Cualquier cubano mayor de 30 años recuerda con espanto el llamado periodo especial. Comenzaban los años noventa, y con la desaparición de la Unión Soviética, la dependiente economía de la isla se vio sumida en su etapa más negra.
Además de la escasez generalizada, los apagones interminables y bicicletas a veces como único medio de transporte fueron algunas de sus más conocidas consecuencias.
“Al periodo especial entramos todos juntos y hemos ido saliendo de uno en uno”, le escuché decir a alguien recientemente. Con mucha razón, porque aunque pasaron los momentos más duros, el bienestar fue llegando solo para algunos, muchas veces sin estar directamente relacionado con el trabajo o las capacidades de cada persona. Pero a nivel de país, sin dudas la situación ha ido cambiando para mejor en las últimas décadas.
Ahora, en pleno 2016, con el país inundado por casi 4 millones de turistas anuales; con sólidas relaciones políticas y económicas, no solo nuevamente con Rusia sino hasta con el “archienemigo”norteamericano; con una economía nacional que exhibe un crecimiento sorprendente del 4 por ciento, vuelve a planear sobre nosotros el fantasma del período especial.
Justo cuando comienza el verano, la etapa de mayor gasto energético, la reducción de las cuotas de combustible a centros laborales ya es un hecho. Son muchos los colectivos que han sido informados de estas medidas, que afectan un 20 % de lo planificado para el año (con lo que, a estas alturas, se convierte en la mitad prácticamente para los meses que quedan) y que para algunos significa paralizar momentáneamente la producción.
También se restringen horarios para el uso del aire acondicionado, precisamente en los meses en que la isla se convierte en una inmensa sauna natural. Se habla de suspensión de comedores obreros, recortes de jornada laboral de 8 a 5 horas y vacaciones masivas, e incluso cierre temporal de determinados centros. Con estas y otras medidas, no podemos evitar que la memoria nos haga la mala pasada de llevarnos a los negros 90.
Casualmente, cada día se anuncia un listado de barrios (en la capital, al menos), donde se interrumpe el fluido eléctrico por “reparaciones programadas”. Puede que sea cierto y a eso se deba, pero en este contexto, igual nos remite a aquellos “alumbrones” que vivimos, donde era casi más el tiempo apagados que el de luz.
Como suele ocurrir con lamentable frecuencia, aunque todo el mundo lo sabe y lo comenta, no ha sido publicada ni una sola información oficial al respecto, que al menos intente explicar las causas y consecuencias de algo que debemos sufrir todos (o casi todos, que no es lo mismo pero es igual).
¿Es la inestable situación que vive Venezuela (nuestro principal socio comercial y suministrador de combustible hoy) la culpable? ¿Acaso no se veía venir desde el pasado año, cuando el gobierno de Nicolás Maduro perdió las elecciones legislativas? ¿Ha habido entonces una mala planificación? ¿Se ha gastado acaso más de lo previsto con el crecimiento turístico? ¿No se podría adquirir el combustible necesario en otros mercados, con esos mismo ingresos del turismo? ¿Qué impacto tendrán estas medidas en la producción y en el PIB de este año? ¿Qué plan tiene el gobierno cubano, más allá de acciones puntuales, para solucionar este problema? Tal vez algunas de estas interrogantes pequen de ingenuas, pero por ahora todo lo que tenemos son muchas preguntas y pocas certezas.
De lo que sí estamos seguros es que Cuba y su gente merecen como mínimo explicaciones y nunca nada que se parezca a otro período especial.
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