Por: Katia Siberia
Ni siquiera ahora que las cifras inflacionarias se han desenvainado en el Parlamento cubano, uno logra entender ciertas dinámicas. Lo menos que dejan es dudas y, lo más, preocupaciones. Porque si asumimos que hay un exceso de circulante que se mueve polarizado, con montos que favorecen a una minoría, y que no hay ofertas para captarlo, el pronóstico es tristísimo para el bolsillo de la mayoría y promisorio para el pujante sector de la especulación. Ese que vive de la inflación, inflando, sobre todo en Ciego de Ávila.
Dos cifras macro pudieran resumir las causas: la circulación mercantil minorista tiene un déficit de oferta que se calcula en 60 000 millones de pesos y, al mismo tiempo, de un 92% de los ingresos de la población que debieran recogerse para que haya equilibrio monetario, solamente se está captando un 67 por ciento. Ahí está el desequilibrio, según explicó ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, Marino Murillo Jorge, jefe de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo de los Lineamientos.
Pero esa es sólo una parte del desajuste. La otra está dada por la imposibilidad para revertir esa tendencia en medio de un período en el que se han dejado de ingresar más de 3 000 millones de dólares —como apuntó Alejandro Gil Fernández, vice primer ministro y titular de Economía y Planificación—, y tampoco hemos tenido el “empujoncito” del Turismo. Cómo rompemos entonces la paradoja del círculo inflacionario en la que sobra dinero —porque no tenemos ofertas para recogerlo—, y no tenemos oferta para recogerlo porque no hay dinero para producirla.
Estamos casi ante la misma disyuntiva a la que ya nos enfrentaran la productividad y el salario. Sólo que cuando subieron los salarios (y nos subió hasta la autoestima creyendo que por fin se nos daría a cada cual, según nuestra necesidad y capacidad) no nos detuvimos a pensar que, mientras no produjéramos, la felicidad nos duraría lo que nos duró…, muy poco.
Y enero vino a acentuarlo todo, a “desordenarlo” con cierta previsión, pues siempre se dijo que habría inflación. Sin embargo, la realidad ha sobrepasado por muuuuucho el cálculo inicial y aquí estamos, en noviembre, casi al punto del explote por ambos flancos; por el informal y por el formal. Dos mercados estrechamente retroalimentados, aunque las cifras inflacionarias se diferencien. El informal, con un 6 900 por ciento; el estatal, con un 60 por ciento.
Una diferencia que dice poco, si coincidimos en que casi nadie puede vivir de espaldas a esa dualidad de mercados y en la práctica padecemos dos inflaciones en un único bolsillo. Por eso, que el mercado mayorista se comporte según las predicciones, podría influir en la economía macro que luego se revierte, indirecta, en salarios, presupuestos al Estado y beneficios; pero nuestra forma directa de medirla es en el traspaso de los servicios y productos que brinda al cliente. Y en ese traslado de números parece que hay algo perdido.
Inflación a la orden
Lo digo pensando en que una ración de arroz blanco en el restaurante Don Ávila, de Palmares, cuesta 70.00 pesos. Repito, 70.00 pesos y, ni aclarando su administrador que es de 240 gramos, el precio parece razonable.
Incluso, si la entidad se viera obligada a comprarle a la importadora del Turismo (ITH) los insumos con su respectivo componente en MLC, o pagara el 100 por ciento del arroz en MLC a los campesinos de la agricultura cubana, aun así no parece, a simple vista, un precio lógico. Pero digamos más: si vamos a la tienda que oferta arroz en MLC, compramos el MLC a 80.00 pesos (que por ahí anda su venta ilícita) y dividimos la libra a la mitad (230 gramos) veremos que tampoco es fundamentado el precio del menú. Y todo ello suponiendo que Palmares lo pagara al precio minorista e informal, y no al mayorista y oficial con que opera.
Este arroz se vende en El Trópico. Aun si en Don Ávila lo compraran ahí, su conversión tampoco justificaría el precio de una ración
No obstante, más inconcebible que el arroz es el cálculo del aguacate. Una ración de 130 gramos cuesta 70.00 pesos. Si traducimos eso en peso, que fue lo que hizo Invasor, observamos que un aguacate mediano, de los que en la calle nos cuesta 25.00 pesos, a todo reventar, nos alcanza para tres raciones. O sea, en el carretón. 25.00 pesos, en el plato de Palmares 210.00; se multiplica más de ocho veces. ¿Y si decimos que ese aguacate vino de Tailandia y que ITH se gastó en importarlo…? No, eso no podemos ni suponerlo. No hay hipótesis surrealistas para la ensalada de Don Ávila o de La Fonda.
Pero vayamos al Parque de la Ciudad a comernos una naranja, sólo una, en el quiosco de La Roca, que pertenece a un restaurante que ahora es Unidad Empresarial de Base. Esa entidad ya puede, por tanto, comprarle directo a los productores, no tiene que esperar que la Gastronomía le ponga comida a su tarjeta de estiba.
Pues allí una naranja le cuesta 7.00 pesos. Y si va hasta el mercado de Ortiz, donde ya se vende con un margen de ganancia, con 9.00 pesos, que es el precio de una libra, se come cinco. Fueron pesadas para Invasor y sacamos cuenta de bodeguero. En el mercado, la naranja sale a unos 2.00 pesos, en La Roca se la pelan y pagas 7.00. Cinco pesos de “valor agregado”. Sin dudas, se podría vivir de pelar naranjas… y bolsillos.
Son naranjas dulces, pero el precio que alcanzan, una vez peladas, le agrian el bolsillo a cualquiera
Sigamos hasta el Bulevar, y en la tienda La Americana preguntemos por el precio de un juego de comedor, hecho con gusto y marabú. Luego aprovechemos que también se puede adquirir a crédito y pongámosle por ello un poquitico más que los 23 430.00 pesos que cuesta. Si nos parece demasiado, siempre está la opción de adquirir una silla, una sola, que vale 5 858. 00. Tiene una parte tejida de hebras plásticas. (Lo escribo porque infiero que con ese detalle se justifique su costo, ¿o no?)
Los ejemplos pudieran colmar páginas y páginas de diarios e ilustrar diferentes cadenas, formas de gestión o tipos de productos… Al final la muestra, por muy diversa que parezca, apunta hacia una inflación que no se sustenta únicamente en la devaluación de la moneda o el exceso de billetes.
Parece estar confundiéndose inflación con especulación; imponiendo altos precios para sostener, quizás, una plantilla inflada o la ineficiencia de una mala gestión. De paso, podrían estarse generando utilidades que salen del estrago al bolsillo ajeno y no de la producción de nuevos bienes o de la prestación de servicios de calidad. Incluso, en la filosofía del revendedor se tiene que vender caro, al ser caro lo que luego se comprará; y así desatan una inflación premeditada, donde unos van ganando porque la mayoría está perdiendo.
Y pagamos muy caro el incremento real de los precios como para que tengamos, además, que someternos a los designios de un mercado que, si bien no debe toparlos por lo arbitrario que resulta, tampoco debe dejarse al galope. Ese sería un mal camino y ya se ha demostrado que nos hemos desviado.
(Tomado de Invasor)
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