Por Amaury Cruz En Ago 11, 2021
Biden era el vicepresidente de Obama cuando comenzó el proceso de normalización y participó activamente en implementarlo. Como candidato, Biden prometió que su política exterior sería en aras de los derechos humanos y el bienestar de los pueblos. Dijo que “trataría de revertir las políticas fallidas de Trump que infligieron daño a los cubanos y sus familias” y explícitamente prometió gestionar un mayor entendimiento. ¿Por qué entonces Biden está siguiendo los pasos de Trump?
Complacer a cierto grupo de votantes supera la preocupación por el bienestar del pueblo cubano o estadounidense, los derechos humanos o la promoción de la democracia. Biden necesita tener a la Florida en bolsillo en 2024. Pero en la Florida, y particularmente Miami-Dade, sólo la idea de conversar con Cuba magnetiza la etiqueta de “comunista” y el insulto de “dialoguero” por un bloque fanático de súper votantes cubanoamericanos. Históricamente, los candidatos presidenciales han calculado que no pueden enajenar a ese bloque.
Yo cuestiono este cálculo político. Obama, después de todo, casi ganó una mayoría de cubanoamericanos contra Mitt Romney. Lo que Biden y otros demócratas necesitan para ganar elecciones en el futuro es eliminar de una vez por todas la controversia de las relaciones con Cuba. Solo los republicanos se benefician de eso, y los fanáticos nunca se van a reformar. Los que no se deben alienar son los que votaron por Obama en el 2016 y luego Biden en el 2020. La fórmula para ganar es conseguir más de estos votantes.
Yo entiendo el dilema de Biden. Aparte del estímulo fiscal promulgado a principios de este año, y el Marco de Infraestructura Bipartidista actualmente en proceso, Biden tiene una agenda abarcadora. Dos importantes proyectos de ley están diseñados para contrarrestar los intentos agresivos de los republicanos para suprimir los sectores que tienden a votar demócrata, e incluso otorgarles a acólitos partidistas el poder de anular las elecciones.
El futuro de la gobernación democrática en Estados Unidos está en juego. Los demócratas necesitan unanimidad debido a su estatus de 50-50 en el Senado (la vicepresidenta Kamala Harris rompe un empate) y un margen ínfimo en la Cámara. Un solo senador demócrata podría descarrilar la capacidad de su partido para ganar elecciones en el futuro. Esto pone un tremendo poder en manos de un senador recalcitrante.
Cuando se trata de la política hacia Cuba, Bob Menéndez de Nueva Jersey es ese senador. Menéndez, un obsesivo defensor de la línea dura y la olla de presión, ahora puede chantajear al presidente Biden sin siquiera pronunciar una palabra o escribir un correo electrónico. Biden no va a arriesgar su agenda en aras de un tema de mínima importancia para el electorado estadounidense, salvo para esos súper votantes “anticomunistas” del sur de la Florida.
Esta dinámica ha existido desde 1961, cuando los republicanos cubanoamericanos comenzaron a culpar al presidente Kennedy por el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos. Desde la gubernatura del estado hasta el nivel de cazador de perros, los candidatos en la Florida hacen alarde de su “anticomunismo” con planes descabellados para castigar a Cuba lo más duro posible, incluso cuando eso significa mordernos las narices para despechar la cara. Todo lo que los candidatos realmente hacen, por supuesto, es beber café cubano donde les toman fotos y hablar tonterías sobre la liberación de Cuba. Pero el resultado es un embargo que devasta al pueblo cubano, impide a las empresas realizar su magia capitalista en la isla, y es una violación del Artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos en cuanto el derecho a viajar, ninguno de los cuales ha engendrado “democracia”, derechos humanos o bienestar del pueblo.
Cada ciclo electoral, los demócratas caen en la defensiva. Puede que en buena conciencia no apoyen los absurdos de nuestra “política” hacia Cuba, pero temen contradecir la narrativa falsa de los medios serviles, que pintan a Cuba como un gulag estalinista, lo que imposibilita la distensión. La misma historia sucedió con China, antes del viaje de Nixon en 1972. China era considerada un infierno. Pero en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en un socio comercial respetable y los medios empezaron a verla como la gran civilización milenaria que es.
Cuba no tolera la disidencia y su economía está en ruinas, en partes iguales por la continua hostilidad de Estados Unidos y la rigidez ideológica de su gobierno, pero no es un infierno terrenal. Ni siquiera está cerca de la cima en las escalas de horror o pobreza en comparación con muchos otros países que disfrutan del apoyo estadounidense. De hecho, los peores abusos contra los derechos humanos cometidos en la isla han ocurrido en el gulag de la base naval de Guantánamo.
Sin embargo, en las manifestaciones recientes en Miami, cientos de cubanoamericanos pedían otra intervención de Estados Unidos en la Isla. El alcalde de Miami, ajeno al derecho internacional, el inevitable sufrimiento humano y la horrible destrucción que eso implicaría, abogó por ataques aéreos contra La Habana. El alcalde y los manifestantes desconocen, al parecer, las tres ocupaciones americanas de Cuba entre 1898 y 1922, así como otras intervenciones ––como la invasión de Bahía de Cochinos–– y sus consecuencias. No entienden el nacionalismo cubano o cómo una invasión extranjera tiende a unir al pueblo contra los invasores, como pasó en Bahía de Cochinos. Se declaran seguidores de José Martí, pero ignoran lo que escribió a su amigo Manuel Mercado el día antes de morir en la batalla de Dos Ríos en 1895: “[Es] mi deber . . . impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.”
Cuba ha pasado por peor y su gobierno aún sobrevive. La olla a presión que lleva décadas hirviendo lentamente no va a explotar ––a pesar de las ilusiones de algunos y los reportajes distorsionados sobre los movimientos Patria y Vida y San Isidro–– por muy justificados que estén. Lo que seguramente sucederá es que los republicanos seguirán teniendo una narrativa conveniente para explotar y los de línea dura como Bob Menéndez podrán chantajear a los progresistas en cada elección.
Es hora de poner fin a ese círculo vicioso normalizando completamente las relaciones y haciendo que Cuba no sea una disputa electoral. Si ayudamos al pueblo cubano a vivir una vida mejor, permitimos que las empresas estadounidenses hagan su magia capitalista, se legalicen todos los viajes y se eliminen las barreras a la participación de Cuba en la economía mundial, es probable que la democracia, los derechos humanos y el bienestar del pueblo crezcan ––no el cambio de régimen, porque solo los cubanos pueden hacer eso. Eso sería bueno para Cuba, Estados Unidos y los Demócratas.
(*) Amaury Cruz es un escritor, abogado y activista político de Miami Beach. Tiene una Licenciatura en Ciencias Políticas y un Juris Doctor.
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