra en toda su magnitud y cualidad. Hoy se clama, exige, se necesita, la
responsabilidad autónoma de cada individuo, de cada colectivo. Pero esta no ha
sido suficientemente desarrollada, ni fue posible, bajo el mando burocrático
hiperdesarrollado. Por lo tanto, ese comportamiento arcaico e irresponsable,
debe entenderse, y revertirse, porque puede convertirse en factor importante de
inestabilidad económica, en momentos en que es más necesaria.
Lo primero es entender y aceptar una verdad de
perogrullo, que es imposible separar los procesos económicos del mecanismo de
toma de decisiones políticas. Pero también que no es posible separar estás de
las relaciones y estructuras de poder. Y también, quizás menos evidente, que éstas
relaciones de poder no es posible verlo
separado del individuo, de cada individuo, ser humano, de cada persona, dentro
de la sociedad. La diversidad del pensamiento y cultura, que se ha ido
construyendo, que ha ido construyendo cada persona de una manera ya durante varias generaciones,
los definen. Confirman la existencia de problemas estructurales derivados del
modelo socioeconómico dominante durante décadas, que entendía y atendía a todos
por igual, así como la propia falta de facilitadores.
Los problemas de todo tipo, económicos y
sociales, internos y externos, subjetivos y objetivos, como muchas veces se
decía en el pasado, no caen en saco roto. Forman parte de las personas como
parte de la sociedad, que tratan de la mejor manera de aprehender y de
llevar a cabo, muchas veces o la mayor
parte de las veces, propuestas y soluciones, cada uno con sus intereses y
aspiraciones diversas, con visiones diferentes, de las cuales sólo siguen
siendo objeto de transmisión, o sujeto de ejecución, pero no sujeto de
decisión, decisiones no sólo propias, sino colectivas, comunales,
organizacionales.
Es uno de los tantos problemas, que es
necesario revertir de inmediato, desde el individuo, sujeto activo, la familia,
calle, puesto de trabajo, taller, empresa, comunidad, territorio, más allá de
la burocracia política y administrativa, incluso de las fuerzas tecnocráticas,
que también quieren ocupar el lugar que le corresponde; o cuando menos de
conjunto.
Quizás
uno de los mejores ejemplos, sobre la falta de atención, conocimientos aplicados y tratamiento pudiera ser la transformación
tecnológica, o gestión de activos intangibles en el caso de procesos de las tecnologías
de punta. Un concepto componente de múltiples elementos, que obliga a un
enfoque multidisciplinario, y como parte de éstos el llamado “capital humano“,
del cual poco o ningun discurso entre nosotros lleva a cuestionarlo filosófica,
económica o políticamente, para no mencionar antropológicamente. De manera que
se sigue reduciendo a la administración del recurso humano, de la economía del
conocimiento tratado a la vieja usanza, y por supuesto de las finanzas. Es aceptado
generalmente como fuente de valor de las empresas, obviando curiosamente casi
siempre como parte de las teorías del crecimiento y el capital humano, la parte
que tiene que ver directamente con el individuo, la cuestión de los salarios de
eficiencia.
No es
este un artículo donde voy a cuestionar el concepto a lo largo de su
desarrollo, eso lo hice en el libro “Capital Humano. Autorealización y reconocimiento
social“ de 2008. Se cansaron entonces de preguntarme si se trataba sobre norma
cubana de capital humano, un cocido en que se involucraron muchas
instituciones, tratando de aplicar acríticamente teorías en boga, por lo de la
rentabilidad de inversión en capital humano, o la alta tasa de capital humano
entre nosotros, pero baja realización. Me recordaba tres décadas antes los
esfuerzos de aplicación de la Organización Científica del Trabajo (OCT) que era
tarea conjunta del Consejo de Ayuda Mútua Económica (CAME), que lo acuñó como
concepto propio con el apellido de “socialista“.Yo le respondía que no, y
tampoco era sobre los fundamentos del neoliberalismo económico, que explicaba
que el bienestar social dependía de un crecimiento económico sostenido, luego fuertemente
cuestionado, y del valor monetario de una empresa y los activos que la
conforman. Todo ello en su capacidad de maximizar el valor del capital
invertido y obtener unas ventas rentables. Por lo tanto, el valor del activo
intangible, estribaba en su capacidad de producir valor futuro. Bastante tiempo
dedicamos un grupo a explicarles a algunos especialístas extranjeros de cómo y
porqué teníamos nosotros una norma de capital humano.
Pero
de alguna manera, todo esto sigue presente entre nosotros, y se trata de
promover en la economía del conocimiento. Uno de los métodos de valoración de las
empresas y activos generalmente aceptado se basa en flujos de caja libre, o con
base en el mercado, y del intercambia en el mercado. Sin entrar en otras muchas
posibles acotaciones, la cuestión es que el capital humano como activo
intangible y su valor para una empresa, estriba en que este es depositario de
un saber, saber hacer, de un know-how, defendido y dificilmente adquirible
por la competencia, pues puede constituir la ventaja competitiva, y ser parte o
el todo de una condición estratégica. Es Solow, entre otros, uno de los que más
contribuyó a la teoría del capital
humano con su modelo de impacto de eficiencia del trabajador, lugar clave en la
determinación de la economía, hace casi cuatro décadas. Pero mucho ha llovido
desde entonces. Nadie duda de la importancia del activo intangible, y hasta
desplaza en algunos casos el activo tangible como fuente de generación de valor
para la empresa. Por lo que puede darse el caso, y se da, que la herramienta
física más importante con que cuenta la empresa sea el trabajador, y para el
trabajador, es el mismo. Nunca más claro.
Y
llegamos al punto del ejemplo, de cómo se siguen manejando variables y
elementos, índices e indicadores, escalas cuantitativas, para valorar y
visualizar el estado de una organización de conocimiento. Y entre muchas
variables, se listan las posibles variables que caracterizan el capital humano,
como son el clima laboral, compromiso,
motivación, satisfacción personal, competencias, liderazgo, cultura innovadora,
entre otros. Si fueran sólo
éstos, sin tener en cuenta otros elementos, como calidad de procesos, y
prácticamente todos y cada uno de los elementos del capital estructural, social
y relacional, que abarca el llamado capital intelectual, se llega al punto que
quiero subrayar. No se profundiza en el estudio del individuo, de la persona,
como sujeto de la acción, y del control más o menos consciente que ejerce sobre
si mismo o sobre los demás. No se profundiza desde el individuo en esa
organización, bno se cuestiona hasta que punto es el sujeto de acción, lo que
cada sujeto hace y dice, y cómo lo lleva a cabo. Y todo eso no sólo depende de
la posición de cada uno en la organización, sino de lo que es cada uno, de lo que es cada institución y grupo, de la
propia historia de cada uno. Esto no forma parte de los indicadores ni se
cuantifica.
Estas
identidades son el resultado que surgen como respuesta a las necesidades
singulares en cada lugar, o en la sociedad, y de acuerdo a ello se estructurará
un modo de vida individual y colectivo.
Esto también sería parte del llamado capital humano, difícilmente
contabilizado, a no ser indirectamente por los anteriores elementos
identificados. Invariablemente se debe pasar a valorar las actitudes, o los
comportamientos habituales que se producen en diferentes circunstancias, que ya
complican todo, y hacen imprescindible un enfoque multidisciplinario, donde no
puede faltar el antropólogo.
Pero
aun más cercano a un enfoque económico, que imbrica con el modo de vida.Suponiendo
que todo lo anterior fuera verdad, al menos lo es para una realidad, y se tratara
de seguirlo y aplicarlo en toda su extensión, suponiendo que en nuestra
sociedad también fuera válida la teoría, sin cuestionamientos, las pregunta que
se imponen son: ¿puede el capital humano ser aminorado en su peso e importancia
frente a otras variables y otros elementos que caracterizan el desempeño de la
organización¿ ¿ y este desempeño puede considerarse bueno o satisfactorio,
porque los demás elementos considerados ofrecen valores relativamente buenos?
¿Cómo queda entonces el clima laboral, la motivación, o la satisfacción
personal? ¿dónde queda el individuo-trabajador-conocimiento?¿No sería lógico
cuestionar y proponer soluciones integrales que abarque estructuras de poder
dentro de la organización, de quién y como se determina, por ejemplo, lo que se
debe recibir por el trabajo realizado? ¿la situación no lleva al menos
cuestionar y proponer la participación directa tanto en las condiciones de
producción, o los procesos, así como participación directa en los resultados
realizados?
Como
dice Pablo Rodríguez, uno de nuestros destacados antropólogos:“El trabajo es un
hecho social total. Desde él se estructura la vida de las personas, una gran
parte de las subjetividades, los proyectos de vida y una porción sustancial de
todo el entramado social.“
Lo que
es importante tener en cuenta, y no se tiene, por considerarse pérdida de
tiempo, o sencillamente por falta de conocimientos, sea al investigar los
activos intangibles, o al trabajador agrícola que siembra, o el investigador
que recoge información, o el directivo que gestiona, o del facilitador para
gestionar un objetivo cualquiera de la gestión de cambio, o para reajustar la
transición de las personas en situaciones concretas, o en el cambio de
comportamientos y hábitos, es eso, el individuo, no como masa, sino como cada
una de las personas, o la organización dentro del conjunto de éstas, inmersos
en su realidad social, en una realidad social, una pero a su vez múltiple.
Actores
o agentes sociales quizás pudiera ser un concepto de confluencia de la
antropología y la sociológica, para destacar la importancia de tratar al sujeto
por el cual pasa la práctica, el que vive su vida. Y esto nos lleva a la
estructura social, a las formas de relacionarse, a los valores, creencias, y
ética, de las que tan poco se escribe.
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