No había odio. No había fiereza. El duelo con los otros nunca fue superior al que entabló contra sí mismo. Con el tiempo. Con la historia y sus devenires de reyes caídos y otros puestos. Mijaín contra Mijaín, y ya había logrado tanto...
En los días previos a la cita de oro, salió a tomar el sol escaso de la capital francesa, complació a los fans, paseó su sonrisa por el Champ-de-Mars Arena como si no estuviera a punto de desafiarlo todo.
De este lado del Atlántico, los corazones empezaron a sufrir, a contar las horas. Tantos cayeron antes. Tantos lo harán después. Será posible lo que nunca ha sido?
En los combates se le vió grande, fuerte. Diferente a los cuatro momentos de infarto anteriores en Beijing, Londres, Río, Tokio. Ahora más pesado, pero igual de dominante, en el centro del colchón. Como dádiva, regaló sendos puntos al iraní y al azerí. Y en televisión nacional aseguró que volvería a bailar.
Llegó el día. Duelo de cubanos. El hijo adoptivo de Chile hizo fuerza, trató, tenía la juventud de su parte, pero el gigante de 41 años había empeñado su palabra, sabía de los sueños y los descalabros.
No había odio en sus ojos. No había fiereza. Los ojos negros fijos en algo que solo él podia ver, y el cuerpo haciendo su trabajo, la fuerza y la técnica grabada en los músculos a fuego en más de dos décadas.
La pasividad del chileno, la proyección y el de Herradura se pone arriba. Luego otro punto más, y otro. Son seis, pero no descansa. Se planta encima del colchón, a salvo de sorpresas. Se acaba el tiempo.
Mijaín levanta los brazos y lo que viene después parece transcurrir en cámara lenta. Proyecta al entrenador como siempre, carga al segundo con una frescura inconcebible. Abraza. Está empapado de sudor, pero está vez no hay manera de camuflar las lágrimas.
Entonces se queda solo en el colchón donde se convirtió en el único atleta en ganar cinco oros olímpicos en la misma disciplina individual. Está plantado otra vez, porque sabe que será la última.
Se arrodilla, besa la lona y los fotógrafos se vuelven locos. Luego, se quita las zapatillas, lentamente, y las deja en el centro que ha sido su dominio durante tantos años.
Mijaín es pentacampeón olímpico, es historia, es suceso entre los muchos sucesos de este Paris 2024. Pero Mijaín no baila. Cuba tampoco. Es un sentimiento confuso. La gloria y el adiós. Todo al mismo tiempo. Yo escribo después de tiempo sin hacerlo y no puedo evitar llorar.
Esa es la Cuba que defendemos, hermano. La de Baraguá!
ResponderEliminarHasta donde hemos llegado que el fruto de años de esfuerzo en el deporte cubano por obra de nuestro Comandante en Jefe se esfuma cuando muchos de nuestros mejores deportistas compiten por otros países y hasta en los medios oficiales se ufanan y alegran de eso cuando debia darles pena y verguenza por haber acabado con uno de los logros mas notables de la Revolucion. Esto no es sólo el bloqueo es fruto también de la economia de mercado neoliberal impuesta al país y que ha sido un estruendoso fracaso. Los responsables debían pagar sus culpas en la carcel
ResponderEliminarDe manera sorprendente en el NTV aclaman y vitorean a los deportistas cubanos que bajo otras banderas logran medallas. Se trata de justificar con la situación del país. Pero y como justificar a los que se quedaron. Algo anda mal y las consecuencias no son buenas para el destino de la Revolucion
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