El devenir mediante el cual la humanidad, con intervención divina o sin ella, se hizo así misma, es demasiado maravilloso como para creer que un virus, una pandemia o un estúpido, pueden paralizarlo o revertirlo. La COVID no modificará el curso de la civilización, Donald Trump tampoco.
Algunas afirmaciones teóricas y sociológicas, modernas, ignorantes de lo ocurrido, no solo en el pasado remoto, sino en épocas más recientes, son especulaciones o expresiones del mismo pensamiento mágico de los creadores de los tótems y los ídolos de antaño. No hay modo de precisar el momento en que surgió el estado ni argumentos para probar que “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases” o que la “mano invisible del mercado es la palanca que mueve a la civilización”.
Lo que con certeza se conoce es que, apelando al libre albedrio, los hombres crearon las civilizaciones y las culturas, así como las entidades necesarias para sobrevivir, organizar y regular la convivencia y la cooperación, entre ellas la política, que confiere legitimidad y hace viable el ejercicio del poder.
Así, para satisfacer necesidades históricas aparecieron los caudillos, líderes carismáticos y mesiánicos, revolucionarios e ideólogos que llenaron épocas en la historia política, pero que están siendo trascendidos. La evolución que terminó con aquellos especímenes, superará también los límites del estado nacional, estructura geopolítica que cederá ante los procesos operados en la economía, las finanzas, el comercio, la cultura e incluso la política que transitan hacia fórmulas de integración coherentes con la era global.
Ese curso, explicito desde hace unos 500 años, cuando Africa y América se sumaron a Europa y Asia para formar los ambientes mundiales, se aceleró hace unos 70 años, cuando en respuesta a la amenaza fascista, se diseñó un orden internacional que, aun con carencias estructurales y funcionales, teniendo como eje a la ONU y su Carta y las instituciones de Breton Woods impulsaron la globalización que, aunque perjudicada por acentos neoliberales circunstánciales, marca el rumbo como una insustituible brújula económica, política y social.
Aunque como ocurrió en los años cuarenta del siglo XX, será necesario el consenso de los países más avanzados, como es el caso del “Grupo de los Veinte”, que ya viene forjándose, se requiere la participación del mundo en desarrollo, un entorno dinámico, en el cual comienzan a prevalecer los gobernantes pragmáticos, que sintonizan su desempeño con las circunstancias, soslayando los estilos ideológicos de los quienes han creído promover sus ideas es más importantes que cumplir sus obligaciones y que, al tener un plan, a veces una quimera, tienen una solución.
Las ideologías que han tratado a los hombres como a inocentes e inexpertos menores, a los cuales es preciso “asistir”, “educar” y “guiar”, debido a que ellos no saben o no pueden hacerlo por sí mismos, resultan ahora ineficaces porque no se atienen a los avances civilizatorios reales.
Prescindir de los discursos ideológicos no convierte a los hombres en salvajes, sino que los coloca a la altura de realidades en las cuales los saberes, la tecnología, la cultura productiva y otros elementos del mundo de hoy y del futuro, les permiten realizar sus aspiraciones de bienestar y paz sin necesidad de mesías y caudillos. No comulgar con las ideologías y las propuestas políticas, no significa retroceder sino ser más razonable y menos especulativo. Allá nos vemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario