Taller de Confecciones Model
6 junio, 2016
Mi amigo Goyo me miró con el tabloide en la mano y su sonrisa perenne ¿Qué dirá tu abuelo, me dijo? Prefiero cualquiera de las cosas que el me diría, a las preguntas que mis nietos me pudieran hacer, de no hacer hoy lo que debo, le respondí. Recordé entonces, nuevamente, un artículo de nuestro Apóstol titulado “Maestros Ambulantes”, donde afirmara:
“Sólo los necios hablan de desdichas, o los egoístas. La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad.”
Dos documentos de extrema importancia para el presente y para el futuro de Cuba han salido publicados hace pocos días. Ambos han levantado todo tipo de sentimientos y percepciones; desde aquellas que afirman que “no cambian nada”, hasta el extremo opuesto, donde abundan los que entienden que ambos documentos lo “cambian todo”. Me alegra que todos tengamos la oportunidad de expresar nuestros pareceres y que al final el consenso se alcance sobre la base de discutir y argumentar las discrepancias.
Varios son los temas que han levantado esas opiniones, desde el reconocimiento de diversas formas de propiedad como parte consustancial del modelo de desarrollo socialista futuro, hasta la afirmación (muy cuestionada por nuestra propia realidad) de que la planificación centralizada en garantía de eficiencia.
Lo que resulta muy probable es que el debate que ya ha comenzado y debe ampliarse en los próximos días con su discusión por todos los sectores de la sociedad, nos dará más luz sobre cada uno de ellos.
El camino escogido, el de debatir de forma masiva dos documentos que serán centrales en la vida futura de nuestro país, es el mejor de todos los puntos de partida. Primero porque es un derecho de TODOS LOS CUBANOS, segundo, porque ese debate generará consensos en temas esenciales sobre los cuales existen hoy en Cuba una diversidad de opiniones muy amplia. Tercero, porque estoy seguro que descubrirá nuevas formas de enfocar un mismo problema y de abordarlo en ese futuro país que queremos. Cuarto, porque esa discusión popular seguro dibujará los “límites mínimos del máximo de transformaciones” que en nuestras condiciones es posible hacer.
De los seis rasgos que definen la visión de nación que afirman los documentos deseamos tener (“soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”) ninguno es estrictamente económico. La economía resulta uno de los medios para alcanzar esa visión, uno muy importante, pero no el único.
Dos de esos rasgos, la independencia y la soberanía, desde mi perspectiva no tienen discusión en su significado mismo. Los otros cuatro admiten interpretaciones diversas y espero que la discusión popular contribuya de forma decisiva a alcanzar un consenso sobre su significado en la Cuba de hoy y del futuro.
Democracias han existido muchas y de muy variadas formas, socialismos lo mismo, y en cuanto a la prosperidad y la sostenibilidad aún existen varios modelos de cómo entenderlas. Nadie, ni el mejor de los académicos ni el más brillante y lúcido de los políticos tiene la última palabra. Así pues, bienvenida la discusión democrática de estos rasgos.
Pero soy economista, así que me concentraré en algunos de los muy diversos temas que nos ocuparán en el futuro inmediato.
Foto: Claudio Pelaez Sordo
Comienzo por “la Planificación Centralizada como garantía de eficiencia”, algo de lo cual hemos estado lejos en todos estos años, casi desde que la asumimos a mediados de los años sesenta y no por influencia soviética únicamente, sino también, por el ejemplo de la Comisión Económica para América Latina.
Soy de los que piensa que nuestra condición de país subdesarrollado nos obliga a tener una clara proyección del futuro y un manejo adecuado de los escasos recursos que tenemos, pero, por esa misma razón, pienso que debe cambiar definitivamente el concepto y la forma en que se ha entendido la planificación hasta estos momentos. Hoy parece más un obstáculo al crecimiento y la eficiencia que un apoyo a esos propósitos.
De otra parte, la aceptación de diversas formas de propiedad como elemento sustancial en el desarrollo del país implica un cambio radical en el papel de los diferentes agentes económicos. Planificar cuando el 90 o 95 por ciento de toda la economía era estatal, no es igual a hacerlo en una economía distribuida entre diferentes formas de propiedad. Por eso requiere de conceptos y métodos diferentes.
Y sí, haber incluido la propiedad privada y la mixta como parte sustancial, y no como un “adendum” de nuestra futura economía parece obligar a cambiar el concepto, el contenido y las formas que debe asumir la planificación. Veremos cómo este será un punto de abundantes discusiones y discrepancias en las discusiones que recién comenzadas.
La inclusión de la propiedad privada es quizás uno de los elementos más significativos. Sin dudas nos ha pasado en Cuba con la propiedad privada nacional algo parecido a lo que le ocurre a algunos suegros con los matrimonios jóvenes: existen pero son ignorados durante algún tiempo; luego son “reconocidos” pero no aceptados; más tarde, tolerados pero no queridos; después queridos pero no incorporados, hasta llegar a esa etapa en que son aceptados e incorporados como parte indisoluble de una realidad de la que no podemos desprendernos. El proceso siempre es largo y necesita madurez y tolerancia de todas las partes.
Desde 1968 la propiedad privada (y también las relaciones monetario-mercantiles y el mercado) fueron conceptualizados como enemigos del proyecto de sociedad, por razones diversas que ocuparían muchas páginas intentar explicar. Luego fueron teóricamente aceptadas, pero débilmente incorporadas al funcionamiento del sistema. Paradójicamente, la propiedad privada extranjera ganó más espacio en la transformación que se inició en los años 90, también por una combinación de situaciones económicas y consideraciones políticas.
Que en el documento que definirá el modelo de sociedad que queremos la propiedad privada aparezca incorporada, junto a la propiedad socialista y la propiedad mixta, significa, de una parte, reconocer la objetividad de un fenómeno innegable y por la tanto la necesidad de asumirlo. Y por la otra, permitirá también poder regularlo de manera tal que contribuya al bien común. No es imposible hacerlo, hay experiencias que lo demuestran, aunque también hay otras experiencias que prueban lo contrario.
Los economistas, especialmente los economistas políticos en Cuba, durante muchos años hemos debatido acerca de la necesidad de ese reconocimiento de las distintas formas de propiedad. Todavía hoy no tenemos un acuerdo unánime. Pero la realidad no espera por nosotros, de hecho tampoco esperó por nosotros hace 30 o 40 años atrás, mientras nos desgastábamos en un debate que parecía sin final y una parte de nosotros pretendíamos demostrar que los atisbos de mercado y propiedad privada que de pronto emergían eran productos de malas prácticas. La realidad nos superó. ¡Qué importante será que eso no nos vuelva a pasar!.
Que todos esos agentes que actúan como representantes de esas diferentes formas de propiedad puedan tener condiciones transparentes para su actuación será también un gran reto. Se requiere para ello, primero que todo, de un marco legal adecuado, que permita una regulación efectiva y también saber quiénes son eficientes y quiénes no.
Aunque parezca paradójico, el sector estatal es la parte de la economía que actualmente resulta más perjudicado por reglas del juego diferentes para cada actor económico. Sufre más el diferencial cambiario, tiene menos posibilidad de generar incentivos positivos para sus trabajadores, cuenta con menos flexibilidad a la hora de proyectar y llevar a buen término cualquier nuevo negocio, y tiene prácticamente prohibido tomar riesgos (¿Acaso todo nuevo negocio no es un riesgo? ¿Acaso alguien puede garantizar 100 por ciento el éxito de un nuevo negocio?)
Súmele a eso que el sector estatal de la economía es el grupo de entidades que más restricciones tiene para negociar con un inversionista extranjero y con el sector privado y cooperativo nacional (a pesar de tantos ejemplos exitosos de cooperación entre estos sectores) y es además el que menos puede incentivar la innovación. ¿Cuál ha sido el costo de oportunidad que suman todas estas imposibilidades? Es decir, ¿cuánto nos ha costado perder esas oportunidades?
Foto: Claudio Pelaez Sordo
El sector cooperativo tampoco escapa a la paradoja. Mientras se reconoce teóricamente su “autonomía” las reglas del juego que se han establecido en nuestra historia más reciente lo han puesto a merced de disposiciones de ministerios o empresas estatales, que muchas veces constriñen su capacidad productiva, posibilidades de innovación o generación de incentivos positivos.
Un par de ejemplos para ilustrar este punto: las cooperativas no tienen facultades de importación y de exportación por sí mismas, dependen de otras instituciones; y tampoco pueden “nacer” si antes “alguien” no autoriza el parto. A eso súmele que los intentos de crear cooperativas de servicios profesionales no han fructificado acorde el potencial de nuestro país. También son invaluables los costos de oportunidad que ha generado esta circunstancia, y que nos pasan factura.
El llamado sector privado (“cuentapropista” todavía hoy) si bien ha sido muy beneficiado por este proceso de actualización, ha padecido de limitaciones significativas, en especial por no disfrutar de personalidad jurídica, por no poder acceder a insumos de una forma estable a costos adecuados, por no poder expandir sus negocios y hacerlos crecer en calidad, so pena muchas veces de levantar suspicacias (a veces fundadas y otras infundadas) mientras todo un gran segmento de profesionales no puede acceder a ejercer sus profesiones dentro de este sector, y debe conformarse con ejercer empleos donde sus habilidades son subutilizadas. ¿Alguien tiene idea de los costos de oportunidad que ha tenido esta situación también?
Emprendemos una senda nueva, cuesta arriba, más difícil que la anterior, sin dudas también más compleja. Invito a que no nos detengamos, a que sumemos en lugar de restar. La prosperidad consiste sobre todo en ser mejores personas, pero como afirmara nuestro Apóstol:
“Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.
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