Por Julio Boltvinik, La Jornada
En la entrega anterior (14/8/15), en la que abordé lo que John Kenneth Galbraith, JKG (The Nature of Mass Poverty, Harvard University Press, 1979; edición en español de editorial Diana, 1982) llama el equilibrio de la pobreza, guardé silencio respecto de su afirmación (evidentemente falsa) de que la pobreza rural es insoluble porque cualquier mejoría en el ingreso se traduce en baja de la mortalidad, incremento de la población y, con ello, se reparte el mayor ingreso entre más personas y se vuelve al equilibrio de la pobreza. El propio autor desmiente esta afirmación en posteriores capítulos, explorando las formas de escapar de dicho equilibrio. Veamos entonces el concepto de adaptación (capítulo V del libro citado) que complementa el de equilibrio. En un país rico, señala, una gran proporción de la población espera un ingreso desahogado y cada vez mayor. Concluye: “Ha habido una amplia adaptación a la idea de un ingreso creciente. Por tanto, no debería sorprendernos, aunque lo hace, que los pobres, y especialmente los del medio rural, también se adapten a su pobreza. Esta tendencia a la adaptación es un hecho de la mayor importancia”. Conecta esta noción con la del equilibrio de la pobreza y señala que nada refuerza tanto dicho equilibrio como la falta deaspiración y de esfuerzo para escapar del mismo. Y añade que uno de los elementos más profundos y predecibles de la conducta humana es la negativa a luchar contra lo inevitable, la tendencia a preferir la resignación a la frustración:
Gente que durante siglos ha vivido en la pobreza, en el aislamiento relativo del poblado rural, ha aceptado esa forma de existencia. Sorprendería que no fuera así. Las personas no pugnan, generación tras generación, siglo tras siglo, contra circunstancias hechas para derrotar tal pugna. Aceptan su situación, y ello no es un signo de debilidad de carácter, sino más bien una respuesta profundamente racional. Dada la formidable fuerza del equilibrio de la pobreza en el que viven, la adaptación es la solución óptima. La pobreza es cruel. Pero una lucha constante para liberarse de ella y que se ve frustrada continuamente, es todavía más cruel. Es más civilizado, más inteligente, así como más plausible, que después de siglos de experiencia, la gente se reconcilie con lo que durante tanto tiempo ha sido lo inevitable
Esta concepción no es exclusiva de JKG. En la antropología rural se han desarrollado concepciones similares. Una, particularmente interesante es la de la imagen del bien limitado desarrollada por George M. Foster, quien la explica así:
“El modelo de orientación cognitiva que me parece da mejor cuenta de la conducta campesina es la imagen del bien limitado, con la cual quiero decir que amplias áreas de la conducta campesina están estructuradas de tal manera que sugieren que los campesinos ven sus universos social, económico y natural –su medio ambiente total– como uno en que todas las cosas deseadas en la vida, como la tierra, la riqueza, la salud, la amistad y el amor, la masculinidad y el honor, el respeto y el estatus, el poder y la influencia, y la seguridad, existen en cantidades finitas y su oferta es siempre insuficiente por lo que se refiere al campesino. Además… queda fuera del alcance del campesino aumentar las cantidades disponibles...Un corolario primario de tal imagen es que, si lo bueno existe en cantidades que no pueden aumentarse, se sigue que una persona o una familia sólo puede mejorar su posición a expensas de otras” (Peasant Society and the Image of the Limited Good, en Potter, Diaz y Foster (eds.) Peasant Society. A Reader, Little Brown and Company, Boston, 1967, pp. 304-305; no he encontrado traducción al español de este escrito, pero hay versiones en español de varios de los libros de este autor referidos a Tzintzuntzan, Mich. donde hizo trabajo de campo durante muchos años. Vbg: Tzintzuntzan: los campesinos mexicanos en un mundo en cambio, FCE, México, 1972).
Portada del libro que de Galbraith citado en el texto
Se trata de un planteamiento fascinante que merecería una entrega (o una serie) por sí mismo. En otro campo del pensamiento encontramos una idea convergente en el concepto de exis de Jean Paul Sartre, incluido en la siguiente cita de Crítica de la razón dialéctica (Editorial Losada, Buenos Aires, Tomo I, pp. 281-282):
“La escasez funda la posibilidad de la historia humana… pero no de su realidad; dicho de otra manera, hace que la historia sea posible, pero otros factores (que tendremos que determinar) son necesarios para que la historia se produzca. La razón de esta restricción es que existen sociedades atrasadas que sufren, en un sentido, más que otras por el hambre o por la supresión estacional de las fuentes de alimento y que, sin embargo, están clasificadas correctamente por los etnógrafos como sociedades sin historia, basadas en la repetición, lo que significa que la escasez puede ser muy grande. Si se establece un equilibrio por un modo de producción dado, y si se conserva de una a otra generación, se conserva como exis, es decir, como determinación fisiológica y social de los organismos humanos y a la vez como proyecto práctico de mantener las instituciones y el desarrollo corporal en este mismo nivel. Ideológicamente esto corresponde a una decisión sobre la ‘naturaleza’ humana: el hombre es ese ser achaparrado, contrahecho, endurecido para el sufrimiento, que vive para trabajar desde el alba hasta la noche con esos medios técnicos (rudimentarios) en una tierra ingrata y amenazadora” (Combino la traducción citada, que usa el términorareza en lugar de escasez y tiene otros problemas, con la mía a partir de la versión en inglés, publicada por Verso, Londres, 2004).
Esta visión radical de Sartre merecería más espacio. Como se aprecia, las tres visiones presentadas tienen una amplia convergencia, lo que permite valorar el planteamiento de Galbraith. Éste continúa analizando el papel de las religiones que empujan a los pobres a la resignación. Con base en sus propias circunstancias, la comunidad rica reacciona despectivamente a la adaptación de los pobres a su pobreza; los ve como personas que no merecen simpatía, porque ni siquiera se esfuerzan, lo que refleja una seria falla de comprensión, comenta JKG. Abre una rendija al cambio cuando dice que incluso en el país más pobre, “la adaptación no es completa. Siempre hay una minoría que busca escapar y, a medida que la posibilidad de escapar aumenta, la lógica y la racionalidad de la adaptación declinan. En términos de la posibilidades del cambio, ejemplificándolas con la experiencia del extensionismo agrícola y su fracaso con los más adaptados, JKG destaca la importancia del reconocimiento de la adaptación para las políticas públicas, pues lleva a poner el énfasis en: 1) atacar la adaptación como prerrequisito del mejoramiento agrícola; y 2) concentrar los recursos en la minoría que ha rechazado la adaptación. Ambas, señala JKG, significan una ruptura con la práctica usual de querer ayudar a los más pobres. La noción de adaptación, continúa, tiene muy poca presencia en la bibliografía de desarrollo económico. Los economistas dan por sentada la existencia de la voluntad de cambio. Pero si no es así, los fundamentos de la política económica se desvanecen. La adaptación también entra en conflicto con la política afirmativa. ¿Qué legislatura asignará recursos para salvar gente de una existencia con la que se han reconciliado? Añade que decir que la gente se ha adaptado a su pobreza parece despectivo. Aún si es racional, la adaptación no parece una tendencia humana aceptable. La felicidad de los pobres ha sido usada por los ricos como justificación del orden existente. Pero, señala JKG: La pobreza sigue siendo algo muy doloroso, sin importar que la gente se haya o no adaptado a ella. Y aceptar el hecho de la adaptación no equivale a aceptar la inevitabilidad de la pobreza.
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