Para nadie es un secreto que la tasa de crecimiento de la economía mundial ha estado disminuyendo desde hace ya varias décadas. Este fenómeno dio lugar a la hipótesis del estancamiento secular para tratar de dar cuenta de las fuerzas que han provocado esta ralentizacion económica. En los debates sobre las causas de este fenómeno surgieron dos narrativas distintas. Una señala que las causas de la ralentización son externas al sistema económico capitalista. La segunda se enfoca más hacia las causas endógenas de este fenómeno.
La primera visión desemboca en la explicación estándar: el estancamiento económico se debe a fuerzas externas que conspiran para mantener el crecimiento debilitado. Para algunos autores esos factores externos tienen que ver con el agotamiento del ritmo de cambio técnico (Gordon) o con desastres naturales. Otras explicaciones sostienen que el problema del estancamiento se debe a políticas económicas mal concebidas y mal aplicadas (Lucas y Fama). Desde estas perspectivas el capitalismo queda a salvo y lo único que resta por hacer es prever esas causas externas y prepararse para mitigar sus efectos.
Pero para este tipo de narrativas todo se complicó con la crisis de 2008. Era difícil ignorar la especulación financiera, el gigantesco endeudamiento de segmentos enteros de la economía y la profunda desigualdad que marcaba la economía en los países desarrollados y subdesarrollados. Algunas voces se alzaron para apoyar la teoría de Minsky sobre los orígenes de la crisis como un fenómeno generado por fuerzas endógenas (inestabilidad financiera intrínseca del capitalismo).
Pero ahora que ya llevamos casi 10 años de crecimiento positivo (aunque mediocre) parecen haber retornado las explicaciones de la ortodoxia neoliberal sobre el estancamiento basadas en choques exógenos. Y es que esta recuperación ha durado mucho y ha estado acompañada de niveles de desempleo muy bajos. El entusiasmo en el mercado de valores le parece a muchos otro signo positivo de esta recuperación. Por eso Trump festeja cada noticia sobre el auge en la bolsa de valores como un buen augurio sobre el futuro de la economía.
Pero la realidad es que la economía mundial está regresando al sendero de estancamiento, inestabilidad y propensión a las crisis que siempre le ha caracterizado. La economía estadounidense apenas puede mantener una tasa de crecimiento de 2 por ciento y Japón y Europa a duras penas consiguen tasas de crecimiento de 1 por ciento. China e India se enfrentan a grandes problemas que desde hace varios años vienen imprimiendo una tendencia hacia la ralentización. En el caso de China, los problemas se agravaron por la guerra comercial que le ha declarado la administración Trump. Finalmente, para las más importantes economías emergentes (Brasil, Argentina, México, Turquía, Sudáfrica y Rusia) la situación es todavía más dramática, pues su tasa de crecimiento está cercana a cero por ciento.
Aun antes de la aparición del nuevo coronavirus ya se habían manifestado varios indicadores inquietantes sobre la economía mundial. Quizás el más importante es la inversión de la curva de rendimientos. Esta situación (en la que los rendimientos de títulos de más corto plazo superan a los de títulos de largo plazo) no es señal inequívoca de una recesión, pero sí es un indicio de lo mal que están las expectativas de los inversionistas. Un ejemplo de este tipo de distorsión son las distintas evaluaciones convencionales de los últimos trimestres en el mercado de valores, que revelan cómo se ha abaratado dicho mercado en relación con el rendimiento de los bonos de 30 años. Y ese no es un fenómeno nuevo: la inversión de la curva de rendimientos en los mercados europeos lleva años de estarse presentando y en los últimos años viene aproximándose a niveles récord.
Los efectos económicos del nuevo coronavirus se dejan sentir por doquier. Desde la interrupción de cadenas de suministro estratégicas, el cierre temporal de plantas, hasta la cuarentena forzada en ciudades con millones de habitantes, el impacto. Y cuando se desate la recesión mundial los analistas y expertos cantarán el coro del coronavirus y transmitirán el mensaje equivocado de que el virus provocó la crisis.
La realidad es que desde hace meses la economía mundial ha estado viendo acercarse la perspectiva de otra recesión, incluso peor que la de 2008. Hoy la Reserva Federal anunció que aplicará un recorte de por lo menos 50 puntos base, pero muchos analistas permanecen escépticos sobre los efectos de esta medida. Las reducciones en la tasa de interés llevarán a la economía mundial al estado en que se encontraba en 2011. Y ya sabemos que esos niveles de política monetaria no sirvieron para gran cosa. Ni la demanda agregada ni la oferta respondieron bien a estas medidas. La recuperación fue un estado semiletárgico con mediocres tasas de crecimiento y empleos precarios y mal remunerados. Lo que sí se estimuló fue la especulación en grande.
Esta vez no será diferente. La postura de la Fed no será una vacuna contra el nuevo coronavirus y no permitirá evitar la recesión.
( Jaque al Neoliberalismo)
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