Las crisis y los sucesos extraordinarios suelen generar circunstancias favorables para aumentar el capital político; aunque también pueden hundir liderazgos frágiles. Es el caso de Donald Trump que, a cinco meses de las elecciones, parece haber perdido las oportunidades creadas en Estados Unidos y el mundo, por la situación sanitaria y socio económica asociadas a la COVID-19 y a las protestas populares tras la muerte de George Floyd.
Respecto a la COVID-19, Trump se ha mostrado errático, no solo al no poder impedir que más de dos millones de estadounidenses se enfermaran y que hasta ayer, fallecieran 113.820, sino porque no ha entendido la naturaleza del problema y el papel que pudieron desempeñar los Estados Unidos, un país que, aunque posee un pésimo sistema de salud pública, ejerce un liderazgo en la industria médica. Trump politizó la crisis en detrimento de la búsqueda de soluciones médicas y sociales y el apoyo a los necesitados dentro y fuera de su país.
En cuanto a la rebelión, virtualmente nacional, como consecuencia del asesinato de George Floyd, a Trump le ha faltado sagacidad para percibir que se trata de un asunto histórico y de una deformación estructural que él no creó, lo cual le ofrecía importantes márgenes de maniobra. A ello se añade una visible falta de compasión y solidaridad para con las víctimas.
Además de otras carencias, Donald Trump evidenció que no sabe hacer política, no cultiva la ética, carece de capacidad de convocatoria para unir al país en la adversidad, no es capaz de seducir, no es un buen demagogo y no sabe elegir sus batallas.
Los desafortunados comentarios acerca de que Martin Gugino, el anciano de 75 años de Nueva York, la ciudad donde él también nació, que al ser innecesariamente empujado por un policía se desplomó y sangró por el oído: “…Cayó más duro de lo que fue empujado y podía ser un provocador”, dijo con lo evidenció que ha llegado a su máximo nivel de incompetencia.
Según se afirma, el apoyo de los partidarios que en 2016 lo llevaron a la Casa Blanca, no le alcanza para la reelección, por lo cual deberá captar un porcentaje sustancial de los indecisos que forman alrededor de un 20 por ciento del electorado y, muchos de los cuales, ya parecen haber decidido que no lo acompañarán. El propio presidente se ha encargado de alejarlos.
No obstante, no se trata solo de los electores de a pie, sino de algunos de los “pesos pesados” del Partido Republicano, entre ellos el expresidente George W. Bush quien declaró que no lo respaldará, el senador y excandidato presidencial republicano Mitt Romney, el exsecretario de Estado Colin Powell quien dijo que “Votará por Joe Biden”. Igual posición asumió Cindy McCain, viuda del fallecido senador John McCain, una de las figuras más queridas del partido.
A la lista de quienes se han alejado del presidente se suman los expresidentes de la Cámara de los Representantes John Boehner y Paul Ryan, mientras la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice, el exsenador Jeff Flake y el antiguo gobernador de Florida Jeb Bush, se muestran indecisos acerca de cómo votaran, sentimiento compartido por la senadora republicana Lisa Murkowski y el ex secretario de Defensa Jim Mattis, quien ha criticado el modo como el presidente ha manejado las protestas por la muerte de George Floyd.
A diferencia de los partidos tradicionales de Europa y Latinoamérica, que cuentan con militantes comprometidos y bases estructuradas que formulan programas políticos y se vinculan con organizaciones de la sociedad civil, los partidos Demócrata y Republicano de los Estados Unidos son maquinarias electorales, manejadas por sus principales, que suelen actuar como “super electores”. No contar con ese respaldo es un hándicap difícil de superar.
No obstante, Trump no está perdido, aunque tampoco el poco convincente Joe Biden es ya un ganador. Es preciso dar tiempo a uno y al otro. Allá nos vemos.
13/06/2020
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El presente artículo fue publicado por el diario ¡Por esto! Al
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