Por: Agustín Lage Dávila
En la nota de la semana pasada (septiembre 13) retomábamos la idea de los tres caminos posibles por los que podría transitar nuestro futuro:
- El camino de la ingenuidad.
- El camino del estancamiento.
- El camino de la cultura.
Y profundizamos un poco (en la medida en que lo permite el espacio limitado) en el primero de ellos: El camino de la ingenuidad.
Como prometimos, vamos ahora a comentar otro futuro posible, el que nos llevaría por el camino del estancamiento, hacia la exclusión del sistema mundial.
Hablábamos la semana pasada de “ingenuidades” que nos pueden inducir a transitar hacia una economía privada, concentradora de la riqueza, que sobrepase y margine la economía estatal socialista, que es la que principalmente distribuye riqueza. Pero sucede que también vemos actitudes ingenuas en el otro extremo, el de la inmovilidad y la suspicacia ante cualquier posible transformación.
Estas actitudes no están entre los aspirantes a “hombres de negocio” y sus ideólogos, sino entre los burócratas. Conducen al riesgo de intentar resolverlo todo con más regulaciones administrativas y más controles, sin salir nunca de la “zona de confort” de cada organización. Se llega así a una manera de pensar y actuar en la que los procedimientos acaban siendo más importantes que los objetivos, y se acepta posponer o limitar objetivos a cambio de ser estrictos en el cumplimiento de los procedimientos establecidos. Así se lleva a la sociedad, paso a paso, hacia el abandono de objetivos audaces y sueños visionarios. Exactamente lo contrario de la actitud revolucionaria.
¿Cómo sería el futuro si limitamos las iniciativas económicas y sociales al cumplimiento de las orientaciones que vienen “de arriba”? ¿Qué ocurriría en el mediano plazo si insistimos en sustituir o sancionar inmediatamente al directivo que implementa una estrategia que finalmente fracasa y le cerramos así los caminos a la exploración audaz de alternativas dentro de la Revolución? Los cuadros con más iniciativas son los que tienen más probabilidades de emprender alguna que contenga errores. Es casi una ley de la aritmética. La obsesión de normarlo todo conduce a un ambiente de “riesgo asimétrico” en el que emprender una iniciativa—que casi siempre contiene incertidumbres—es mucho más riesgoso que no emprender ninguna.
¿A dónde conduce la presión por cumplir con decenas de normas, prohibiciones y controles en asuntos puntuales, si se hace a expensas de limitar el pensamiento y las iniciativas en los procesos esenciales? ¿Cómo podría ser posible motivar a los jóvenes a soñar sobre Cuba, en un ambiente de este tipo?
En una empresa, como en cualquier organización humana, a partir de determinado grado de complejidad —y la economía moderna tiene mucha—la suma de la optimización de las partes no es equivalente a la optimización del todo. La conquista de los objetivos grandes, de los que depende el crecimiento de la economía empresarial y nacional, frecuentemente implica que determinados componentes del proceso funcionen de manera sub-óptima. ¿A dónde conduce la obsesión de normar y controlar por separado, a veces desde varios órganos controladores diferentes, cada uno de los subsistemas y procesos de la vida empresarial?
Retomando la visión desde las ciencias naturales, los médicos (como es el caso del autor de esta nota) conocemos muy bien que existen agresiones externas a la salud—principalmente los gérmenes patógenos—en las que una robusta respuesta inmune nos defiende; pero también existen situaciones en las que una respuesta inmune excesiva, supuestamente protectora, conduce a la autoagresión que daña los tejidos sanos. Son las llamadas enfermedades autoinmunes, que pueden ser mortales. El enemigo conoce también esta analogía, y con frecuencia la intención de sus agresiones es precisamente provocar nuestra sobrerreacción.
Ya ha sucedido previamente. En la Unión Soviética, después de décadas de crecimiento económico, de sobrepasar en los años 1950 y 1960 los índices de crecimiento de los países capitalistas desarrollados, y lograr realizaciones industriales admirables; en la década de 1970 la economía empezó a dar señales de estancamiento. Entre 1979 y 1982 la producción industrial se contrajo 40 %. La rígida planificación central y los métodos administrativos de dirección vertical limitaron el impacto de la ciencia y la tecnología en la producción.
Ya desde 1965 Che Guevara escribía en una carta a Fidel: “La técnica ha quedado relativamente estancada en la inmensa mayoría de los sectores económicos soviéticos [...] En la Academia de Ciencias de ese país hay acumulados centenares, tal vez miles de proyectos de automatización que no pueden ser puestos en práctica porque los directores de las fábricas no se pueden permitir el lujo de que su plan se caiga durante un año, y como es un problema de cumplimiento del plan, si le hacen una fábrica automatizada le exigirán una producción mayor, y entonces no le interesa fundamentalmente el aumento de la productividad”.
Fidel Castro, en sus entrevistas con el periodista Ignacio Ramonet, hizo la siguiente observación: “Lo curioso es que la Unión Soviética era el país que más centros de investigación creó, mas investigaciones llevó a cabo y, excepto en la esfera militar, el que menos aplicó en su propia economía el caudal de invenciones que desarrolló”.
En el siglo XX, el hermoso ideal moral del comunismo se vio erosionado por la disfuncionalidad de un modelo económico de dirección vertical administrativa y planificación rígida, que se adaptó mal a los rápidos cambios tecnológicos. La planificación material centralizada, eficaz en la economía industrial del siglo XX, dejó de funcionar en la economía de alta tecnología, flexible y dinámica que exigía el siglo XXI.
El estancamiento, que sacrifica objetivos de desarrollo en aras de la rigidez de los controles es otro de los futuros posibles. El riesgo es incluso mayor ahora que en los años en que Fidel y el Che hicieron sus observaciones, porque los cambios tecnológicos son más rápidos en el siglo XXI y la globalización de la economía implica la urgencia de ser competitivos e interconectados a escala global.
La apuesta ingenua a más regulaciones y más controles introduciría un freno a la construcción de conexiones económicas con otros países (imprescindibles, aunque reconocidamente riesgosas) y reforzaría el aislamiento y la exclusión de Cuba del sistema económico global. El bloqueo del gobierno estadounidense contra Cuba está explícitamente diseñado para aislar y excluir.
En la dinámica de la globalización, el retraso no es siempre consecuencia de que un país sea “explotado” económicamente. También ocurre como consecuencia de que un país sea “excluido” de la economía global. Y estar desacoplado de la economía global significa estar desacoplado del futuro.
El estancamiento es otro “futuro posible”. Por ese camino podríamos mantener la equidad social y la soberanía nacional durante un tiempo, pero no alcanzaríamos la prosperidad. Si esto ocurriese, el estancamiento de la economía abriría la puerta, en el plano ideológico, a la desconfianza de las nuevas generaciones en el sistema socialista y a la creencia espuria de que las desigualdades sociales son un precio necesario para la dinámica del crecimiento económico.
Del peligro de transitar por ese camino alertó también el recién concluido 8vo Congreso del Partido Comunista de Cuba al expresar en su Informe Central que: “[...] es ineludible provocar un estremecimiento de las estructuras empresariales desde arriba hacia abajo y viceversa, que destierre definitivamente la inercia, el conformismo, la falta de iniciativas y la cómoda espera por instrucciones desde los niveles superiores”.
¿Y entonces…? ¿Cómo evitar al mismo tiempo la ingenuidad de las concesiones y el estancamiento auto-excluyente?
No espere ningún lector que el autor de esta nota caiga en la arrogancia de pretender tener soluciones a este complejo dilema; pero de todas formas, y humildemente, algo intentaremos decir en la nota de la semana próxima
El camino de la cultura
En las tres notas precedentes a esta hablamos de los tres caminos posibles por los que podría transitar nuestro futuro:
- El camino de la ingenuidad.
- El camino del estancamiento.
- El camino de la cultura.
Y describimos los dos primeros (ingenuidad o estancamiento), opciones extremas que contienen oportunidades y riesgos bien diferentes.
Ahora intentaremos describir el tercero: El camino de la cultura, que es el único que nos puede llevar hacia el país posible que queremos los cubanos. No es un punto medio entre los anteriores, es la superación de la disyuntiva.
¿Cómo lo encontramos? No espere nadie aquí “recetas”. Dijo un poeta que “se hace camino al andar”, pero eso no significa caminar sin rumbo. Hay que “andar” y explorar, pero siempre con una brújula que no puede ser otra que la cultura y los valores construidos por los cubanos durante siglos.
Al escoger los caminos, a través de los muy diversos problemas concretos y decisiones posibles que surgen cada día, se expresan cuatro balances esenciales subyacentes:
- ¿Cuál es el balance adecuado entre eficiencia económica y equidad social?
- ¿Cuál es el balance adecuado entre centralización y flexibilidad adaptativa?
- ¿Cuál es el balance adecuado entre gradualidad y urgencias?
- ¿Cuál es el balance adecuado entre aceptación audaz de riesgo y prevención responsable de las consecuencias?
Los cubanos nos situamos con nuestras actitudes ante cada problema concreto, en uno u otro extremo de estas polarizaciones, o en el elusivo justo medio. El camino que tomemos en estas encrucijadas dibujará nuestro futuro.
Finalmente, ¿habrá que escoger entre eficiencia con desigualdades o justicia social con carencias materiales? ¿Habrá que escoger entre la planificación rígida que sacrifica la creatividad en aras del ahorro a corto plazo, y la descentralización amplia de la gestión que permite explorar alternativas de crecimiento pero que a su vez puede abrir espacios para el despilfarro y la corrupción?
La buena noticia es que esas dicotomías pueden ser superadas. Son falsas disyuntivas, pues el balance óptimo está mediado por la cultura, en su más amplio sentido, ético, y jurídico; y también depende del desarrollo científico y tecnológico.
Someternos a la tiranía de esas disyuntivas sería aceptar una visión escéptica de nuestra cultura.
Comencemos a explorar el país que queremos a partir de la Constitución de la República. Ella nos describe con claridad los objetivos al establecer, en su Articulo 13 que “el Estado tiene como fines esenciales: encauzar los esfuerzos de la nación en la construcción del socialismo…; mantener y defender la independencia, la integridad y la soberanía de la patria…; garantizar la igualdad efectiva en el disfrute y ejercicio de los derechos, y en el cumplimiento de los deberes...; promover un desarrollo sostenible que asegure la prosperidad individual y colectiva, y obtener mayores niveles de equidad y justicia social...¨
Es un futuro hermoso y es alcanzable. Pero es la cultura la que tiene que hacerlo posible. Una revolución es siempre y esencialmente una conquista de la cultura, que ensancha el espacio de lo posible. Martí, refiriéndose a nuestra revolución independentista, lo alertaba así en carta a Máximo Gómez en 1884: “Si la guerra es posible………., es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y la hace necesaria…”
Se hace camino al andar pero, aunque existan inevitables incertidumbres sobre los métodos concretos, hay que saber bien a donde queremos llegar. Estamos viviendo un momento de mucha creatividad legislativa. Basta ver un periódico o un noticiero para apreciarlo. Mucho habrá que elaborar y rectificar, pero hay algunas verdades esenciales de las que podemos partir:
- Tenemos que lograr una economía solidaria, que distribuya de manera equitativa el producto del trabajo. Solamente la equidad garantizará la unidad nacional, y solamente la unidad (o el consenso mayoritario) garantizará la soberanía. Y no se trata solamente de igualdad de derechos, que es el punto de partida, sino también de igualdad sustantiva en el acceso real de todos al producto del trabajo social.
- Tiene que ser una economía en lo fundamental en manos del Estado, que es el garante de la equidad distributiva. El mercado siempre construye desigualdades: nunca ha generado equidad en ninguna parte y menos aún lo haría en Cuba. Es la propiedad social la que permitió acumular los recursos para la inversión en educación, salud y ciencia que se ha hecho. Con impuestos solamente no puede lograrse, especialmente partiendo de una economía subdesarrollada.
- Tiene que ser una economía tecnológica, que genere bienes y servicios de alto valor agregado, y tenga capacidad de asimilar tecnologías avanzadas, y también crearlas a partir de la investigación científica; y que demande una fuerza de trabajo de elevado nivel técnico y cultural.
- Tiene que ser una economía nacional conectada con la economía mundial, y competitiva a escala global porque la globalización es una consecuencia objetiva e irreversible del desarrollo de las fuerzas productivas.
- Pero al mismo tiempo tiene que conservar soberanía y capacidad de maniobra endógena para poner la economía al servicio de objetivos sociales, y tendremos que aprender a manejar creativamente esa contradicción. El capitalismo global sigue siendo esencialmente depredador.
- Tiene que ser una economía eficiente en sus empresas, pero al mismo tiempo capaz de sostener un sector presupuestado grande que garantice los “bienes comunes” (la salud, la educación, la seguridad social, la cultura) que están y deben seguir estando fuera del campo de las transacciones mercantiles. No son mercancía, y no deben serlo.
- Tiene que ser una economía con amplio margen para la iniciativa y la exploración en las empresas, cuyo espacio es mayor mientras mayor es el desarrollo tecnológico; pero al mismo tiempo debe ser conducida por una planificación que permita trascender la “racionalidad empresarial” de las ganancias a corto plazo, y guiar las decisiones mayores por una “racionalidad social”. No puede basarse en una planificación totalizadora y centralizada, sino una que garantice un nivel básico de racionalidad en la distribución de los ingresos, en la estructura del empleo, en las inversiones mayores y en la relación con el medio ambiente, y al mismo tiempo contenga espacios para la exploración adaptativa.
- Nuestra planificación deberá ser capaz de manejar relaciones probabilísticas entre las acciones y los resultados, superando el viejo determinismo de la planificación mecánica. Muchas de las decisiones de la economía acelerada, tecnológica y globalizada del siglo XXI generan probabilidades, no certezas. Esto no es una razón para abandonar la idea de la planificación, sino todo lo contrario, una evidencia más de su importancia y de la necesidad de su perfeccionamiento con bases científicas. La tarea es construir y enriquecer el contexto jurídico y metodológico de esa planificación, dentro del cual pueda desplegarse una cultura de creatividad y exploración.
El gran reto ante una economía socialista es (siempre lo ha sido) lograr desacoplar en las motivaciones del individuo, su interés por el trabajo y su creatividad; del interés por la ganancia privada inmediata. Y eso depende directamente de la cultura construida. Ya tenemos un trecho andado en ese camino.
La ciencia, y los productos y servicios de alta tecnología que ella genera tienen que garantizar un alto valor agregado que sustente prosperidad en una población pequeña y de alta edad promedio como es la de Cuba; y tienen que garantizar los excedentes económicos que financien un sector presupuestado grande, custodio y distribuidor de los bienes comunes. La ciencia tiene que funcionar también como arma de defensa de la soberanía, creando condiciones ventajosas en las necesarias negociaciones internacionales de las que, como consecuencia de la globalización, depende cada vez más la eficacia de nuestra economía interna. Sobre eso volveremos en la nota de la semana próxima.
La cultura, y la conciencia social que ella genera, tienen que garantizar alta motivación y creatividad en el trabajo dentro de las entidades de propiedad social, y tienen que garantizar también un elevado rechazo a las desigualdades sociales. El umbral del rechazo a las desigualdades en la sociedad cubana es bajo, fruto cultural de la conciencia creada por el proceso revolucionario, y hay que mantenerlo así.
Las actitudes sociales de los cubanos tendrán que vincular el tiempo libre principalmente al disfrute de la cultura y no al consumo material superfluo. La conexión entre tiempo libre y consumo no tiene nada de natural: es una conexión construida por la propaganda alienante de la sociedad capitalista.
La construcción permanente de conciencia social (que en Cuba llamamos “Batalla de Ideas”) no se puede descuidar. No podremos ganar la batalla económica si no ganamos al mismo tiempo la batalla de las ideas, precisamente porque queremos construir una economía culta, liberada de la tiranía de la explotación del trabajo ajeno y las leyes del mercado. Y necesitamos construirla en un mundo de intensa y creciente circulación de ideas e imágenes, todavía dominado por quienes detentan el control de los medios globales de comunicación, que operan en función de los valores del capitalismo.
La visión de una nación es esencialmente un proyecto de convivencia humana. Y el proyecto socialista cubano es realizable. Armados con esa convicción, a veces solamente armados con eso, sucesivas generaciones de cubanos han defendido la soberanía y la justicia, que no existen una sin la otra.
Ahora tenemos algo más. Seis décadas de construcción revolucionaria nos muestran que ese futuro se puede conquistar.
Pero no surgirá de las leyes espontáneas de la competencia y el mercado que, aunque parezcan “racionales” localmente y a corto plazo, solamente generan más desigualdades y nuevas dependencias. Y tampoco surgirá del intento fútil de regularlo todo y controlarlo todo cerrando los espacios a una experimentación económica que es imprescindible, porque el mundo real siempre contiene incertidumbres.
En la coyuntura mundial actual, muchos países intentan redefinir sus visiones del futuro y sus trayectorias. El futuro contiene incertidumbres y exigencias de creatividad para todos. En muchos países hay experiencias que estudiar, pero no podemos copiar a nadie. La trayectoria histórica de Cuba y el contexto geopolítico que nos rodea es muy especial, y debemos entenderlos bien, para escoger bien.
Habrá exploraciones, avances y retrocesos, diversidad de opiniones, polémicas y críticas. Bienvenidos sean. Han existido siempre en todos los procesos de transformación en la Historia, y también aquí.
Pero tendrán que ser dentro del apego a la soberanía nacional y la justicia social. Sepamos que no vivimos en el planeta Marte. También existen los enemigos, de dentro y de fuera, que intentarán utilizar nuestras polémicas y nuestras deficiencias para erosionar las bases de nuestro ser como nación y como proyecto social.
Y cuando lo intenten, encontrarán los puños del pueblo.
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