Escrito por Katia Siberia Fotos: Nohema Díaz
• Solo la comercialización de hortalizas y vegetales despejará las dudas en Ciego de Ávila. Lo demás huele a teoría, por más que el Grupo Nacional de la Agricultura Urbana y Suburbana califique de Bien a esta provincia y se cumplan los planes previstos
Al único restaurante vegetariano de esta ciudad tuvieron que cambiarle el nombre. En realidad fue el apellido porque La Moderna se llamaba antes y se llama ahora, solo que la gente ya no dirá “el vegetariano”, a menos que el despiste sea rotundo o continúe empeñada en un apelativo que hasta Julia Fernández Mantilla, administradora del lugar durante 14 años, le parecía una ofensa. “Yo lo entiendo, los clientes se quejaban con razón, muchas veces no había ni un vegetal, otras, te mandaban uno solo y faltaba variedad, ¿cómo íbamos a seguir diciendo que éramos vegetarianos? Por eso cambiamos el menú... y el ‘nombre’.”
La Agricultura Urbana y Suburbana cuenta en Ciego de Ávila con 128 organopónicos, 452 huertos intensivos y unas 4 000 fincas asentadas en las cercanías de poblados y municipios
La medida fue, más que un acto de consecuencia, un triste síntoma de lo que (no) germina en el campo, si bien no se descarta la posibilidad asociada de falta de gestión, comercialización y rentabilidad, pues Julia se toma un tiempo para verificar que, tal y como recordaba, un mazo de acelga se facturaba a 5.00 pesos y esa cuenta, dice, encarecía la oferta.
Allí parecía habitar el mayor contrasentido de la Agricultura Urbana y Suburbana, un programa bajo el cual en el mes de septiembre se habían comercializado ya unas 63 000 toneladas de hortalizas y vegetales, según información de la oficina que rectorea ese programa en el territorio. De acuerdo con el informe, el grueso de esa producción se vendió en los puntos de venta (26 248) y mercados estatales (12, 242), y el desglose de organismos evidencia que en la escala de volúmenes, Educación y Salud quedaron en tercera y cuarta posición.
Al margen de estos escalafones la política del gobierno ha sido enfática en un punto: los centros priorizados no tienen el nombre por gusto. Ellos son, precisamente, la prioridad, aunque el 13 de octubre el Hospital Provincial Doctor Antonio Luaces Iraola no era lo que debía ser, y no lo ha sido por varios días y meses. Lo confirma la dietista Yunaisy Hernández Ronquillo, con 19 años en el centro asistencial que le permiten hacer cálculos sin mucha dificultad. “En los 30 días del mes, como promedio, quizás en 10 recibimos vegetales.” Y dice el quizás con ese tono que indica que pudieran ser, incluso, menos.
“Supongo que sea porque no haya, pero ahora tú me dices que sí hay y no entiendo nada”, contesta Yunaisy, luego de un intercambio que ella zanja del mejor y peor modo posible: “Mis charlas en el Centro de Atención al Diabético son pura teoría, les explico lo que deben comer y la bandeja es otra cosa, paso hasta pena. Y te pongo otro ejemplo: a la comida de los hipertensos no le podemos echar la sazón en polvo y acá escasean no solo los vegetales, sino los condimentos naturales. Estamos haciendo la comida solo con sal.”
Un organopónico vacío puede tener muchas explicaciones y ¿cuántas justificaciones?
Tal realidad pone en jaque cualquier “jugada” de un programa que fue creado, precisamente, para que semejantes situaciones no fueran una verdad. Pero hay otras verdades que son más frescas que una lechuga (suponiendo que haya lechuga).
MARCHITOS Y ESPIGADOS
El Jiquí, ubicado en las afueras de la ciudad cabecera es, sobre todo, un triste recuerdo del organopónico que fuera antes: una Referencia Nacional que hoy no admite calificativos de alabanza y que tiene a Juan Blanco Arias y Yovany Bien Enrique cobrando sueldo mínimo hace ocho meses. Y mientras el pozo siga seco, ellos seguirán así. Y mientras el equipo que “está por no sé dónde” no penetre más la tierra y encuentre agua, si encuentra, el pozo seguirá seco. En ese círculo vicioso llevan ya un tiempo en el que sembraron ajo porro, cebollino, espinaca, habichuela y ají; cultivos que precisan menor cantidad de agua, lo que allí se traduce en “la que cae del cielo”.
También lo hicieron porque la Agricultura exige, al menos, cuatro variedades ante la sequía que impide la siembra de 10 o 12, que es lo estipulado.
Ese lujo hoy sí puede dárselo el mayor organopónico de la provincia (dos hectáreas, cuando la mayoría abarca la mitad de una) donde hasta el nombre Hidropónico sugiere la abundancia que, en un momento de excesos, obligó a “pavimentar” los suelos con piedra y poner tierra encima para elevar los canteros y salvarlos de tanta humedad. Sin embargo, su grandeza le vale poco a los consumidores de uno de los puntos de venta del Reparto Ortiz: el día de nuestra visita solo se habían enviado 15 mazos de acelga, 15 de ajo porro y 10 de lechuga.
Jorge Verdecia Vásquez, quien durante 14 años ha estado cosechando esa parcela, lo cuenta sin asombro. “Es que en una caja de bicicleta no cabe más, estamos muy lejos (por el Parque Ricardo Pérez Alemán) y no tenemos otro transporte. Eso sí, el consumo social no falla”, dice al final, quizás para atenuar el asombro nuestro que no concebía semejante parcela rindiendo tan poco en la mesa. ¿Y los carretilleros?, pregunto. “Ná, esa gente no viene, es que estamos muy lejos.” Pasaban las 12:00 cuando Invasor llegó.
Pablo Iván Companioni Rodríguez en el organopónico Curva Ortiz lamenta la doble escasez: de agua y fuerza de trabajo; una, de alguna manera, asociada a la otra. Pero su agonía mayor está en la ausencia de manos; algo que no ha podido resolver, a pesar de estar enclavado en el ala Norte de la ciudad y rodeado de edificios. Ante la falta de producción su punto de venta abre en días alternos y la cifra de poseer como mínimo 10 vegetales sembrados le parece “¡un salvajismo!”.
Nueve variedades sembradas contó Jorge Verdecia el día de nuestra visita, pero una sola bicicleta
Claro, él no ha ido hasta la Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) Jose Luis Tassende, en Ciro Redondo o, de lo contrario, ya hubiese acuñado de otro modo el tope de vegetales en el actual contexto, allí, donde un organopónico entero permanecía vacío el 14 de octubre.
Menos desdichados lucían los canteros de la CPA Felipe Torres de ese municipio, donde la hierba crecía junto a los vegetales, pues “cuando llueve el agua inunda la zona y es imposible entrar a guataquear”, comenta Miriam Domínguez Álvarez, una de las trabajadoras que ese día envió a la placita de la zona pepino y habichuela.
FLORECEN EXPLICACIONES
Ni siquiera porque nueve de los 12 organopónicos pineros pertenecen al Grupo Azucarero AZCUBA, Lázaro Quintero Rivero, director de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Granja Urbana, ha podido explicarse el panorama del territorio por una sencilla razón: “antes también eran de ellos y no estaban así.
“Nosotros tenemos responsabilidades, desde el punto de vista técnico le decimos cómo se hace, inspeccionamos, damos las orientaciones, pero la producción de vegetales es de los azucareros”.
Tal dicotomía tiene su origen en el hecho de que, al no tener empresas agropecuarias a las cuales subordinarse, los sembradíos de Ciro Redondo y Morón fueron reclutados por AZCUBA y la Empresa Agroindustrial Ceballos. Sin embargo, las estructuras encargadas de hacer germinar las hortalizas y vegetales en el resto del territorio muestran enlaces, no menos enrevesados. Por ejemplo, desde septiembre los municipios de Bolivia, Ciego de Ávila, Majagua y Venezuela se agruparon en una sola entidad (Empresa Integral Agropecuaria) que radica en la capital provincial y tiene sus subordinadas en las UEB Granja Urbana de cada terruño. Mientras, Baraguá se adscribe a la ganadera Ruta Invasora, Florencia a la tabacalera, y Primero de Enero y Chambas a las agropecuarias que ya poseían.
Según Julio César García Paneque, el especialista que atiende esa rama dentro de la Empresa Integral Agropecuaria, la medida no es desfavorable, por el contrario. “Ahora, como empresa, resolvemos más rápido los recursos, tenemos fondos.”
No obstante, Osmany Fleitas González, jefe provincial de la Agricultura Urbana y Suburbana prefiere dejar transcurrir el tiempo antes de evaluar cabalmente la transición. Hoy su mayor preocupación no está en la madeja de estructuras y manejos, sino en las pocas inversiones que su sector agrícola ha experimentado en los últimos tiempos.
“Este año entraron algunas cositas”, refiere, y por “algunas cositas” entiende dos tractores, una sembradora de granos, un trailer para abono y una cámara fría.
Continúan los déficits de microaspersores, mangueras, electrobombas... y continúan las mismas áreas dedicadas a esos cultivos, sin grandes crecimientos productivos que no impiden que la provincia siga cumpliendo los planes previstos. Al menos así lo refieren las estadísticas de los últimos cinco años.
En teoría, no aparecen justificaciones para que se incumplan los contratos entre las Granjas Urbanas y los centros priorizados donde, informa Osmany, se define la frecuencia y variedad del suministro. Toda una detallada estrategia que queda, a veces, en papeles.
Al analizar el destino de la producción en ese quinquenio se evidencia que la tendencia ha sido comercializar alrededor de la mitad del total producido por la Agricultura Urbana y Suburbana en los puntos de venta, sitio al que también acuden, legalmente, los vendedores ambulantes (carretilleros); de hecho, esa figura del cuentapropismo patentizó intermediarios.
La falta de manos mantenía enyerbados algunos canteros en la Curva Ortiz
El problema, si se quiere, está en que tampoco ellos tienen un “mercado mayorista” y acuden a los mismos puntos de venta adonde va el anciano por un mazo de habichuela de 3.00 pesos que después encuentra viajando en carretillas a 5.00, y con un tercio menos de habichuelas. Los comerciantes compran al por mayor y temprano, el resto lo hace (si queda) “al por menor” y cuando su trabajo lo permite. Así pagamos la contradicción.
Los últimos cinco años demuestran, a su vez, que la quinta parte de lo producido en esta modalidad se vende en los mercados estatales a los que tributan, además, empresas del territorio, pues no todas las hortalizas y vegetales, en los que se incluye la calabaza, se cultivan a título de la Agricultura Urbana y Suburbana. Por ejemplo, lo que se cosecha en las 231 casas de cultivo que comercializa la UEB de Producción de Vegetales, adscrita a la Empresa Agroindustrial Ceballos, no deja de ser una muestra considerable de lo que desde Ciego de Ávila se envía a casi la totalidad de los hoteles del país.
La contradicción más inquietante, sin embargo, brota cuando en uno de los tantos recorridos del Grupo Nacional de la Agricultura Urbana y Suburbana (GNAUS) se evalúa a la provincia de Bien, mientras sus habitantes consideran lo contrario ante la imposibilidad de sostener una alimentación saludable. ¿Diferentes medidores?
Osmany Fleitas coincide en que la metodología evaluativa del GNAUS es, en la actualidad, muy diversa y se ha ido complejizando con nuevos subprogramas. “Los aspectos a evaluar sí se conocen de antemano, lo que no sabemos es el lugar”, confiesa el especialista sin desconocer que muchas veces se le otorga mayor puntuación a una actividad que se quiere potenciar para garantizar, de alguna manera, su cumplimiento. Esto está siendo casi más un programa educativo, que evaluativo porque están otorgando puntos hasta por la presencia de círculos de interés.”
De modo que un municipio con menor comercialización de vegetales puede obtener mayor puntuación si sobresale en otros parámetros medibles que abarcan desde el sellado de las cercas y la siembra de maíz hasta el estado de los sustratos. Aunque Invasor ha reflejado con anterioridad el paso de este programa en la provincia y ha valorado las escalas, sigue siendo la mesa el lugar donde se emite el veredicto final y al que, según la Organización Mundial de la Salud, ha de llevarse, como mínimo, 400 gramos de frutas y vegetales diarios (alrededor de una libra). Pero, afuera, en el campo, germinan otras verdades que lucen tan o más frescas que una lechuga. Suponiendo que...
En el último quinquenio las producciones de la Agricultura Urbana y Suburbana no han experimentado grandes saltos productivos
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