SINE DIE
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SD2
juan
m ferran oliva Julio
6 de 2020
Qué
bueno es no hacer nada y luego echarse a descansar.
Estoy saliendo de mi crisis de pereza senil. Es una nueva categoría
médica que acabo de inventar en flagrante intrusismo profesional. Quizás exista
la dolencia y algún geriatra le haya dado su nombre al síndrome. No importa.
Simplemente me ataca de vez en cuando. Dicha holganza no es completamente
responsable de la dilación en la salida de SINE DIE; alterno su elaboración con
el ensayo Cuba y las Españas, otro proyecto al que dedico intermitentemente
mis parcas energías.
Intento una interpretación realista de algunas patrañas tejidas alrededor de
los 400 años de vida común entre Cuba y su metrópoli hispana. Trato de poner al
derecho la historia, sin hacerla.No soy historiador de carrera, sino a la
carrera.
En mi época de asesor insistí en numerosas ocasiones en
la necesidad de crear un museo azucarero inexistente en aquellos tiempos.
Finalmente se hizo realidad y no creo que en ello incidieran mis catilinarias. Recuerdo
que incluso disponía de una relación de equipos museables. El más notable era una máquina de vapor Fawcet de la primera mitad del siglo
XIX que aun molió su última zafra en
1970: la de los diez millones. Funcionaba en el central Elena, rebautizado Juan
M. Quijano en Arcos de Canasí[1], y posteriormente
demolido.
A fin de cuentas, lo importante es que
actualmente hay varios de esos templos
dedicados a la que durante más de dos siglos fue nuestra locomotora económica.
Hubo una suerte de espontaneidad en la
conservación de piezas.Hasta hace algunos años aún era frecuente el empleo de
las pailas de concentración como
bebederos para el ganado. Fueron los antecesores de los equipos al vacío
de la casa de calderas. La engorrosa casa de purgas era la sección que le
seguía y no fue eliminada hasta la introducción de las centrifugas que en
minutos separaban el grano de la meladura. El último cuello de botella fue
el transporte. Resultó superado con la
aplicación del ferrocarril cañero en el último cuarto del siglo XIX. No debe
confundirse con el de uso general tendido desde La Habana hasta Bejucal y luego
a Güines en 1837. Aquél fue el primero cubano pero también en las posesiones
hispanas, incluida la metrópoli. Acarreaba los pesados cajones de azúcar primitivo
hacia el puerto habanero, los abastecimientos para las zafras y el no menos
importante pasaje.
Además de su intención patriótica, la
circulada imagen del ingenio La Demajagua,
resulta también una estampa tecnológica. Situado a unos 13 kilómetros de
Manzanillo, fue en el año 1843 un trapiche cercano al mar por el que embarcaba
sus azucares primitivos. En esa fecha Céspedes terminaba sus estudios de
Derecho en Cataluña a donde había llegado en 1840 con 21 años de edad.Tras varios cambios de dueño la
instalación se modernizó y en 1860 fue dotada de una máquina de vapor que movía
los molinos. El resto se mantuvo tradicional con 3 trenes jamaiquinos, cada uno
con 5 calderas abiertas, de mayor a menor, a las que se transfería la meladura
a medida que el calor la concentraba. La última era denominada tacho, también abierta, y en ella se
efectuaba la cristalización. En 1866 Carlos Manuel de Céspedes, a sus 46 años
de edad, adquirió la instalación mediante créditos hipotecarios. Como es
conocido, el ingenio, casi central, fue escenario del levantamiento
independentista del 10 de octubre de 1868. A los pocos días las autoridades
españolas lo destruyeron como represalia. Es notoria la imagen del árbol
creciendo entre los radios de la gran catalina que perteneció a la máquina de
vapor. Quizás era una Fawcet.
En Europa muchas localidades tienen su origen
en un castillo feudal. En Cuba en un ingenio generalmente desaparecido. Mi
difunta esposa María Begoña fue maestra en San Pedro, un insignificante poblado
en el linde de las entonces provincias de Matanzas y Las Villas. Un fin de
semana fui a buscarla. Llegué hasta el entronque de La Paloma en la Carretera
Central después de Los Arabos y tome el terraplén que me conduciría hacia el
norte hasta San Pedro.Una vez allí, visité
la escuela y me asombró conocer el listado de los alumnos. ¡Casi todos se apellidaban Ferran[2]
y eran pardos y morenos! La explicación es simple. El poblado era el
antiguo batey de un ingenio llamado San Pedro Ferrán, propiedad de una
familia en nada emparentada conmigo[3]. Con la abolición, los antiguos esclavos adoptaron
el apellido de sus ex amos.
En el último cuarto del siglo XIX se produjo
la transformación tecnológica de la industria azucarera cubana. Los 1850 ingenios primitivos se concentraron en 168
centralesoperados a vapor[4].
Desaparecieron los ingenios pero quedaron los poblados.Ahora, según me cuenta
alborozado Aurelio Alonso, hay un proyecto para convertir en museo al batey del
esfumado central Camilo Cienfuegos, antes Hershey. Pero esa es otra historia de la que hablaré en un próximo SINE DIE.
Fin
[1] Arcos de Canasí pertenecía a la antigua provincia de Matanzas, ahora
a la
de Mayabeque.
[2] Ferran es un apellido de origen catalán. Significa Fernando en
castellano, y no se acentúa. Respeto el origen y tampoco empelo la tilde, pero es palabra aguda.
[3] Los Ferran Rivero, que entre otras propiedades lo eran del Diario de
La Marina. Acérrimos españolistas, por supuesto.
[4] Pedrosa Puertas, Rafael. Cinco Siglos de Industria Azucarera Cubana.
Minaz 1966
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