NUEVA YORK – Esta semana, Angus Deaton recibirá el Premio Nobel de Economía “por su análisis del consumo, la pobreza y el bienestar”. Lo recibirá muy merecidamente. De hecho, poco después de que se anunció el premio en octubre, Deaton publicó, junto con Ann Caso, un trabajo que llama significativamente la atención en Proceedings of the National Academy of Sciences – esta investigación al menos merece tanta atención mediática como la que recibe la ceremonia de entrega del Premio Nobel.
Mediante el análisis de una gran cantidad de datos sobre salud y muertes entre estadounidenses, Case y Deaton mostraron que en el caso de los estadounidenses blancos de mediana edad existe una disminución de la esperanza de vida y de las condiciones de salud, especialmente entre aquellos con educación secundaria o un nivel menor. Entre las causas para ello listaron el suicidio, las drogas y el alcoholismo.
América se enorgullece de ser uno de los países más prósperos del mundo, y puede presumir de que durante todos los últimos años, con excepción de uno (el año 2009) el PIB per cápita ha aumentado. Y, se supone que una señal de prosperidad es la buena salud y la longevidad. Pero, si bien EE.UU. gasta más dinero per cápita en atención médica que casi cualquier otro país (e incluso más si se considera esas cifras como porcentaje del PIB), está lejos de encabezar la lista mundial de países con mayor esperanza de vida. Francia, por ejemplo, gasta menos del 12% de su PIB en asistencia médica, en comparación con el 17% que gasta EE.UU., pero sin embargo, los estadounidenses tienen una expectativa de vida que es tres años completos menos que la de los franceses.
Durante varios años, muchos estadounidenses emitieron justificaciones que desestimaban esta brecha. EE.UU. es una sociedad más heterogénea, argumentaron, y la brecha supuestamente reflejaba la gran diferencia en la esperanza de vida promedio entre los afroamericanos y los estadounidenses blancos.
La brecha racial con respecto a la salud es, por supuesto, demasiado real. De acuerdo con un estudio publicado en el año 2014, la esperanza de vida para los afroamericanos, en comparación con la de los blancos, es alrededor de cuatro años menos para las mujeres y más de cinco años menos para los hombres. Esta disparidad, sin embargo, no es simplemente un resultado inocuo de una sociedad más heterogénea. Es un síntoma de la deshonra de Estados Unidos: la discriminación generalizada contra los afroamericanos, que se refleja en el ingreso familiar promedio que es menor en un 60% en comparación con los hogares de las personas blancas. Los efectos de los menores ingresos se ven agravados por el hecho de que EE.UU. es el único país avanzado que no reconoce el acceso al cuidado de la salud como un derecho básico.
Algunos estadounidenses blancos, sin embargo, han tratado de echar la culpa a los propios afroamericanos por sus muertes más tempranas, argumentando que ellas se deben a sus “estilos de vida”. Es tal vez cierto que los hábitos no saludables se concentran más entre los estadounidenses pobres, y que un número desproporcionado de dichos pobres es de raza negra. Sin embargo, estos mismos hábitos son una consecuencia de las condiciones económicas, para no entrar a mencionar las tensiones relativas al racismo.
Los resultados del estudio de Case y Deaton muestran que tales teorías ya no son válidas. EE.UU. se está convirtiendo en una sociedad más dividida – dividida no sólo entre blancos y afroamericanos, sino que también entre el 1% del estrato más alto y el resto, y entre los altamente educados y los menos educados, sin importar la raza. Y, la brecha ahora se puede medir no sólo mediante los salarios, sino también a través de las muertes tempranas. Los estadounidenses blancos, de igual forma, mueren más temprano a medida que sus ingresos disminuyen.
Esta evidencia no es nada sorprendente para aquellos de nosotros que estudiamos la desigualdad en EE.UU. El ingreso medio de un empleado de sexo masculino a tiempo completo es más bajo hoy, en comparación a lo que fue hace 40 años. Los salarios de los graduados de secundaria de sexo masculino se han desplomado en alrededor de un 19% en el período estudiado por Case y Deaton.
Para mantenerse a flote económicamente, muchos estadounidenses contrajeron préstamos bancarios a tasas de interés usureras. En el año 2005, la administración del presidente George W. Bush hizo que fuese mucho más difícil para los hogares declarar la quiebra y anular las deudas. Posteriormente, sobrevino la crisis financiera, misma que costó a millones de estadounidenses sus empleos y sus viviendas. Cuando el seguro de desempleo, diseñado para combatir en el corto plazo la falta de trabajo en un mundo de empleo pleno, se agotó, los desempleados fueron abandonados a su suerte, sin una red de seguridad (que sea algo más que los cupones de alimentos), pero en cambio, el gobierno sí rescató a los bancos que habían causado la crisis.
Las ventajas básicas que trae consigo una vida de clase media se pusieron cada vez más fuera del alcance de un porcentaje creciente de estadounidenses. La Gran Recesión demostró la vulnerabilidad de dichas ventajas. Aquellos que habían invertido en el mercado de valores vieron como gran parte de sus fortunas se desvanecía; los que habían depositado su dinero en los bien asegurados bonos del gobierno vieron que sus ingresos por jubilación disminuían a casi cero, mientras que la Fed, de manera implacable, conducía las tasas de interés a corto y largo plazo hacia la baja. Debido a que las matrículas universitarias se disparaban al alza, la única forma en que los hijos de esta clase media obtendrían una educación que les proporcione un mínimo de esperanza era solicitar dinero prestado; pero, ya que los préstamos para la educación casi nunca pueden ser condonados, la deuda estudiantil se mostraba aún peor que otras formas de deuda.
No había forma que esta creciente presión financiera no colocase a los estadounidenses de clase media y a sus familias bajo mayor estrés. Y no es de extrañar que esto se haya reflejado en tasas más altas de consumo de drogas, alcoholismo y suicidio.
Yo era el economista en jefe del Banco Mundial a finales de la década de 1990, cuando empezamos a recibir noticias igualmente deprimentes provenientes de Rusia. Nuestros datos mostraban que el PIB había caído un 30% desde el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, no teníamos plena confianza en nuestras mediciones. No obstante, los datos que mostraban que la esperanza de vida masculina fue disminuyendo en Rusia, incluso cuando estaba en aumento en el resto del mundo, confirmó la impresión de que las cosas no iban muy bien en este país, especialmente en fuera de las grandes ciudades.
La Comisión sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, que yo copresidí y donde Deaton prestó servicios, había hecho hincapié anteriormente sobre que el PIB a menudo no es una buena medida del bienestar de una sociedad. Estos nuevos datos sobre la disminución en el estatus de salud de los estadounidenses blancos confirman esta conclusión. La sociedad de clase media por excelencia del mundo está en camino de convertirse en la primera ex-sociedad de clase media.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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