El dinero, nos guste o no, es necesario para el desarrollo de Cuba. De eso no ha hecho un secreto la dirección de la revolución cubana, que sobre el tema se ha pronunciado más de una vez en términos técnicos y políticos y que escribió una nueva Ley de Inversión Extranjera para atraerlo.
Ahora, este dinero que nos traerá el millón de turistas norteños, los cubanos que lo han ahorrado fuera de Cuba, o las transnacionales, no llega con el interés de impulsar la sostenibilidad del proyecto social vigente en nuestro país. Llega porque hay compañías norteamericanas interesadas en obtener ganancias económicas – igual que otras compañías, de otros países- pero sobre todo porque hay un interés político del gobierno norteamericano de impulsar, a través de esta inyección de dinero, un cambio político en nuestra sociedad. Ese interés no tiene nada de secreto, ha sido declarado explícita y repetidamente por todas las autoridades entrevistadas al norte del golfo. No les funcionó el garrote solo, ahora nos enseñan la zanahoria.
Dinero llama dinero me recordaba mi padre en tiempos no sospechosos y no hay que ser un genio de la economía para saber que este que viene se asentará naturalmente en la costa norte de la Habana, en Varadero y en Trinidad. Será invertido con más prontitud en la agricultura Habanera que en la Guantanamera. Dedicará más atención a rescatar las abandonadas mansiones de Miramar que los edificios de Alamar. Preferirá el grupo musical del momento a la Sinfónica Nacional, el motel a la biotecnología, el show televisivo al espectáculo teatral en las montañas. El dinero llegará más fácil a los blancos que a los negros, a los hombres que a las mujeres, al pillo que al trabajador.
El dinero, en definitiva, hará lo posible por llegar a quienes ya lo tienen, aumentando las diferencias sociales, de género, de raza y territoriales presentes en el país. Y eso, en particular, no es culpa de Obama, ni de los cubano-americanos, ni de la burocracia nacional; es que el capital rara vez considera reparar hospitales públicos, arreglar escuelas, elevar salarios de maestros, impulsar la agricultura familiar, el desarrollo científico-tecnológico, o el desarrollo cultural. Mucho menos en un país periférico de la economía mundial. El dinero es así, descubriría el camarada Marx, y los siguientes 150 años de historia le han dado razón.
Es responsabilidad de quienes dirigen nuestro país e instituciones, - pero también de todos los cubanos- lograr que ese dinero, contrario a sus deseos fortalezca sobre todo, políticas sociales e infraestucturas nacionales para el bien común. Especialmente aquellas que han sufrido más los últimos 20 años de crisis económica. Para eso- como mínimo - debemos estar todos atentos a la natural necesidad del capital de poseer libre albedrío y comprar consensos. Para limitarla deben volverse sólidas, veloces, creativas y eficaces nuestras instituciones.
No es tiempo de repetir políticas que la historia ha condenado al fracaso. Por eso debemos mirar con atención al pasado y evitar reproducir los errores cometidos en la pseudo-república y también en la revolución. Además hay que mirar a los lados para no reproducir esquemas que han llevado a la descomposición social de naciones enteras. Pero sobre todo es hora de arriesgarse y hacer cosas nuevas con ese dinero. La tarea no es pequeña, convertir el dinero que todos necesitamos en dinero útil para todos, sin olvidar mientras lo hacemos, que el socialismo es mucho más que administrar bien.
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