Hay noticias malas, pero son un subproducto temporal de una noticia muy buena: el virus pierde, la economía gana
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en una ferretería de Washington beneficiada por las ayudas estatales de su gobierno.TOM BRENNER / REUTERS
Se dirigen en coche a una cita, pero van con retraso y tienen el semáforo en rojo. Siendo como son ciudadanos respetuosos con la ley, no se saltan el semáforo, pero pisan a fondo el acelerador en el preciso instante en que se pone en verde. Y por un instante angustioso —quizá porque el pavimento está un poco húmedo— los neumáticos patinan inútilmente antes de generar tracción y de que el coche salga disparado. ¿De verdad que no les ha ocurrido nunca? Ya, vale. En cualquier caso, el que las ruedas patinen es un fenómeno corriente, y por lo general inofensivo. Unos minutos después de su extraña salida con tirón, conducen con normalidad, y se olvidan casi por completo del incidente.
Lo cual me lleva al estado actual de la economía estadounidense. Las noticias económicas estos días están llenas de ansiedad. ¡Los precios de las materias primas se disparan! ¡Las empresas no encuentran trabajadores! ¡Se repite la década de 1970! Tranquilo todo el mundo. Básicamente, estamos experimentando el equivalente económico del momento del patinazo. Es verdad, hay problemas reales relacionados con los acontecimientos actuales que debemos discutir; y por increíble que parezca, algunas de las discusiones que están teniendo lugar son debates serios entre gente seria. ¿En qué medida están el cierre de los colegios y la falta de guarderías impidiendo que las madres se incorporen a la población activa remunerada? ¿El hecho de estar recibiendo mejores prestaciones por desempleo vuelve a los trabajadores más reacios a aceptar empleos mal pagados?
Y existen dudas legítimas sobre dónde nos encontraremos el próximo año. ¿Podría la economía empezar a recalentarse y obligar a la Reserva Federal a pisar el freno para prevenir la inflación a más largo plazo? No creo que ese sea el resultado más probable, pero desde luego existe la posibilidad.
Sin embargo, la mayoría de los titulares tremendistas del momento reflejan lo que sería de esperar en una economía que intenta pasar de 0 a 100 en segundos. A principios de este año, Estados Unidos seguía en lo más profundo de la pandemia. Partes de la economía que dependen de un contacto físico estrecho estaban en gran medida congeladas. Y entonces llegó una campaña de vacunación extraordinaria. Las muertes han descendido en más del 85%, y siguen bajando. A medida que el miedo desaparece, la economía resurge, en lo que puede acabar siendo la recuperación más rápida de todos los tiempos. Las reservas en restaurantes, por ejemplo, casi han recuperado la normalidad.
¿Por qué íbamos a suponer que seríamos capaces de alcanzar esa aceleración repentina sin dejar unas cuantas marcas de derrape, y quizá incluso quemar un poco los neumáticos?
Y sí, los aserraderos, que esperaban una depresión más prolongada, se han quedado cortos de existencias, y eso ha puesto los precios de la madera por las nubes. Las empresas de alquiler de coches, que el año pasado vendieron gran parte de sus flotas, se pelean por volver a comprar vehículos, y eso ha contribuido a disparar el precio de los coches usados. Y así sucesivamente.
¿Y qué hay de esas noticias sobre la escasez de mano de obra? Siempre hay algo de eso después de un periodo de desempleo elevado: las empresas se acostumbran a tener colas de solicitantes de empleo en la puerta, y se enfadan cuando se acaba el mercado de compradores. Las pequeñas empresas entrevistadas a comienzos de 2015 se quejaban de una fuerte escasez de trabajadores cualificados; por extraño que parezca, al crecimiento del empleo que empezó en 2010 todavía le quedaban cinco años de recorrido.
Es, digámoslo así, difícil derramar lágrimas por los empresarios que se quejan de que los empleados en potencia les pregunten “¿Cuánto pagan?”.
Aun así, hay pruebas reales, como el número de puestos vacantes, de que los empresarios están teniendo dificultades para contratar trabajadores con la suficiente rapidez para responder al fuerte aumento de la demanda. A lo mejor, problemas como el de las guarderías tienen algo que ver. Y tal vez haya un poco de “puede meterse ese trabajo donde la quepa”; es muy posible que algunos trabajadores, sobre todo los que están ya cerca de la jubilación, no quieran volver el trabajo desagradable y mal pagado que tenían antes.
Principalmente, sin embargo, solo estamos viendo problemas que son de esperar cuando la economía intenta dar un acelerón partiendo de cero, lo que significa que estamos pidiendo a los proveedores que eleven la producción con una rapidez increíble y esperando que los empresarios encuentren rápidamente gran cantidad de nuevos empleados. Son problemas reales, pero en su mayor parte se resolverán en pocos meses.
¿Y qué nos dicen estos problemas probablemente temporales acerca del largo plazo, y en especial acerca de los planes económicos del presidente Biden? Eso es fácil: nada. Los políticos son políticos, y la oposición está utilizando cualquier mala noticia como prueba de que todo el programa de Biden está condenado al fracaso. Pero nada de eso debería tomarse en serio.
Sí, es posible que la falta de trabajadores haya contenido el crecimiento del empleo en abril, aunque datos más recientes indican que posiblemente esté recuperándose. La inflación en abril sorprendió al alza, en gran medida debido al precio de los coches usados. Nada de esto nos dice cuánto deberíamos preocuparnos por un sobrecalentamiento, y mucho menos cuánto más deberíamos gastar en infraestructuras y en apoyo a las familias (respuesta: mucho) o cómo deberíamos pagar esas iniciativas (respuesta: impuestos a las empresas y a los ricos).
De modo que, como les decía, tranquilidad. Hay algunas noticias malas, pero en su mayoría constituyen un subproducto temporal de una noticia extraordinariamente buena: el virus pierde, la economía gana.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción News Clips
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