"Siempre que una propuesta neoliberal llega al poder, uno de los blancos principales es la universidad pública”, afirmó en entrevista con Universidad el reconocido sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. Poco después, en el Aula Magna de la Ciudad de la Investigación recibió el doctorado Honoris Causa otorgado por el Consejo Universitario.
Es profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra, en su natal Portugal, también recibió el título de Erudito Legal Distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison y de Erudito Legal Global de la Universidad de Warwick, en el Reino Unido. Además, es director emérito del Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coimbra.
-En Descolonizar el saber, reinventar el poder usted se pregunta por qué el pensamiento crítico emancipador no ha logrado emancipar. ¿De qué nos debemos emancipar? Depende mucho del contexto; por ejemplo, hacerlo en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
—Tres dominaciones principales caracterizan nuestra sociedad: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Hay muchas otras dominaciones satélites, la religión conservadora, las castas en India. Estas tres dominaciones actúan articuladas y la resistencia en su contra está fragmentada. Hay muchos sindicatos y partidos anticapitalistas, comunistas, socialistas, que muchas veces fueron racistas y sexistas; hay movimientos de liberación nacional anticolonial, antiracistas, que fueron muchas veces sexistas y procapitalistas, y hay movimientos feministas que muchas veces fueron y son racistas y procapitalistas
El capitalismo se asienta en la idea del trabajo libre, que tiene que ser devaluado y el neoliberalismo es un gran proceso hacia el trabajo sin derechos, lo que llamamos la “uberización” del trabajo.
Pero eso no basta, es necesario que al lado del trabajo libre haya un trabajo altamente devaluado y no pagado, y quienes lo producen son las mujeres, las comunidades negras y los pueblos indígenas. Necesitamos un pensamiento que al mismo tiempo sea anticapitalista, anticolonilaista -antiracista por ejemplo- y antisexista. Esto es una cultura nueva de resistencia que es muy difícil de organizar.
Costa Rica es un buen ejemplo; es uno de los países del continente que logró crear un estado de bienestar mejor que los demás países, hay un ataque constante a todo este cúmulo de derechos sociales. Los derechos en Costa Rica se convierten en privilegios de pocos, hay una intensificación de la dominación no solamente capitalista, sino también racista y sexista de violencia contra las mujeres.
-Ante esa intensificación de la dominación, ¿cómo juzga el papel que juega el conservadurismo religioso?
—Es un fenómeno que avanza con toda la virulencia, pero que nace en el continente por lo menos en 1969, cuando Nelson Rockefeller produjo un informe en que decía que América Latina estaba en peligro por la Teología de la Liberación progresista, que quería quizás provocar una insurrección en contra del capitalismo a partir de la religión y que era necesario una respuesta religiosa conservadora.
Entonces se empezó a construir esa respuesta a partir de los evangélicos neopentecostales, que son la versión más conservadora e individualista de la teología. Diez años después se creó en Brasil la Iglesia Universal del Reino de Dios, que es un gran emporio conservador neopentecostal, ahora está en todo el continente.
El conservadurismo es un componente fundamental porque estamos en una situación casi neocolonial, el neoliberalismo es un sistema cuyo gran genio es transferir la riqueza de los pobres y de las clases medias para los ricos. Tuvo aquí una entrada brutal con el TLC.
Este modelo crea la idea de que hay una crisis permanente, que es fundamental para mantener a la gente sin alternativas: hay recortes de salario, por la crisis; hay privatización de la educación, por la crisis; hay privatización de la salud, por la crisis… O sea, en vez de explicarnos la crisis, es la crisis la que explica todo.
El conservadurismo religioso es una manera de acomodar y neutralizar la resistencia para que usted se pueda sentir en esta sociedad como si fuera la única posible, y por eso no hay alternativa.
-El año pasado dijo que las universidades deben buscar sus aliados en las comunidades y no en las élites. Desde entonces ha habido movimientos de protesta estudiantil, por ejemplo en la Sede Pacífico los estudiantes reclamaron por el cierre de cursos y de proyectos de trabajo comunal. Parece que la universidad pública no se acerca a las comunidades, sino a las élites que definen presupuestos. ¿Qué futuro le espera a la universidad si sigue por ese camino?
—Siempre que una propuesta neoliberal llega al poder, uno de los blancos principales es la universidad pública y es criticada por dos razones. Una es porque “gasta demasiado” y vienen los recortes presupuestarios. Por otro lado, hay una crítica ideológica, a raíz de que la universidad produce conocimiento que el neoliberalismo no quiere que se produzca: conocimiento libre, crítico, independiente y plural.
La universidad pública estaba acostumbrada a tener el apoyo de las élites, que la necesitaban para formar a sus hijos, para mantener el poder y la dominación. Hoy no la necesitan más, mandan a sus hijos al extranjero, a las universidades globales; no confían en las nacionales porque lo que quieren es una ignorancia militante de lo que pasa en el país, los líderes neoliberales del futuro no deben saber nada de su país.
Las universidades públicas no pueden resistir y continuar sin el apoyo de las clases medias y populares, a las que durante mucho tiempo trataron con mucho desprecio. La universidad se ha aislado bastante de ellas y en este momento tienen que conectarse; los departamentos de extensión deben ser fortalecidos no solamente para llevar la universidad para afuera, sino también para atraer las periferias adentro de la universidad.
Una de las armas fundamentales de la dominación es ocultar la realidad para que usted se conforme con la idea de que no hay alternativa.
Si se mira bien todas las noticias de los periódicos o la televisión, son dominadas por expectativas negativas: hoy está mal, pero mañana va a estar peor entonces cuídese, no resista, no proteste, acomódese. Esta idea es para crear miedo y destruir la esperanza. Hoy gran parte de la población mundial solamente tiene miedo de ser violada, de la polución, de perder el empleo, de todo.
Las universidades públicas, los movimientos sociales, los medios de comunicación alternativos, tienen que movilizarse para meterle miedo, un poquito, a los poderosos, para dar esperanza a los oprimidos.
-Este año hemos visto estallidos sociales en Irak, Irán, Argelia, Líbano, Hong Kong, y los casos en América Latina. ¿Cómo se explica que a nivel global coincidan estos movimientos que reivindican ideales democráticos?
—Porque el sistema neoliberal es un modelo global, que pasó por varias fases. La primera consistió en virar a la sociedad en contra del Estado y en concebir la idea de que la sociedad civil es buena, el Estado es malo. Por eso, la democracia tiene que ser reducida a los derechos civiles y políticos; los derechos sociales son una carga muy grande para el Estado y tienen que ser privatizados los servicios.
La segunda fase es en la que estamos. A este neoliberalismo ya la propia democracia liberal de baja intensidad reducida a derechos civiles y políticos no le sirve claramente, es incompatible cuando la libertad económica choca con la libertad política.
El neoliberalismo lo que quiere es un privilegio total para la libertad económica, la libertad de los inversores internacionales, siempre que la libertad política -o sea la democracia- choque, tiene que ser echada.
Eso pasó en Brasil. Se quiere total liberalidad económica para que la riqueza natural de Brasil entre en el mercado mundial. No basta ganar las elecciones, porque quizás no te van a a permitir esa libertad total, tienes que dar un golpe y ese fue el golpe contra Dilma (Rousseff) y ahora mismo el golpe contra Evo Morales. O sea, el neoliberalismo está mostrando su nueva fase, la incompatibilidad con la democracia de baja intensidad.
Si se sigue esta idea de que la libertad económica es más importante que todas las demás, la democracia no aguanta, y puede morir democráticamente eligiendo a los antidemócratas. Trump es un antidemócrata, Bolsonaro es otro.
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