Cuba vive un proceso de transformación económica. ¿Hay cambios sustanciales en la estructura productiva y comercial del país? ¿Cuál es el impacto de las nuevas políticas en la sociedad?
Por Ricardo Torres
Julio 2019
La reciente reforma económica cubana, o «actualización» tal como se la denomina en la normativa oficial, ha sido el proceso político decisivo en Cuba desde 2008. Su análisis debe considerar sus propios objetivos, tanto los que han sido declarados públicamente como de los que se encuentran implícitos.Si bien Cuba venía cambiando de forma inequívoca desde principios de la década de 1990, muchas de las transformaciones introducidas en esa etapa fueron consideradas «males necesarios», tanto por sus previsibles efectos indeseados (mayor desigualdad, individualismo, expansión relaciones de mercado) como por las indiscutibles contradicciones que introdujeron dentro del modelo socialista ortodoxo que existía en la Isla.
Lo cierto es que el cambio es notable en muchos órdenes, y no solo en el plano económico. El aumento y la importancia de las remesas, las visitas de cubanos al exterior (por razones de diversa índole que incluyen trabajo y empleo privado), el creciente número de visitantes extranjeros -entre ellos hombres de negocios y estadounidenses-, dan cuenta de una sociedad mucho más globalizada que la de antaño. Esa nueva característica entra en una nueva fase con la penetración de Internet, cuyos niveles en 2019 están por debajo de otros países latinoamericanos comparables, pero muestran un ascenso notable en los últimos tres años. En diciembre de 2018, el monopolio estatal de las telecomunicaciones comenzó a ofrecer datos en los teléfonos móviles. El aumento de la base de clientes ha sorprendido a la propia empresa, cuya infraestructura no estaba preparada para semejante avalancha.
Las fuentes de empleo se han diversificado y, todavía más importante, la nación ha migrado desde un modelo en el que el Estado proporcionada más del 90% del empleo total a uno en el cual se observan nuevos actores como el sector privado y cooperativo, cuya participación en la ocupación formal sobrepasa el 30%. Esto ha propiciado una mayor estratificación de la distribución de ingresos, tendencia que constituye uno de los aspectos más sensibles del panorama social contemporáneo de la isla. A ello se suman otros fenómenos no necesariamente nuevos o desconocidos, pero cuya visibilidad y efectos se han hecho más evidentes en años recientes.En este marco se ubica la informalidad.Varios estudios exploratorios dan cuenta de la expansión de fuentes de empleo informales, en muchos casos asociados directamente al sector privado o cooperativo, en otros participando en su cadena de suministros, cuya precariedad se ve exacerbada por la escasez crónica que acusa la economía cubana.Los episodios recientes constituyen una evidencia extrema, pero la recurrencia del fenómeno tiene hondas raíces en el propio modelo económico.
Si bien los cambios estimulados desde el gobierno de Raúl Castro pueden ser catalizadores o incluso iniciadores de algunas de estas tendencias, sería erróneo atribuir a esta última etapa de «reformas» todas las debilidades que atenazan el desarrollo cubano.Quizá el mayor rezago de este proceso ha sido su incapacidad para transformar algunos de los problemas estructurales del modelo cubano. Vale la pena destacar dos de ellos, cuyo desenlace actual explicaría la coyuntura y el difícil camino hacia adelante.
En el plano doméstico, casi todos los analistas coinciden en resaltar la disfuncional estructura de propiedad y de asignación de recursos (planificación central) como obstáculos insalvables en un programa de revitalización exitoso. Ello ha sido reconocido en los propios documentos que guían la reforma, pero su modificación ha sido extremadamente lenta e incoherente, por lo que no sorprenden sus escasos resultados.La implementación ha sido tan defectuosa que Cuba ha terminado sufriendo daños colaterales inevitables (desigualdad, por ejemplo), dilatados en el tiempo, sin medidas de contrapeso (salvo paralizar o hacer retroceder la reforma), al tiempo que no logró dinamizar el desarrollo de sus fuerzas productivas. Allí donde se obtuvieron progresos incuestionables como el sector privado, el avance ha sido torpedeado.
En el ámbito exterior, tampoco se pudo modificar la tendencia a concentrar las relaciones económicas en socios que ofrecen garantías y preferencias inusuales. La oportunidad comercial que ofrecía la venta a gran escala de servicios médicos a través del envío de profesionales al extranjero no fue aprovechada para convertirla en una ventaja consolidada en organizaciones capaces de ofrecer esos servicios en mercados competitivos. El alto riesgo de este tipo de contratos, cuando se realizan mediante un acuerdo entre gobiernos, radica en la dependencia del ciclo político del cliente, que se exacerba si el convenio contiene alguna cláusula de preferencia.En un acuerdo comercial típico, este riesgo se vería notablemente disminuido, al igual que otras preocupaciones relacionadas con la compensación de la fuerza laboral.
Desde 2013, las pérdidas de ingresos por exportaciones ascienden a más de 5.000 millones de dólares, la inmensa mayoría debido a la cancelación o modificación de términos de acuerdos negociados bajo estas condiciones.El patrón comercial cubano tiene un alto grado de distorsión, habida cuenta de que la isla no puede comerciar con su socio natural que es Estados Unidos.
En definitiva, el objetivo primordial de las reformas es alcanzar la viabilidad económica del país, sin modificar el modelo político y la estructura de poder que lo sustenta, junto a la minimización de los impactos sociales negativos. Esto último animado tanto por la incompatibilidad de determinados males sociales como por sus implicaciones políticas.
El problema radica en que lograr lo primero sin transformaciones esenciales en la estructura de propiedad es casi imposible. Parece claro que para lograrlo se requiere un nuevo pacto socio-político donde se consagren las transformaciones en la estructura socioeconómica descritas anteriormente. En China, la audacia de incorporar a los dueños de medios de producción al Partido Comunista, o las estrictas reglas contra la corrupción, pueden leerse como instrumentos para contemplar el reacomodamiento político dentro del propio modelo, que evoluciona, pero siguiendo la propia lógica de la vanguardia política.
En el caso cubano concurren otros elementos históricos y geopolíticos que se han asumido como determinantes, en el sentido de que van a verificarse irremediablemente en un contexto de apertura rápida y radical. Por un lado, está la influencia de Estados Unidos, opuesto a la naturaleza socialista de la República actual. Por otro, el hecho de considerar que una burguesía cubana será necesariamente antinacional, a partir de que las necesidades de su reproducción la llevarían a anteponer los intereses de una potencia extranjera como Estados Unidos a los de su patria.
El enrarecimiento reciente del contexto externo para Cuba constituye un desafío y una oportunidad. Se ha apuntado que Estados Unidos no es un actor homogéneo, sino que su política exterior expresa las contradicciones del modelo y de su actual administración. Materializar en política exterior las aspiraciones de los grupos más radicales en el sur de la Florida es coherente tanto con la elevada representación política de los mismos como con la importancia de ese estado.Sin embargo, al menos tres factores han permitido a estos grupos resistir el embate de Obama y pasar a la ofensiva durante la administración Trump, con poca oposición dentro de Estados Unidos. Por una parte, el acercamiento en Cuba fue visto por sectores importantes con muchas reservas, en lugar de acelerarlo, se optó por una mayor cautela. Los que presentaban el acercamiento dentro de Estados Unidos como una forma de estimular una reforma positiva en Cuba, quedaron mal parados. En segundo lugar, el involucramiento con el sector de negocios en Estados Unidos fue tímido, con escasos compromisos de gran calibre. Esto, a pesar de contar con poco más de dos años. El desconocimiento de ciertas prácticas, y la extrema precaución no permitieron posicionar a un aliado clave para defender el nuevo statu quo. En tercer lugar, la ley de Inversión Extranjera Directa (IED) permitía la participación de los cubanos residentes del exterior, de manera implícita, pero el gobierno envió la señal de que no lo estimularía.
Ante el deterioro visible del contexto externo, clave para un país como Cuba, se pueden prever dos caminos complementarios, de las cuales ya aparecen algunas señales.Por un lado, se trataría de consolidar las alianzas con socios estratégicos de peso mundial y fomentar los vínculos con otros países que pueden tener economías complementarias como México, Argentina, Turquía, Irán, Vietnam, Corea del Sur, y los estados del Golfo Pérsico. En la mira estaría la posibilidad de habilitar nuevos mercados para servicios médicos. La ventaja de esta nueva fase es que prácticamente ninguno de esos países estaría interesado en ofrecer apoyo incondicional o tratamiento preferencial. Lo más posible es que el rédito que pueda obtener Cuba dependa de explotar su potencial con las reglas generalmente aceptadas internacionalmente. Esto podría crear una estructura de incentivos que genere un círculo virtuoso.El apalancamiento externo no depende solo de la buena voluntad de los socios, sino de la capacidad de hacer la tarea en casa. Esa sería la segunda vía. Incluso en el mejor de los escenarios, la disfuncionalidad del modelo económico cubano requiere una reforma que la crisis actual puede hacer viable políticamente. Las recientes medidas anunciadas pueden ser un preludio en esa dirección, aunque se ofrecieron muy pocos detalles.
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