Por Julio C. Gambina[1]
La inflación preocupa en la Argentina y empieza a aparecer como problema en otros países, especialmente en EEUU.
El registro mensual de la inflación en el país sudamericano equivale a la proyección anual del norteamericano, pero la suba de precios, manifestación de la inflación, supone un problema para la parte mayoritaria de la sociedad que percibe menores ingresos, aquí, allá y donde sea.
Los manuales de economía explican la igualdad entre producto (o valor agregado) e ingreso, entre el flujo real de bienes y servicios, y el flujo nominal, el dinero que se usa para retribuir a los factores de la producción: Tierra, Capital y Trabajo.
El producto no incluye a los medios de producción, solo al valor agregado, que en términos de distribución son la remuneración a la propiedad de la fuerza de trabajo(salarios) y a la propiedad de los medios de producción (ganancias diversas o rentas).
Por eso, con aumento o reducción del “producto”, importa considerar como se distribuye el resultado en materia de “ingresos” de los factores de la producción: renta, ganancia o salario. Los precios expresan la valorización del producto, por lo que la reducción de salarios supone el incremento de la ganancia (incluida las rentas) y viceversa.
En la coyuntura argentina se discute la suba del precio de la carne, hoy por encima del promedio de los alimentos y del conjunto de precios medidos por la estadística oficial. No siempre ocurre así, pero es lo que motiva hoy el conflicto entre las grandes centrales empresarias del agro versus el gobierno, el lockout del campo. La motivación de la respuesta empresaria es la suspensión temporal por 30 días de las exportaciones dispuesta por el gobierno. La réplica del lockout en la comercialización de la carne acontece mientras transcurre la negociación, en un intento de flexibilizar la política oficial y la respuesta empresaria.
El problema es la suba del precio de la carne, la suba de los alimentos y/o de los bienes y servicios de la canasta de consumo, junto a la realidad de una menor capacidad de compra de la mayoría de la población que percibe ingresos fijos. Este debiera ser el problema central en la discusión. Aludimos a los asalariados en relación de dependencia o no, con seguridad social o flexibilizados, precarizados, o simplemente aquellos que obtienen ingresos por trabajos circunstanciales (changas); tanto como jubilados/as, o beneficiarios/as de planes sociales.
Son los perjudicados por el alza de los precios. El “ingreso” se distribuye al conjunto social, es decir, también a los propietarios de medios de producción. Entre estos, a los pocos que monopolizan la gran propiedad de la tierra, o aquellos que concentran como propiedad privada, lo principal de las instalaciones, máquinas, herramientas, materiales y materias primas, elementos necesarios para encarar el proceso de producción. Estos propietarios perciben rentas o ganancias.
Por esto, más allá de la inflación, el crecimiento o la recesión, el “producto” se distribuye como rentas, ganancias o salarios. La renta es del suelo, petrolera, gasífera, financiera; como la ganancia es industrial o comercial, evidenciando dos fuentes de ingresos derivadas de la propiedad de los medios de producción, o de la fuerza de trabajo.
El problema esencial hoy es la suba de precios, sí, pero, sobre todo, la baja de los ingresos populares. Lo que existe es inequidad en la distribución del ingreso, confirmando una tendencia a la desigualdad socioeconómica. La canasta básica total para una familia de 5 integrantes, según el INDEC, requiere de 66.217 pesos al mes.[2]
Pensando en una jornada laboral de 8 horas diarias y por 21 días al mes, se requeriría una retribución del orden de los 395 pesos por hora. Otro cálculo sencillo podría ser el equivalente entre una hora de trabajo y un kg de carne, que podría, según el corte, elevarse a 450/600 pesos por hora. Así calculado, el salario mínimo debiera oscilar entre lo necesario para cubrir la canasta total del INDEC, más de 66.000 pesos y unos 100.000 pesos mensuales. Valores alejados del salario o la jubilación mínima y ni hablar de los planes sociales. Incluso lejos del promedio de los ingresos populares.
¿Quién se defiende de la inflación o le gana a la suba de los precios?
Se defienden los que perciben ingresos superiores, en general los grandes propietarios de los medios de producción. Incluso, aquellos que perciben ingresos fijos que están muy por encima del promedio de los salarios, los gerentes y elencos gerenciales de las grandes empresas.
El aumento de la producción puede favorecer la discusión sobre la apropiación equitativa de los ingresos, aunque no siempre, mientras que la disminución, la recesión, exacerba la lucha por la apropiación de quienes dominan el orden económico desde la propiedad de los medios de producción. Por eso abominan de cualquier política económica que restrinja la apropiación de ganancias o rentas, entre ellas las retenciones.
Un tema adicional a considerar es el destino de la producción de carne o de alimentos, algo que interviene en la distribución del ingreso y en el impacto inflacionario. Es que la exportación porta un precio que es apropiado por el último eslabón de la cadena comercial y productiva, no siempre asociado al productor en origen del bien exportado. El resultado de la exportación es apropiado por el gran acopiador y exportador y no socializa en el colectivo necesario para su producción. Por eso, el precio internacional, ahora en alza, como las commodities en general, supone una defensa en los ingresos de esos grandes productores y exportadores en desmedro del conjunto que produce la riqueza social, incluso en contra de pequeños y medianos empresarios que participan de la cadena de valor de la carne u otras producciones.
Es cierto que existe una menor ingesta de carne vacuna en Argentina. Hay razones culturales en el cambio de la dieta de la población. Por ello, el menor consumo de carnes remite, por ende, a los menores ingresos de la mayoría de la población que percibe ingresos fijos, pero también a razones culturales. Por la misma razón se puede explicar la mayor ingesta de carne vacuna de la población en China. No solo hay razones culturales en el cambio de la dieta alimentaria del gigante asiático, sino también un crecimiento de los ingresos de la población, derivados a su vez de la expansión del producto.
Ese cambio en la dieta o la mejora en la distribución del ingreso es resultado de un objetivo de política económica. La política económica, sea para favorecer un orden social o para modificarlo, es lo que importa, y en general, es lo que no se debate. ¿Por qué en China puede existir una mayor propensión social al consumo de carne vacuna y no en la Argentina? Incluso, para el debate y en términos relativos, que sería lo adecuado, allá o acá.
Un importante comprador de carne argentina es China, país que planifica su economía y el cambio de la dieta alimentaria de su población. Como nadie en el mundo, China ha contribuido a mejorar el ingreso per cápita en su territorio y contribuido globalmente a disminuir la pobreza, se piense lo que se piense en materia política, económica, o cultural, del modelo productivo y de desarrollo chino.
Ese gran comprador estimula la suba de precios de la carne o de la soja, entre otros bienes. En ese marco, los vendedores desde la Argentina o de cualquier país, pretenden cobrar en el mercado interno el precio internacional, en las condiciones de la demanda actual. Por eso sube el precio de las carnes en el mercado local y afecta a los sectores sociales empobrecidos con pérdidas relativas en sus ingresos.
Por eso, defenderse de la inflación supone discutir el modelo productivo y de desarrollo. No se trata de no vender al mercado mundial, sino de planificar la producción y su distribución, en el mercado mundial y en el local, asociado a definiciones estratégicas. La carne y el trigo son esenciales en la dinámica cultural del consumo local, no así de la soja. Por ellos es que se requieren definiciones específicas sobre cada uno de los procesos productivos y de circulación de bienes y servicios, lo que incluye la planificación de la distribución del ingreso y de la riqueza.
¿Bajarán los precios con la suspensión temporaria de las exportaciones de carne vacuna? Difícil responder, y en rigor, habilitó una nueva ronda de negociaciones que no modifican la cuestión de fondo, que remite al régimen de propiedad y dominación. Las patronales pretenden el precio internacional en las ventas locales, y si no, lo más que puedan. La política gubernamental disputa el consenso, en un año electoral de medio turno presidencial. La esencial que remite al modelo productivo y de desarrollo aparece escamoteado en el debate público.
Resulta adecuado defender la vinculación del país con el mercado mundial, pero desde la premisa necesaria de satisfacer la demanda local en una proporción adecuada al tipo de inserción internacional y perspectiva de civilización pretendida. Hace falta un consenso extendido sobre qué producir y para quién, sea en el mercado local o mundial, lo que debe resultar de un debate ampliado en el conjunto social.
Más allá de la inflación
Las retenciones no debieran estar en el eje de las discusiones, sino la necesaria reflexión sobre qué tipo de relaciones económicas se requieren para la sociedad en nuestro tiempo. Igual que las retenciones, el escamoteado debate sobre los tributos tiene el mismo sentido.
¿Quién debe financiar el gasto público y con qué objeto? Los empresarios, especialmente los grandes, tienen como objetivo la ganancia, la que se logra al mayor precio posible y evitando toda contribución al sostenimiento del Estado.
El precio es el “fenómeno” por el que disputan ingresos, y en “esencia”, detrás de los precios está el “valor”. Ese valor, o esa producción de valores está subordinada en el capitalismo a la inversión en origen. Inversiones realizadas con el objetivo de “ganar y acumular”, con el propósito en última instancia de “dominar” y reproducir la lógica capitalista. Al inicio está el dinero acumulado, que comienza un ciclo productivo desde la propiedad de los medios de producción en la contratación de fuerza de trabajo y la creación de más valor (plusvalor o plusvalía). Ese plusvalor es fuente de los ingresos de los propietarios de la tierra, las instalaciones, las maquinarias, los materiales, las herramientas, etc. El objetivo final pasa por las ganancias, la acumulación y la dominación.
La ganancia es ingreso, como la renta del suelo. Ganancia y renta es plusvalía transfigurada, como el interés o la renta financiera. El gran debate es el origen de esa renta, que en la escuela clásica y en la crítica de Marx se concentra en el trabajo como generador de la riqueza, en el trabajo social en general, no solo producto del trabajo directo en la producción de carne, o de soja. Es que buena del trabajo industrial o de servicios es necesario para esas producciones, incluso con poca contratación de fuerza laboral. Entre otros aspectos, aludo a la producción de computadoras, de tecnología, de la química, de las redes e interconexiones de la era digital, entre muchas formas del trabajo social que son necesarias para producir autos, alimentos, o productos de la fantasía, el arte, la literatura, la música o cualquier forma de producción social.
De hecho, lo concreto hoy es la tendencia al crecimiento de los ingresos por renta. Renta financiera y del suelo como eje del capitalismo actual, en donde esa renta proviene de la plusvalía o trabajo no pagado, no solo en un país, sino en el capitalismo mundial.
Volviendo a la inflación, la corriente hegemónica sostiene que los precios suben por la elevada emisión monetaria, omitiendo que el dinero no solo se emite para transacciones, sino también para atesorar o especular, compra de divisas o bonos incluidos. En la coyuntura, el precio de las divisas está contenido y entonces no se puede explicar la inflación por la emisión, cuando parte de esta tiene destino en la especulación más allá del proceso de circulación mercantil. Hace falta discutir estos temas más allá del precio tal o cual, porque lo que se discute es el proceso de producción y circulación, los beneficiarios y perjudicados, y que tipo de Estado se requiere para resolver los problemas de la cotidianeidad de una mayoría empobrecida.
Además, en momentos donde la emergencia sanitaria muta hacia una catástrofe agigantada por la miseria del orden económico, la situación se descarga con crueldad sobre la mayoría empobrecida de la sociedad. En vísperas de la revolución de mayo de 1810 vuelve a demandarse un grito de libertad para una vida adecuada a los tiempos en este transcurrir del primer tercio del Siglo XXI.
Buenos Aires, 24 de mayo de 2021
[1] Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor titular de Economía Política en la UNR. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA.
[2] INDEC, abril 2021, en: https://www.indec.gob.ar/
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